Por Guillermo Monti
03 Diciembre 2013
El 83 fue un puente para recuperar la voz de los exiliados
Amenazados de muerte por la triple A y por el terrorismo de Estado, numerosos artistas se vieron obligados a desarragairse. Luego de Malvinas, algunos empezaron a volver y muchos lo hicieron durante los últimos meses del 83 y el comienzo del 84, cuando el país recuperó su salud institucional. Ese también fue un triunfo de la renacida democracia
MERCEDES SOSA
Entre los múltiples efectos del regreso de la democracia queda el registro de aquellas jornadas de octubre, noviembre y diciembre de 1983 con la forma de un gigantesco puente. Por allí transitaron muchos de los artistas que habían partido al exilio. Se animaron a volver cuando las garantías del Estado de Derecho eran frágiles, un modelo para armar y consolidar entre todos. Por eso fue un acto de la más pura valentía. Algunos habían retornado antes, después de Malvinas. A otros les costó un poco más y emprendieron el regreso una vez que las instituciones funcionaron a pleno. Los unió la voluntad de rearmar el rompecabezas del espíritu por medio del canto, de las letras, de la actuación, de las artes plásticas. Fue un renacer cultural fundado en el dolor y en las ganas de decir.
Hubo exilios exteriores disparados por las amenazas de la triple A (Alianza Anticomunista Argentina) cuando el lopezreguismo había cooptado el Gobierno de Isabel Perón, y potenciados por la feroz represión devenida terrorismo de Estado tras el 24 de marzo de 1976. España, Francia, México y Venezuela figuraron entre los principales destinos. Y hubo exilios interiores, destierros en la propia tierra, corazones que se cerraron sobre sí mismos. Mucho miedo.
"El exilio me ha hecho llorar para siempre", confesó Mercedes Sosa. "Pensé que volver a mi tierra querida me curaría, pero el mal estaba muy adentro de mí". La tucumana partió a Francia sin su hijo, circunstancia que la golpeó como un mazazo. Su madre estaba en Tucumán. Ella se quedó sola. "Al no estar en mi patria empezaban a surgir problemas mentales, empezaba a cambiar la voz. Sobre todo, no podía cantar 'Alfonsina y el mar'", reveló.
Al igual que Juan José Saer, Julio Cortázar vivía en Europa desde mucho antes de los 70. No obstante, la dictadura cívico-militar se ensañó particularmente con su obra. Cortázar afirmaba que a partir de 1976 nuestro país vivía un genocidio cultural, apreciación que disparó una polémica con Liliana Heker y Ernesto Sabato.
Cortázar se explayó en una charla con Osvaldo Soriano, otro talento refugiado en Europa. "Es un genocidio cultural a dos puntas -apuntó el autor de "Rayuela"-. Es decir, nosotros que estando afuera no podíamos devolver nuestra cultura a la Argentina, y quedábamos frustrados, aislados y separados. Y luego los impedimentos a los que se han enfrentado los escritores que han querido decir lisa y llanamente la verdad, y que han podido decirla muy entre líneas o se han llamado a silencio".
Conceptos que no aceptaron los escritores desde la barricada interior. "Lamento que usted haya pasado por alto, Cortázar, que a fines del 78 yo estaba en la Argentina. Me privo de conmoverlo contándole por qué mi situación era menos confortable de lo que podría haber sido la suya acá. No importa demasiado. Esa inconfortabilidad es la que la mayoría de nosotros eligió. Muchos estamos para la resistencia. Otros ya vendrán para los festejos", consignó Heker a fines de los 80, en un artículo publicado en la revista El Ornitorrinco.
"Preguntarse sobre el héroe o el traidor sólo puede ser un interrogante maniqueo surgido en un contexto desesperante que no entendía que quienes partieron y se quedaron sufrieron de distinto modo, y que ninguno quedó sin cicatrices. Las heridas de la tortura y las de la distancia fueron para todos y aun así, se compitió por el podio del sufrimiento", analizó el periodista Héctor Pavón.
Subraya su colega Andrea Candia Gajá, quien analizó el tema desde México,
que el exilio estuvo acompañado de pérdidas, nostalgia, esperanzas, lucha y anhelos. Y en medio de un mundo que les resultaba un tanto extraño y habiendo salvado sus vidas por medio del destierro, se abrió espacio a la libertad de las palabras. Los textos fueron el hogar de quienes decidieron escribir "sobre y en el exilio".
Toda esa carga se descomprimió durante la primavera democrática, cuando los amplificadores volvieron a conectarse y se inició el tránsito por el camino del desarraigo, pero esta vez en dirección contraria. Había un país que aguardaba a quienes habían hablado de él desde la lejanía. Cortázar volvió a fines del 83 y, aunque parezca increíble, no se reunió con Raúl Alfonsín. Un desencuentro histórico del que mucho se habló, sobre todo tras la muerte del escritor en París, el 12 de febrero de 1984.
