“Saer no reescribía nunca”

Es uno de los más destacados críticos argentinos. Su último trabajo está dedicado a la escritura de Juan José Saer. “Si hubiese hecho algunas concesiones en su vida, la divulgación de su obra hubiese sido más fuerte. Se peleaba con los agentes, con los editores, insultaba a todo el mundo”, afirma.

“Saer no reescribía nunca”
05 Enero 2014

Por Marcelo Damiani - PARA LA GACETA


- ¿Cómo surgió el tema de los Archivos Saer?

- Todo empezó con una edición crítica de dos de sus novelas para la Colección Archivo: una es Glosa y la otra es El Entenado. La idea era utilizar los propios materiales de escritura y el prestigio de la colección para relanzar la obra de Saer en América Latina y España. Saer estuvo de acuerdo, y esa edición tenía que salir al mismo tiempo que La Grande. Como resultado tuve una serie de entrevistas con él, a quien ya conocía personalmente bastante bien. Me dio los manuscritos de las novelas y estuvimos trabajando mucho alrededor de cómo escribía y cómo guardaba sus materiales. Esto hace que cuando fallece Saer su mujer me pidiera ayuda. Laurence Gueguen es una mujer maravillosa y una viuda ejemplar. Me pidió ayuda para clasificar ese material y también para saber qué hacer con él; lo tuve en casa varios años, y poco a poco fue dando lugar a esta edición.

- Se podría decir que el mismo Saer generó un poco este devenir…

- Sí, él me pidió hacer pública sus modalidades de escritura, que son extraordinarias. Es cierto que era un escritor que tenía un modo de trabajo espectacular en el sentido del trazo de lo escrito y del cuidado y la complejidad de sus lecturas, ideas, tanteos, etcétera, antes de lanzarse a escribir. O sea que él mismo era consciente del interés de sus cuadernos y (me) los entreabrió en vida.

- ¿Cuál te parece que es la principal diferencia entre los dos volúmenes que han aparecido hasta ahora?

- Por un lado, efectivamente, el Saer de la juventud no es el Saer maduro. Hay en el primer tomo algunos cuentos en donde se ven el tanteo, la búsqueda. No creo que le saliera todo bien. Pero también es cierto que es alguien que nunca escribía para buscar cómo escribir. Escribía en una frase, en una idea, aún cuando eran anotaciones fugaces, algo que ya había pensado. Por eso, creo yo, está todo bien. Y por eso Saer no hacía borradores, no reescribía nunca; Saer preparaba muy largamente, escribía muy despacio. Pero después, cuando ves los manuscritos de las novelas, son ya las novelas definitivas. Aún novelas tan complejas como Glosa.

- La edición Archivo de Glosa (editorial Alción) es impresionante.

- Sí, ahí se nota que su escritura ya salía pulida. Creo que había una cosa de escritura mental previa, y lo que aparece en los cuadernos es la parte visible de un trabajo mental. Y por eso está tan bien. Y por eso también son como segmentos muy breves, porque para él también es como recordar una idea, recordar un tono, recordar algo que seguramente para él conllevaba un paquete importante y que era muy sugestivo para escribir. Pero a él le alcanzaba con anotar una idea para pensar todo un capítulo o pensar una definición de personaje o un tono de lo que buscaba.

- Es notable lo que pasa en Papeles de Trabajo I. Ahí se ve cómo convierte un verso de Yeats en una página a partir de la idea.

- Ese verso también está copiado en marginalia en Glosa. Evidentemente una de las cosas interesantes, no la única, es que se ve en dónde están los disparadores de la escritura.

- Se apoyaba claramente en la poesía.

- En la poesía y también en el fragmento. Él escribía con post-it, copiaba en post-it ideas anotadas en cuadernos y en papeles. Después se decidía: Los desplegaba alrededor del cuaderno. El flujo de la prosa de Saer está construido alrededor de los fragmentos que lo rodean…Y al mismo tiempo si subís el punto de vista un escalón, también podés pensar que en la obra esos flujos son segmentos de un todo. O sea que el fragmento, a pesar de todo, cuenta en total. Se puede leer en cada uno de los libros de Saer, en la relación que establecen entre sí, cómo estos fragmentos inéditos también funcionan como puntos de partida de un conjunto. En realidad era un trabajo mucho más tradicional de lo qué él quería reconocer. Un trabajo mucho más sobre la coherencia, la verosimilitud, sobre la psicología, sobre la referencialidad a Santa Fe. Pero todo esto estaba oculto porque no formaban parte de su programa público de escritura. Cuando ves cómo trabajaba en realidad, había una preocupación por la coherencia del edificio.

