15 Agosto 2013
DE CARTAPESTA. Verónica Luján junto a los muñecos de "La historia de una niña, un pueblo y un ogro". LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO
¿Por qué un títere, que no es ni más ni menos que un muñeco, puede conmovernos profundamente? ¿Qué tiene que lo hace parecer de carne y hueso cuando en realidad es de trapo o madera? ¿Qué secretos esconde ese retablo donde se hospeda un interminable universo de aventuras? Según la titiritera Verónica Luján, el títere emociona porque el público no espera que un muñeco lo conmueva. Y cuando el titiritero ama a su títere, cuando lo conoce de verdad, cuando el personaje no está animado únicamente por una mano diestra sino que es el alma misma del titiritero y su cuerpo lo conduce, la interacción es tan potente que ya no se distingue entre uno y otro.
Tal vez por eso, en sus espectáculos, Verónica nunca se esconde. Está siempre a la vista, manipulando los muñecos pero también mirando fijamente a la platea. "Me interesa entablar una comunicación efectiva con los chicos. No apelo a la conocida estrategia de hacerles preguntas a través de los títeres, sino que cuento una historia lineal. Y necesito la total atención de los chicos", dice.
Desde la cuna
Cordobesa de nacimiento, Verónica vivió varios años en Italia, donde aprendió las milenarias técnicas de animación de muñecos. Aunque -preciso es decirlo- estuvo en contacto con los muñecos desde muy pequeña. "Mi madre fue maestra jardinera. Y, de chica, solía prepararme obras de teatro para animar mis fiestas de cumpleaños. Ya de joven, yo misma comencé a trabajar en los jardines de infantes dictando expresión corporal. Y fui incorporando los títeres de a poco, como una forma de ayudar el desarrollo de la psicomotricidad en los chicos", cuenta. Más tarde, incursionó en las artes plásticas y comenzó a fabricar primero máscaras y después títeres, con el objetivo de venderlos. Así llegó a Génova (Italia), donde se sumergió de lleno en el mundo de las marionetas. Hizo cursos, formó un grupo, fabricó cientos de muñecos que nunca vendió ("me enamoraba de ellos y no podía entregarlos") y hasta incursionó en la danza teatro, disciplina que la llevó por distintos escenarios. Hoy, de regreso en la Argentina -está radicada en Tafí Viejo- Verónica fusiona todas las disciplinas que cultivó en espectáculos que no sólo han recorrido escenarios de todo el país, sino que también consiguieron importantes premios. "En mis espectáculos, el títere es el protagonista. Sin embargo, utilizo una mezcla de varias disciplinas como la narración y la expresión corporal", agrega.
El reflejo
Según Verónica, el títere es un espejo que refleja lo que quiere expresar el titiritero. No importa el tipo; pueden ser las clásicas marionetas que el actor mueve accionando alambres, los títeres de guante, los sencillos muñecos que se insertan en los dedos o las exóticas marionetas del bunraku japonés. Verónica utiliza títeres fabricados fundamentalmente en cartapesta. Aunque, en su último espectáculo, "Caja y cuento", los títeres están hechos en tela. "Me pareció que, como es una obra destinada a niños pequeños, la tela les iba a resultar más familiar, más cálida y más amable que la cartapesta", declara. También fabricó la caja en la que se desarrolla la obra, que es como un viejo retablo al que se le va cambiando la pared de fondo -que está ilustrada con distintos paisajes- y termina convirtiéndose en una casa. Hasta el sistema de iluminación fue creado por ella. "Cada objeto que pongo en escena está cargado de información. Siempre investigo mucho antes de hacer un espectáculo. No sólo el tema, sino también la forma. Por ejemplo: yo no uso el teatrito tradicional, sino un escenario que deja al descubierto todos los elementos. Además, siempre hago un juego previo que me permite estar más cerca del público. Antes de comenzar el espectáculo establezco una comunicación con los chicos y los invito a relajarse y a prepararse para comenzar la historia. Es una manera de tenerlos cerca, de conquistarlos. Una vez establecido este vínculo entre los niños y el titiritero es asombroso comprobar como el silencio nutre a la puesta. Mis espectáculos no permiten la charla o el diálogo; sólo admiten la escucha atenta. Y eso hay que trabajarlo previamente", dice. Y agrega: "no estoy de acuerdo con los shows ensordecedores, donde abundan los gritos y las palabras fuertes. A mí me gusta acariciar el alma de los chicos con las historias".
