Tres pueblos se mueren entre las crecientes y el salitre

Cansados de las inundaciones y el olvido, en poco más de una década migraron cientos de personas.

ABANDONO. A causa de las inundaciones, los chicos caminan hacia la escuela por caminos en pésimo estado. la gaceta / foto de osvaldo ripoll ABANDONO. A causa de las inundaciones, los chicos caminan hacia la escuela por caminos en pésimo estado. la gaceta / foto de osvaldo ripoll
19 Marzo 2014
El salitre devora ladrillos y la tierra parece haber muerto: nada o muy poco de lo que se siembra crece. Por eso, los cultivos de verduras y cereales desaparecieron. No hace mucho, casi todos los vecinos veían crecer las hortalizas con las que luego se alimentaban. Ahora, en cambio, desde el suelo brota una sustancia rojiza que con el tiempo se vuelve blanca. “Así es el salitre, señor”, aclaró doña Irma Soria. En los parajes de Esquina, Sud de Lazarte y Niogasta, al este de Monteagudo y a orillas de la ruta ruta 332, la tierra parece desangrarse.

Las crecidas de verano del río Chico afectan la vida de la gente del lugar. A tal punto que amenazan con extinguir esos pueblos. De hecho, ayer, tras la tormenta y las inundaciones en la zona de Santa Ana (al oeste de estas localidades), los vecinos vivieron horas dramáticas: pasaron el día en alerta esperando el avance del agua (hasta el cierre de esta edición, afortunadamente no se habían producido problemas en esa zona, según Defensa Civil).

“En Esquina quedaron apenas unas cuatro casas, mientras que las familias que viven en Sud de Lazarte de a poco se vienen a vivir a Niogasta, que está más cerca de la ruta nacional 157. Otras se fueron directamente a Monteagudo”, dijo Ricardo Serapio, médico del Centro de Integración Comunitaria (CIC) de la zona.

Hace poco más de una década se estimaba que en esos parajes vivían unas 1.300 personas. En el 2012, el CIC tenía censadas 1.040. Ahora se estima que la cifra de habitantes ronda las 930 almas. Es decir, ya se fue el 30% de la población. El río, que crece en el verano, desaloja a pobladores que nacieron en esas tierras. Según los lugareños, el problema, que se repite desde hace más de una década, se solucionaría con el dragado del cauce y con la construcción de defensas. Pero aseguran que esos trabajos no se hacen.

Robos

“Este año no sufrimos tanto, pero igual tuvimos problemas, porque el barro no deja avanzar ni en camioneta. Sólo es posible salir de casa en tractor”, aseguró doña Irma, de Niogasta. “Cuando se va el agua, los caminos quedan intransitables y nadie los arregla. Si por lo menos se los enripiara no sufriríamos tanto para salir de aquí”, añadió. Irma añora los tiempos de su juventud. “Entonces se podía cultivar de todo y criar animales. En estos últimos años el salitre no deja hacer nada”, lamentó. El robo de cerdos, cabras y aves también es un flagelo. Es por esta razón que ya nadie quiere criarlos. “Teníamos varios animalitos y de a poco fueron desapareciendo. Cuidaba un último lechoncito para el día en que me recibiera de profesora. Pero cuando fui a buscarlo al corral ya no estaba. Nos quedamos sin festejos”, recordó Soledad Zelarayán.

La muchacha denunció que en esa zona, los jóvenes no tienen posibilidades de progresar. “No hay trabajo de ningún tipo. Antes, por lo menos, la gente podía trabajar en los cultivos. Ahora nada. Sin un plan social es difícil subsistir”, agregó. Su padre, Eladio, es una de las víctimas del desempleo y por esa razón decidió migrar a Río Negro para trabajar la cosecha de la manzana. Con él partieron un hijo y otra veintena de vecinos.

“La esperanza está en el estudio. El problema es que es muy difícil salir o entrar al pueblo por el pésimo estado de los caminos. A mí me pasa casi siempre: los días que voy a estudiar llego de noche a mi casa”, explicó Soledad. También dijo que la mayor parte de los jóvenes planea emigrar algún día. “Uno sueña con vivir mejor, sin tantas dificultades. Aquí no hay ni una ambulancia. Vivimos completamente desamparados y sin posibilidades de progresar”. se quejó Jorge Suárez.

Humedad y piodermitis

El médico Serapio dijo que los anegamientos que causa el Río Chico también impactan en la salud de los pobladores. “A la piodermitis (enfermedad cutánea) la padecieron casi todos, producto de la humedad y de la tierra. También son comunes las patologías gastrointestinales”, explicó. Todos los casos, según dijo, fueron tratados y curados gracias a que en el consultorio del CIC se disponía de los medicamentos necesarios. El profesional, oriundo de Niogasta, también padece el aislamiento que castiga al pueblo en los tiempos de lluvia.

Mabel Savino, directora de la escuela primaria Roque Aragón, contó que los alumnos de la institución viven odiseas para llegar a clases. A tal punto que algunos de ellos se ven obligados a caminar o a cabalgar hasta tres kilómetros. “En este establecimiento, los chicos están contenidos con el comedor y en la atención de la salud que realiza el CIC. Pero todos soportamos el problema en los caminos que produce el río”, remarcó la docente.

Una de las últimas satisfacciones que vivieron los habitantes de la zona fue la apertura de la escuela secundaria, a la que asisten unos 70 estudiantes. Tiene orientación en Ciencias Naturales. Elena Oscar, su directora, aseguró que algunos de los chicos llegan desde las inmediaciones del dique El Frontal. “Se sacrifican mucho, porque los caminos están desdibujados por los desbordes del río”, insistió. “Tardan mucho en llegar. El esfuerzo les da hambre. Por eso aspirábamos a darles un comedor. Pero no pudimos”, se lamentó.

En Niogasta, Sud de Lazarte y Esquina, la vida de sus pobladores parece estar repleta de escollos. El río les juega en contra. “Si nos escucharan e hicieran las obras que necesitamos, las cosas serían distintas”, concluyó Irma.

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