Por Carlos Páez de la Torre H
11 Diciembre 2013
CAMILO FAGET. Como hombre “inteligente, culto y enérgico”, lo recuerda Aráoz Alfaro la gaceta / archivo
El Colegio Nacional de Tucumán funcionó, desde el comienzo y por largos años, en el actual local de la Escuela Sarmiento, que fue anteriormente claustro del convento mercedario. “Era un amplio edificio con dos patios, uno de los cuales, inmenso, estaba rodeado por una galería de columnas a la que daban todas las aulas”, lo describe el célebre médico tucumano Gregorio Aráoz Alfaro (1870-1955) quien cursó allí el bachillerato.
Recuerda que, en su época, lo dirigía don José Posse, ex gobernador y amigo de Sarmiento. Era un “periodista y escritor vigoroso, a menudo violento, luchador infatigable como su viejo amigo, pero sumamente versátil en política”. Atacaba “frecuentemente hoy al partido y a los hombres con quienes estuvo ayer; lo que debíase, sin duda, a que siendo un espíritu bastante superior al medio político, se desencantaba al poco tiempo de la actuación de los que llegaban al gobierno”.
Cuenta Aráoz Alfaro que “fui su amigo mucho más tarde, en los años de su ancianidad, y pude apreciar mejor entonces su claro talento, su hombría de bien y su fondo de bondad, a pesar de su ruda apariencia de fiero batallador”.
Pero aclara que “don Pepe” Posse, como todos lo apodaban, “no hacía nada o casi nada en el Colegio, cuya dirección efectiva estaba confiada al vicerrector, un hombre inteligente, culto y enérgico, a quien mucho debemos los que entonces nos formábamos: don Camilo Faget”. Claro que, bastaba, todas las mañanas, escuchar el ruido rítmico del bastón de Posse sobre las baldosas del patio, “para que todo el Colegio sintiera el influjo de su autoridad y su prestigio”.
Recuerda que, en su época, lo dirigía don José Posse, ex gobernador y amigo de Sarmiento. Era un “periodista y escritor vigoroso, a menudo violento, luchador infatigable como su viejo amigo, pero sumamente versátil en política”. Atacaba “frecuentemente hoy al partido y a los hombres con quienes estuvo ayer; lo que debíase, sin duda, a que siendo un espíritu bastante superior al medio político, se desencantaba al poco tiempo de la actuación de los que llegaban al gobierno”.
Cuenta Aráoz Alfaro que “fui su amigo mucho más tarde, en los años de su ancianidad, y pude apreciar mejor entonces su claro talento, su hombría de bien y su fondo de bondad, a pesar de su ruda apariencia de fiero batallador”.
Pero aclara que “don Pepe” Posse, como todos lo apodaban, “no hacía nada o casi nada en el Colegio, cuya dirección efectiva estaba confiada al vicerrector, un hombre inteligente, culto y enérgico, a quien mucho debemos los que entonces nos formábamos: don Camilo Faget”. Claro que, bastaba, todas las mañanas, escuchar el ruido rítmico del bastón de Posse sobre las baldosas del patio, “para que todo el Colegio sintiera el influjo de su autoridad y su prestigio”.