"Yo, por mí, no me hubiera ido nunca, ¿sabés?", le confesó Héctor Alterio a un periodista del madrileño diario El País. Pasó la tormenta y un día su esposa le dijo: 'oye Héctor, ve pensando que tal vez podemos regresar. El cambio de Gobierno ha influido en toda la colonia argentina que reside en Madrid". Fue un shock para el actor, que llevaba 10 años en España. Desde que la triple A lo había amenazado de muerte. Norma Aleandro también debió recalar en España durante los años de plomo. Para ella el exilio equivalió a privarse de la Buenos Aires que tanto ama. Contó las horas hasta el regreso.
Alterio y Aleandro fueron los protagonistas de la película bisagra: "La historia oficial". Los desaparecidos, los niños apropiados durante la dictadura, los negocios oscuros en los que se mezclaron empresarios y militares, elementos que sintetizaban el drama de los años previos, le dieron carnadura al filme de Luis Puenzo. Chunchuna Villafañe, otra exiliada, formó parte del reparto. Y el Oscar coronó ese terrible fresco de época.
Mientras San Martín, Rosas y Alberdi murieron a miles de kilómetros de su tierra, Juan Domingo Perón fue el gran exiliado de la política argentina del siglo XX. Volvió al país para morir con la banda presidencial cruzándole el pecho. A Tomas Eloy Martínez la figura del líder le provocaba fascinación. Pensó mucho en él durante su propio destierro. Le preguntaron una vez acerca de una frase que había deslizado en "La novela de Perón": "tu identidad son tus recuerdos". "Quizá sea esa sensación de extrañeza a la que me enfrentó el exilio", respondió.
"Chango, no te olvides de nosotros. Viví, viví a full. Te amamos, chango", le gritaron los compañeros de detención a Miguel Ángel Estrella cuando, milagrosamente, recuperó la libertad. Le habían torturado las manos y el espíritu, y en esas condiciones se marchó a México. Autodefinido cristiano, peronista e hijo del Concilio Vaticano II, el pianista tucumano vuelve de a ratos. Se instaló en Francia. Para él, el 83 es una de las piedras que va saltando mientras cruza el río de la historia. La piedra basal del retorno, que no fue un mito eterno gracias a la democracia.
Cuentan que si soñamos con un puente y no nos animamos a cruzarlo nuestras vidas irán deteriorándose. El puente del 83 fue real y sus cimientos se nutrieron de institucionalidad. Por eso el cauto entusiasmo con el que los desterrados -los de adentro y los de afuera- echaron a andar. Aferrados al pasamanos, pero con la cabeza levantada.
"Alguna vez, vamos a tener que decir una palabra nueva, alguna vez vamos a tener que decir una palabra que sea nuestra, y esa va a ser nuestra libertad", sostiene el filósofo José Pablo Feinmann, cuyo doloroso exilio -enfermedad incluida- se enmarcó en nuestras fronteras. Libertad, a fin de cuentas, que costó tanto recuperar.
Hubo exilios exteriores disparados por las amenazas de la triple A (Alianza Anticomunista Argentina) cuando el lopezreguismo había cooptado el Gobierno de Isabel Perón, y potenciados por la feroz represión devenida terrorismo de Estado tras el 24 de marzo de 1976. España, Francia, México y Venezuela figuraron entre los principales destinos. Y hubo exilios interiores, destierros en la propia tierra, corazones que se cerraron sobre sí mismos. Mucho miedo.
"El exilio me ha hecho llorar para siempre", confesó Mercedes Sosa. "Pensé que volver a mi tierra querida me curaría, pero el mal estaba muy adentro de mí". La tucumana partió a Francia sin su hijo, circunstancia que la golpeó como un mazazo. Su madre estaba en Tucumán. Ella se quedó sola. "Al no estar en mi patria empezaban a surgir problemas mentales, empezaba a cambiar la voz. Sobre todo, no podía cantar 'Alfonsina y el mar'", reveló.
Al igual que Juan José Saer, Julio Cortázar vivía en Europa desde mucho antes de los 70. No obstante, la dictadura cívico-militar se ensañó particularmente con su obra. Cortázar afirmaba que a partir de 1976 nuestro país vivía un genocidio cultural, apreciación que disparó una polémica con Liliana Heker y Ernesto Sabato.
Cortázar se explayó en una charla con Osvaldo Soriano, otro talento refugiado en Europa. "Es un genocidio cultural a dos puntas -apuntó el autor de "Rayuela"-. Es decir, nosotros que estando afuera no podíamos devolver nuestra cultura a la Argentina, y quedábamos frustrados, aislados y separados. Y luego los impedimentos a los que se han enfrentado los escritores que han querido decir lisa y llanamente la verdad, y que han podido decirla muy entre líneas o se han llamado a silencio".
