03 Septiembre 2013
UN HOMBRE DE GRAN CORAZÓN. Así describió a León Feler (izquierda) su amigo Alejandro Jassán. GENTILEZA FUNDACION LEON
Todo comenzó en shabat (la celebración del descanso judío). "Raúl me había invitado a comer a su casa, y allí conocí a su padre, don León Feler. Él me contó que visitaba a los enfermos en los hospitales pero que sufría mucho al ver tanta necesidad y abandono. Yo había estado 33 años en el Rotary Club de La Rioja, y 34 como radioaficionado. La idea y me gustó y me ofrecí a acompañarlo. Esto fue mucho antes de que se creara la Fundación León, que hoy tiene 10 años". Quien habla es Alejandro Jassán, primer voluntario de la fundación, que en sus 90 años, sigue apostando a la obra.
Lúcido, de conversación amena llena de chispas de buen humor, Jassán advierte antes de comenzar la entrevista: "mire, no me haga héroe, porque el verdadero autor de esta gesta es don León, yo solamente fui su acompañante, simplemente me dejé contagiar su vocación de servicio". En la cabecera del living, un pequeño retrato de su esposa Linda Najum, su compañera desde los 16 años, domina todo el espacio. Los Jassán vivían en La Rioja, hasta que ella falleció. Luego, uno de los tres hijos del matrimonio lo trajo a Tucumán. Aquí, gracias a su espíritu alegre y "amiguero", no tardó en llenarse de afectos.
"Le agradezco a Dios por los amigos que tengo; la mayoría son maestros jubilados. Con ellos me reúno todos los días a tomar café. Mi padre siempre me decía, 'búscate amigos mejores que tú'", sonríe. Don León, que ya cumplió 101 años, ocupa un lugar preferencial. "¡Qué corazón extraordinario tiene ese hombre!", exclama.
"Con él visitábamos las Salas de Quemados y de Traumatología del Hospital Centro de Salud. En ese tiempo era un basurero humano. Estaba lleno de cucarachas y las paredes eran un desastre. Y si bien no estoy con este gobierno, le reconozco todo lo que hizo por el hospital público. La fundación hizo arreglar las salas, las paredes, el techo, puso camas nuevas, con su ropa de cama, colchones y hasta mesas de luz", rememora.
Los enfermos son la debilidad de don León y de su amigo Jassán. Recuerda que siempre terminaban comprando los remedios para el que no podía pagarlos. "Había uno que ya le habían dado de alta hace seis meses y no podía volver porque la familia no lo venía a buscar, y además le habían llevado los zapatos. Raúl Feler hizo la denuncia por abandono de persona, y don León le compró un par de zapatos. Lo vinieron a buscar y se fue feliz", evoca sonriente como si lo estuvieran viendo.
El dolor de la cama vacía
Pero don León tiene una sensibilidad muy grande. "A veces llegaba y se encontraba con una cama vacía, entonces preguntaba por el paciente. Si le decían que había pasado a mejor vida se le llenaban los ojos de lágrimas en el acto. Por eso, cada vez que sucedía lo mismo, yo de atrás le hacía seña al médico que le diga que se fue de alta, porque sabía que se iba a poner mal", cuenta.
Aunque don Jassán siente que ya no trabaja como antes, todavía aporta de su pequeña jubilación y participa de los actos de la fundación. "Para tender una mano no hay límites de edad ni de sexo ni de religión. Para ser voluntario sólo hay que dar un poquito de tiempo y tener buena voluntad para dedicarlo al dolor del prójimo", dice. Y agrega una última definición: "como decíamos en el Rotary Club: 'beneficia más el que mejor sirve".
Lúcido, de conversación amena llena de chispas de buen humor, Jassán advierte antes de comenzar la entrevista: "mire, no me haga héroe, porque el verdadero autor de esta gesta es don León, yo solamente fui su acompañante, simplemente me dejé contagiar su vocación de servicio". En la cabecera del living, un pequeño retrato de su esposa Linda Najum, su compañera desde los 16 años, domina todo el espacio. Los Jassán vivían en La Rioja, hasta que ella falleció. Luego, uno de los tres hijos del matrimonio lo trajo a Tucumán. Aquí, gracias a su espíritu alegre y "amiguero", no tardó en llenarse de afectos.
"Le agradezco a Dios por los amigos que tengo; la mayoría son maestros jubilados. Con ellos me reúno todos los días a tomar café. Mi padre siempre me decía, 'búscate amigos mejores que tú'", sonríe. Don León, que ya cumplió 101 años, ocupa un lugar preferencial. "¡Qué corazón extraordinario tiene ese hombre!", exclama.
"Con él visitábamos las Salas de Quemados y de Traumatología del Hospital Centro de Salud. En ese tiempo era un basurero humano. Estaba lleno de cucarachas y las paredes eran un desastre. Y si bien no estoy con este gobierno, le reconozco todo lo que hizo por el hospital público. La fundación hizo arreglar las salas, las paredes, el techo, puso camas nuevas, con su ropa de cama, colchones y hasta mesas de luz", rememora.
Los enfermos son la debilidad de don León y de su amigo Jassán. Recuerda que siempre terminaban comprando los remedios para el que no podía pagarlos. "Había uno que ya le habían dado de alta hace seis meses y no podía volver porque la familia no lo venía a buscar, y además le habían llevado los zapatos. Raúl Feler hizo la denuncia por abandono de persona, y don León le compró un par de zapatos. Lo vinieron a buscar y se fue feliz", evoca sonriente como si lo estuvieran viendo.
El dolor de la cama vacía
Pero don León tiene una sensibilidad muy grande. "A veces llegaba y se encontraba con una cama vacía, entonces preguntaba por el paciente. Si le decían que había pasado a mejor vida se le llenaban los ojos de lágrimas en el acto. Por eso, cada vez que sucedía lo mismo, yo de atrás le hacía seña al médico que le diga que se fue de alta, porque sabía que se iba a poner mal", cuenta.
Aunque don Jassán siente que ya no trabaja como antes, todavía aporta de su pequeña jubilación y participa de los actos de la fundación. "Para tender una mano no hay límites de edad ni de sexo ni de religión. Para ser voluntario sólo hay que dar un poquito de tiempo y tener buena voluntad para dedicarlo al dolor del prójimo", dice. Y agrega una última definición: "como decíamos en el Rotary Club: 'beneficia más el que mejor sirve".
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