El Indec cambió el termómetro, que midió precios calientes
El arrastre estadístico que dejó la inflación de enero, debido a la devaluación de fines de mes, predispone a que el índice de este mes pueda ser mayor al 3,7%, sostiene las consultoras privadas. Tucumán registró una inflación similar al promedio nacional. Los rubros alojamiento y excursiones y transporte de pasajeros fueron los de mayores variaciones en el verano.
El nuevo Índice de Precios al Consumidor Nacional urbano (IPCNu) ha mostrado que la dinámica de los precios se recalentó en el primer año. Por esa razón, el termómetro estadístico ha marcado una variación de precios mensual del 3,7%, cercana a algunas estimaciones oficiales. Algunos expertos y políticos consideran que se trata de una aceptación, por parte del Gobierno nacional, de la realidad que vive el consumidor cada vez que va a comprar los productos de la canasta familiar. Si bien el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) no abrió aún el informe por regiones, LA GACETA pudo establecer que la inflación en Tucumán fue similar a la calculada por el Indec a nivel nacional, es decir, de un 3,7%.
La inflación oficial que releva precios en todas las provincias del país estuvo empujada por aumentos en el costo de los servicios como transporte, salud y esparcimiento; todos bienes no transables, dice un informe de Economía & Regiones (E&R). Lo paradójico es que una devaluación (discreta del 22% en un mes) suele impactar primero en los precios de los bienes transables. Según la consultora, en enero la inflación habría alcanzado un 4% mensual, con un avance acumulado cercano al 29% anual. Los de la Ciudad de Buenos Aires y del Congreso también dieron cuenta del avance inflacionario con incrementos del 4,8% y 4,6% respectivamente.
Sin embargo, para este mes se aguarda un índice mayor, como consecuencia de arrastre estadístico que quedó de los aumentos de fin de enero luego de la devaluación del 18% en un día, sostiene E&R.
De este modo, con un aumento del 5% en febrero la inflación acumulada en los 12 meses alcanzaría un 33,4% anual. “Pero lo paradójico es que el bimestre acumularía una inflación del 9% que se comería más de un tercio de la mejora en competitividad que generó la devaluación de enero (23%)”, agrega.
Según el Centro de Estudios Económicos del Banco Ciudad de Buenos Aires, con el nuevo IPC Nacional se volvería a contar con un termómetro para medir la fiebre del paciente, resultando ahora acuciante comenzar a aplicar la receta adecuada. “El reconocimiento de la inflación y su cuantificación por parte de las autoridades es un avance importante, pero por si sólo no es garantía de nada”, dice.
Sin más dilaciones, la iniciativa está ahora del lado del gobierno. El Banco Central tiene la posibilidad de comenzar a desarrollar un programa monetario-cambiario consistente con un objetivo (explícito) de inflación descendente, que permita anclar las expectativas y obtener logros duraderos en este frente. Pero para que el programa tenga éxito, indica el reporte, el gobierno debería dar señales contundentes de que el déficit fiscal dejará (al menos gradualmente) de recostarse en la emisión monetaria, luego que el año pasado se imprimieran $ 94.000 millones para asistir al Sector Público (un 98% más que el año anterior), explicando la totalidad de la expansión monetaria. “Hoy las expectativas inflacionarias se encuentran fuera de control, por encima del 30%, y el mercado descuenta que la pulseada de cortísimo plazo ganada para sostener la nueva paridad cambiaria podría volver a perderse en el segundo semestre (una vez pasada la cosecha), de no modificarse la actual dinámica inflacionaria”, finaliza.
PUNTO DE VISTA
Tengo un plan, señora - Por Jaime Roig Magister en Economía y Derecho
Tengo un plan, señora! se escuchó decir aquella tarde calurosa de enero en la Casa. A ver nene, contáme cuál, es respondió la jefa. El primer paso no le va a gustar, pero le juro que es la solución: hay que devaluar, afirmó el joven colaborador. ¡Estás loco! Me tienen grabada mientras aseguré que nunca tomaría esa decisión porque perjudicaría a todos los trabajadores del país! Yo no te puse acá para que me digas lo mismo que Bulat, Melconian, Prat Gay o Redrado, aseguró ofuscada la señora.