Tal vez por eso, en sus espectáculos, Verónica nunca se esconde. Está siempre a la vista, manipulando los muñecos pero también mirando fijamente a la platea. "Me interesa entablar una comunicación efectiva con los chicos. No apelo a la conocida estrategia de hacerles preguntas a través de los títeres, sino que cuento una historia lineal. Y necesito la total atención de los chicos", dice.
Desde la cuna
Cordobesa de nacimiento, Verónica vivió varios años en Italia, donde aprendió las milenarias técnicas de animación de muñecos. Aunque -preciso es decirlo- estuvo en contacto con los muñecos desde muy pequeña. "Mi madre fue maestra jardinera. Y, de chica, solía prepararme obras de teatro para animar mis fiestas de cumpleaños. Ya de joven, yo misma comencé a trabajar en los jardines de infantes dictando expresión corporal. Y fui incorporando los títeres de a poco, como una forma de ayudar el desarrollo de la psicomotricidad en los chicos", cuenta. Más tarde, incursionó en las artes plásticas y comenzó a fabricar primero máscaras y después títeres, con el objetivo de venderlos. Así llegó a Génova (Italia), donde se sumergió de lleno en el mundo de las marionetas. Hizo cursos, formó un grupo, fabricó cientos de muñecos que nunca vendió ("me enamoraba de ellos y no podía entregarlos") y hasta incursionó en la danza teatro, disciplina que la llevó por distintos escenarios. Hoy, de regreso en la Argentina -está radicada en Tafí Viejo- Verónica fusiona todas las disciplinas que cultivó en espectáculos que no sólo han recorrido escenarios de todo el país, sino que también consiguieron importantes premios. "En mis espectáculos, el títere es el protagonista. Sin embargo, utilizo una mezcla de varias disciplinas como la narración y la expresión corporal", agrega.
El reflejo
Según Verónica, el títere es un espejo que refleja lo que quiere expresar el titiritero. No importa el tipo; pueden ser las clásicas marionetas que el actor mueve accionando alambres, los títeres de guante, los sencillos muñecos que se insertan en los dedos o las exóticas marionetas del bunraku japonés. Verónica utiliza títeres fabricados fundamentalmente en cartapesta. Aunque, en su último espectáculo, "Caja y cuento", los títeres están hechos en tela. "Me pareció que, como es una obra destinada a niños pequeños, la tela les iba a resultar más familiar, más cálida y más amable que la cartapesta", declara. También fabricó la caja en la que se desarrolla la obra, que es como un viejo retablo al que se le va cambiando la pared de fondo -que está ilustrada con distintos paisajes- y termina convirtiéndose en una casa. Hasta el sistema de iluminación fue creado por ella. "Cada objeto que pongo en escena está cargado de información. Siempre investigo mucho antes de hacer un espectáculo. No sólo el tema, sino también la forma. Por ejemplo: yo no uso el teatrito tradicional, sino un escenario que deja al descubierto todos los elementos. Además, siempre hago un juego previo que me permite estar más cerca del público. Antes de comenzar el espectáculo establezco una comunicación con los chicos y los invito a relajarse y a prepararse para comenzar la historia. Es una manera de tenerlos cerca, de conquistarlos. Una vez establecido este vínculo entre los niños y el titiritero es asombroso comprobar como el silencio nutre a la puesta. Mis espectáculos no permiten la charla o el diálogo; sólo admiten la escucha atenta. Y eso hay que trabajarlo previamente", dice. Y agrega: "no estoy de acuerdo con los shows ensordecedores, donde abundan los gritos y las palabras fuertes. A mí me gusta acariciar el alma de los chicos con las historias".
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