Por Alicia Liliana Fernández
24 Diciembre 2013
El Magnificat, de Franz Liszt, despertó bravos para el Coro de Niños y Jóvenes, que elevaron sus voces al cielo detrás del altar. El maestro Jeff Manookian saludó, al borde de la deshidratación, y lo salvó una botellita de agua mineral que alguien le alcanzó. Era la segunda obra del concierto de cierre de temporada de la Orquesta y el Coro Estable, que tuvo lugar en la Catedral, en un ambiente caldeado después de misas masivas desde la tarde. De hecho, muchos feligreses que habían participado del último oficio religioso permanecieron en los bancos, a la espera del concierto. A ellos se sumó muchísimo público específico, que entraba y salía del templo a tomar aire.
Primero fue El Cascanueces, a cargo de la Orquesta. Las danzas de Piotr Tchaikovsky, que inspiraron a Walt Disney para su “Fantasía” tomaron vuelo, pero había que acercarse a los intérpretes para eludir el ruido de los ventiladores, indispensables pero -se sabe- conspiradores de la música. De todas maneras, el Vals de las flores cerró con toda la pompa celebratoria.
Por último, el Gloria, con el Coro Estable, se adueñó hasta de la bóveda. El Laudamus Te brilló con Myriam Molina y Cecilia Real. Valeria Albarracín discurrió con sutileza por los pianos del Domine Deus...; Analía Bejar se hizo cargo de la profundidad del Domine Deus... y del exigente Qui sedes... Un vibrante Cum Sancto Spiritu cerró el más conocido de los tres Glorias que compuso Antonio Vivaldi a comienzos del siglo XVIII. Aplausos y bravos. Merecidos por más de 150 profesionales que hicieron música en condiciones extremas de calor agobiante.
Vino bien que los cuerpos estable ofrecieran música celestial en este fin de año tan difícil. La que quedó en deuda fue la UNT, con su inentendible cancelación del Megaconcierto, que muchos tucumanos esperaban para la semana pasada. Respecto de su postergación: qué pena, tanto esfuerzo y ensayo de villancicos que no podrán cantarse en abril.
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