El presidente Aquino declaró el estado nacional de calamidad

La Policía y el Ejército controlan la desesperación por la falta de alimentos y de agua. La región podría soportar hoy nuevas tormentas fuertes. Preocupación institucional por posibles desbordes. Ayuda mundial

SOLO RUINAS. Botes y casas destrozadas se amontonan en Filipinas. REUTERS SOLO RUINAS. Botes y casas destrozadas se amontonan en Filipinas. REUTERS
12 Noviembre 2013
MANILA.- La desesperación de los supervivientes del tifón Haiyan continúa en Filipinas, después de su paso devastador por el centro y este del país y ante la escasez de alimentos, de medicamentos y de agua potable. El presidente, Benigno Aquino, anunció el "estado nacional de calamidad", para acelerar los esfuerzos del Gobierno por llevar ayuda a los afectados por uno de los peores desastres naturales de la historia.

La declaración permitirá a las autoridades controlar los precios de los bienes y servicios básicos y liberar fondos de emergencia con mayor rapidez. "Llamo a los ciudadanos a mantener la calma, a orar, a cooperar y a ayudarse unos a otros. Es la única forma en que nos sobrepondremos a esta tragedia", dijo Aquino.

El aeropuerto de Tacloban, una de las ciudades más afectadas, se encuentra sitiado por cientos de personas que esperan recibir comida. Los primeros vuelos trajeron médicos que montaron en la terminal un centro de atención de emergencia. La distribución de la ayuda es complicada, porque las calles están bloqueadas por escombros de varios metros de altura.

La zona será azotada por más clima severo. Se pronostica que una depresión tropical llegará hoy a la región, con fuertes lluvias sobre el centro y sur del archipiélago filipino.

Hay cuatro millones de afectados y más de 600.000 desplazadas por la tormenta en todo el país, que tuvo vientos de hasta 378 kilómetros por hora. Sigue sin estar claro cuántas personas murieron, pero se habla de más de 10.000. En el ambiente hay un hedor insoportable por los cadáveres en descomposición y las autoridades locales ordenaron cavar fosas comunes para enterrarlos. Hay miles de habitantes desaparecidos.

La Policía anunció duras acciones contra quienes cometan delitos y saqueos. "La gente dice que la situación obliga a las personas a acciones desesperadas. Tenemos comprensión, pero no podemos aceptar la anarquía", afirmó el vocero de esa fuerza, Reuben Sindac. También está movilizado el Ejército. "Es riesgoso. La gente está enfadada. Se están volviendo locos", sostuvo Jewel Ray Marcia, teniente del Ejército filipino que encabezaba una unidad que acompañaba un convoy de camiones con provisiones y desde donde se efectuaron disparos al aire, de advertencia.

"La situación es mala, la devastación ha sido significativa. En algunos casos la destrucción fue total", señaló el secretario del Gabinete, Rene Almendras.

Pese a todo no hay pánico; la mayoría de la gente recorre las calles en estado de shock con bufandas sobre sus caras para bloquear el polvo y el olor, y algunos buscan cualquier cosa de utilidad bajo los escombros, que se extienden por la costa a lo largo de kilómetros. La mayor parte de los daños se debieron a las enormes olas que inundaron las ciudades, lanzaron embarcaciones a tierra y barrieron localidades enteras, en un escenario que recordó el tsunami de 2004 en el océano Índico.

La colaboración internacional comenzó a multiplicarse, con compromisos de aportes de 21 países y del Vaticano, que anunció el envío de U$S 150.000 para las víctimas. El consejo pontificio resaltó que es una "primera e inmediata expresión concreta del sentimiento de espiritual cercanía y ánimo del papa Francisco a las personas y territorios devastados". (DPA-Télam-Reuters)

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