Luego de un segundo de silencio, con una voz un poco más carrasposa, el joven dijo: me imaginé esto, por eso le dije que es solo el primer paso… Bueno, en realidad, el segundo. Lo primero que voy a hacer es reunirme con los supermercadistas y prohibirles que suban los precios. Luego, con los precios congelados por varios meses, tenemos que decirle al del Banco que no venda tantos dólares, así su precio sube, de a poquito, hasta llegar a un valor acorde con los intereses de todas las partes.
A ver, seguí, dijo más entusiasmada la señora.
Claro, porque así, usted va a tener contentos a todos los trabajadores y también van a estar felices aquellos que sueñan con tener un dólar más alto, continuó el joven economista, pensando en que se acercaba el momento en que los productores del campo debían liquidar sus divisas por exportaciones, porque ¿quién no se dejaría seducir por un dólar a $ 8?
Ahora es el momento del campo que necesita un dólar caro y, de paso, aumentaremos la recaudación. Y el diálogo siguió ¿Vos conversaste esto con el del Banco o con el de la Agencia?, preguntó ella. No! Seguramente se opondrán; necesitamos tomar el toro por las astas e implementar mi plan con la mayor celeridad!, dijo.
Yo sabía que había sido un acierto ponerte acá, a mi lado, porque tu temperamento, conocimiento y juventud me llenan de orgullo. Traeme los papeles que les doy una miradita y los firmo… Vamos para adelante! Vamos por todo!, dijo ella al borde de las lágrimas. El joven se fue sonriente a convocar la primera reunión.
Imaginarnos que esta conversación pudiera haber existido en la Casa Rosada, en enero, nos llevó a consultar el manual de Economía que indica que frente a la determinación de precios máximos, la primera consecuencia es la escasez de productos; también que el supermercado es sólo un oferente dentro del mercado y, para regularlo, se hace necesario concertar con todos sus oferentes. Cualquier medida como esta, que implique altos costos de transacción, es mala. Adicionalmente, la suba del dólar, con la consecuente desvalorización del peso, iba a repercutir en cualquier producto, aún en aquellos que no sean dólar intensivos.
El joven economista no había dimensionado las consecuencias. Su temperamento, le jugó una mala pasada esta vez; le impidió establecer una estrategia conjunta con los encargados del Banco Central y de la AFIP. Él quería ser el padre de la victoria. Debió manejar la variable de los sindicatos y de las industrias. Si quería armar un escenario conveniente para el campo, debió haber reducido las retenciones.
Como la política monetaria actual otorga distintos valores al dólar, que se determine un precio que le sirva a quienes deben importar y otro que le sirva a quienes exportan, sería una buena decisión. Pero para eso, la política cambiaria debe ir de la mano de la fiscal. Porque si la intención es cuidar el bolsillo del pueblo, podría haberse reducido el IVA. Tampoco es justo que en pos del control del mercado se asigne el rango de inspector a cada ciudadano y la misión de fiscalizar los precios de vendedores devenidos en supuestos traidores porque decidieron aumentar un precio, en razón de que lo sofocan los impuestos, costos, gastos, etc.
La señora está cansada a esta altura, no fue al manual y depositó en el joven más de la confianza que hubiera debido. Hay otras alternativas para llevar adelante una estrategia exitosa: direccionar el gasto, menguar el asistencialismo, abrir la industria hacia el mercado internacional, fomentar la inversión, disminuir la presión fiscal, cortar de plano con la burocracia y la corrupción, diseñar una política energética acorde con las reservas monetarias, promover la cultura del trabajo y el estudio.
Como la señora parece conocer de medidas efectistas, de manejo de cámaras y del discurso, ante semejante situación de incertidumbre soberana, pretendió llevar el sosiego con la apertura del cepo cambiario y con el otorgamiento de más subsidios y planes sociales, sin prever que la atención del pueblo sigue puesta en donde estaba, en el monstruo al que alimenta con estas medidas, que solo pueden solventarse con mayor emisión, al que todavía, quizá por miedo o negación, ni ella ni el joven economista siguen sin nombrar: la inflación.