Es un fenómeno extraño, pero muy frecuente. A algunos les sucede casi a diario con aromas o con música. A otros, como a mí, indefectiblemente, con nombres de personas. Me refiero a ese momento. Ese instante de asociación involuntaria en la que nuestros sentidos, en complicidad con nuestro cerebro, nos llevan sin pedirnos permiso, al pasado ¡Los recuerdos! Volver a ellos es, en ocasiones, como abrir un cofre en el que no sabremos qué habrá.

Ese "Ay, ¿a qué me hace acordar?", es sólo el disparador de la reminiscencia. En los primeros casos, puede generar las gloriosas experiencias de revivir un abrazo hoy imposible; de casi saborear esa comida casera o de bailotear de nuevo con aquella canción que tanto nos alegraba.

En los segundos, son "impresiones" de doble filo. Si un Pedro o un Carlos nos hizo daño, pobre de los Pedros y Carlos que vengan después. Al menos para mí, hay una mala predisposición. Es inevitable, una pelea contra el inconsciente. Claro que ocurre probablemente en las primeras instancias de cualquier tipo de relación. Probablemente luego, los nuevos Pedros y Carlos puedan borrar las huellas de los anteriores. Como contracara, hay quienes pueden beneficiarse por los recuerdos de un tocayo o de una tocaya bondadosos.

Cada vez que pasa, que se produce ese click, recuerdo las primeras líneas del Libro de los abrazos, de Eduardo Galeano. "Recordar es volver a pasar por el corazón". Probablemente haya una explicación científica al respecto. Prefiero esta. Los aromas, la música y hasta los nombres dejan huellas que permanecen inamovibles ante el zumbido del paso de las hojas del calendario. Justo ahí, en el corazón. Que las marcas vuelvan y nos lleven es un fenómeno extraño, pero muy frecuente.

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