Conceptos que no aceptaron los escritores desde la barricada interior. "Lamento que usted haya pasado por alto, Cortázar, que a fines del 78 yo estaba en la Argentina. Me privo de conmoverlo contándole por qué mi situación era menos confortable de lo que podría haber sido la suya acá. No importa demasiado. Esa inconfortabilidad es la que la mayoría de nosotros eligió. Muchos estamos para la resistencia. Otros ya vendrán para los festejos", consignó Heker a fines de los 80, en un artículo publicado en la revista El Ornitorrinco.
"Preguntarse sobre el héroe o el traidor sólo puede ser un interrogante maniqueo surgido en un contexto desesperante que no entendía que quienes partieron y se quedaron sufrieron de distinto modo, y que ninguno quedó sin cicatrices. Las heridas de la tortura y las de la distancia fueron para todos y aun así, se compitió por el podio del sufrimiento", analizó el periodista Héctor Pavón.
Subraya su colega Andrea Candia Gajá, quien analizó el tema desde México,
que el exilio estuvo acompañado de pérdidas, nostalgia, esperanzas, lucha y anhelos. Y en medio de un mundo que les resultaba un tanto extraño y habiendo salvado sus vidas por medio del destierro, se abrió espacio a la libertad de las palabras. Los textos fueron el hogar de quienes decidieron escribir "sobre y en el exilio".
Toda esa carga se descomprimió durante la primavera democrática, cuando los amplificadores volvieron a conectarse y se inició el tránsito por el camino del desarraigo, pero esta vez en dirección contraria. Había un país que aguardaba a quienes habían hablado de él desde la lejanía. Cortázar volvió a fines del 83 y, aunque parezca increíble, no se reunió con Raúl Alfonsín. Un desencuentro histórico del que mucho se habló, sobre todo tras la muerte del escritor en París, el 12 de febrero de 1984.
"Yo, por mí, no me hubiera ido nunca, ¿sabés?", le confesó Héctor Alterio a un periodista del madrileño diario El País. Pasó la tormenta y un día su esposa le dijo: 'oye Héctor, ve pensando que tal vez podemos regresar. El cambio de Gobierno ha influido en toda la colonia argentina que reside en Madrid". Fue un shock para el actor, que llevaba 10 años en España. Desde que la triple A lo había amenazado de muerte. Norma Aleandro también debió recalar en España durante los años de plomo. Para ella el exilio equivalió a privarse de la Buenos Aires que tanto ama. Contó las horas hasta el regreso.
Alterio y Aleandro fueron los protagonistas de la película bisagra: "La historia oficial". Los desaparecidos, los niños apropiados durante la dictadura, los negocios oscuros en los que se mezclaron empresarios y militares, elementos que sintetizaban el drama de los años previos, le dieron carnadura al filme de Luis Puenzo. Chunchuna Villafañe, otra exiliada, formó parte del reparto. Y el Oscar coronó ese terrible fresco de época.
Mientras San Martín, Rosas y Alberdi murieron a miles de kilómetros de su tierra, Juan Domingo Perón fue el gran exiliado de la política argentina del siglo XX. Volvió al país para morir con la banda presidencial cruzándole el pecho. A Tomas Eloy Martínez la figura del líder le provocaba fascinación. Pensó mucho en él durante su propio destierro. Le preguntaron una vez acerca de una frase que había deslizado en "La novela de Perón": "tu identidad son tus recuerdos". "Quizá sea esa sensación de extrañeza a la que me enfrentó el exilio", respondió.
"Chango, no te olvides de nosotros. Viví, viví a full. Te amamos, chango", le gritaron los compañeros de detención a Miguel Ángel Estrella cuando, milagrosamente, recuperó la libertad. Le habían torturado las manos y el espíritu, y en esas condiciones se marchó a México. Autodefinido cristiano, peronista e hijo del Concilio Vaticano II, el pianista tucumano vuelve de a ratos. Se instaló en Francia. Para él, el 83 es una de las piedras que va saltando mientras cruza el río de la historia. La piedra basal del retorno, que no fue un mito eterno gracias a la democracia.
Cuentan que si soñamos con un puente y no nos animamos a cruzarlo nuestras vidas irán deteriorándose. El puente del 83 fue real y sus cimientos se nutrieron de institucionalidad. Por eso el cauto entusiasmo con el que los desterrados -los de adentro y los de afuera- echaron a andar. Aferrados al pasamanos, pero con la cabeza levantada.
"Alguna vez, vamos a tener que decir una palabra nueva, alguna vez vamos a tener que decir una palabra que sea nuestra, y esa va a ser nuestra libertad", sostiene el filósofo José Pablo Feinmann, cuyo doloroso exilio -enfermedad incluida- se enmarcó en nuestras fronteras. Libertad, a fin de cuentas, que costó tanto recuperar.
Lo más popular