- Creo que usted aborda muy bien este tema en su libro Un héroe sin atributos. Ahí muestra que la figura que se construye Saer tiene que ver con un cierto borramiento o desconocimiento que contrasta con otras figuras de la literatura argentina.

- Sí, evidentemente tiene una posición fuerte frente a eso. Consciente. Hay pruebas textuales de rechazo al autor tradicional y el deseo de reemplazarla por una figura anti-intelectual en donde lo único que cuenta es el texto. Pero eso, como siempre, termina convirtiéndose en una figura de autor. No hay escapatoria. La figura negativa termina convirtiéndose en una manera de ser del autor y él termina jugando y poniéndose en esa figura. Al principio su postura era que “la autobiografía no existe, el autor no existe”. Al final, en la última entrevista que le hicimos, para la edición de Archivos, él dijo que no, que ahora había aceptado el juego literario. Ese rechazo de la institución, muy virulento, como eran sus posiciones en general, terminó siendo una posición en el campo. Dicho esto, si hubiese hecho algunas concesiones en su vida la divulgación de su obra hubiese sido más fuerte o sería más fuerte en castellano. Se peleaba con los agentes, se peleaba con los editores, insultaba a todo el mundo. No podía dejar de censurar lo que era necesario. Fue una posición que le jugó en contra con respecto a la recepción de su obra.

- Pero quizá él valoraba más el peso de la obra, esto que hoy en día no se valora tanto, frente al peso de la figura (hoy sobrevalorada).

- Sí. Y por eso se hablaba de él, o se lo criticaba, diciendo que tenía un taller literario, en el mal sentido de la palabra, o sea un taller de producción, un artesano, etcétera. Porque no había de dónde agarrarlo si no era por el trabajo de escritura en sí mismo. Como con respecto a otros escritores que tienen apariciones y figuras públicas tan importantes que se los puede criticar por muchas cosas que no tienen nada que ver con lo que escriben. Salvo las polémicas. Pocas, pero terribles. Y sus odios eran vehementes. La última importante fue con Vargas Llosa. Había una cosa falsamente patotera en su entrada al ambiente literario, como el patoteo de un tímido que se manda su provocación y después se retira. Pero no era un papel consistente y repetido.

- Quizá era consciente de que eso, tarde o temprano, se termina comiendo al autor y a la obra.

- Creo que lo único que realmente le importaba era lograr escribir esa obra que él trazó. La conciencia de una ambición extraordinaria. Una conciencia absoluta de valor. Lo único que importaba, con las dificultades vitales de cualquier ser humano, era tratar de tener el espacio y lograr escribir esa obra. Eso pasó mucho por vivir en Francia, por no intervenir demasiado en el campo literario, etcétera. Porque había que escribir la obra. Ahí hay una restricción para llevar a cabo no sólo sobre los escritores negativos sino en general de la necesidad de no estar para ser un gran escritor en Argentina. Como Cortázar. Hay muchos escritores que ocupan un lugar importante pero desde afuera.

- ¿Quiénes serían estos escritores negativos?

- Además de Saer, Macedonio y Borges, por ejemplo, cuando dicen: “Yo no soy más que un lector”, con una modestia que no corresponde para nada con la ambición desmedida de su obra.

- Para cerrar el tema Saer, su última novela, La grande, quedó inconclusa. ¿Usted sabía algo sobre ese final que no pudo escribir?

- Sé que tenía previsto el final pero que durante los últimos meses había cambiado, inclusive, la estructura. No estaba del todo definido. Lo que es claro es que ese último capítulo era un epílogo situado cierto tiempo después que llevaba hasta la muerte y el fracaso de algunos personajes. Algo que tiene que ver con el estilo de la novela decimonónica. Digamos que la acción de la novela estaba terminada pero que la forma, en sí, la estaba trabajando. Por eso los indicios que hay sobre el último capítulo, en los papeles que dejó, son poco relevantes porque son bastante viejos y no sabemos. Después de todo, que él haya terminado su obra con un libro abierto también coincide mágicamente con su propia poesía.

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