"Heredero del diablo": Se vienen los anticristos

Una pareja de jóvenes recién casados pasa su luna de miel en la República Dominicana. La última noche viven una extraña experiencia y a poco de llegar de regreso a su hogar, la esposa descubre que está embarazada. Pero la gestación se desarrolla como un proceso dramático y su desenlace resultará terrorífico.

26 Abril 2014
El comienzo del filme muestra una cita del Evangelio en la que se advierte que una evidencia del fin de los tiempos será la llegada de los anticristos. Inmediatamente, el relato se articula desde la declaración en sede policial de un joven esposo que niega haber cometido un delito que no se especifica. Desde entonces y hasta los minutos finales, los directores vuelven atrás nueve meses en el tiempo para estructurar un atrayente relato a partir de lo que captan una serie de cámaras (la propia de los protagonistas o filmadoras de vigilancia); se muestra el casamiento y la luna de miel de una joven pareja, el regreso del viaje de bodas, el anuncio del embarazo de la esposa y todo el proceso de gestación, durante el que ocurren cosas más que extrañas, que llevan a la pareja a un desenlace siniestro.

Resulta más que obvio que en las entrañas de la joven crece nada menos que un retoño del propio Satanás. Esta situación remite fatalmente a uno de los grandes títulos de este género en la historia del cine: “El bebé de Rosemary” (Roman Polanski, 1968). Por supuesto que la comparación con aquel clásico deja en desventaja a esta realización, pero debe reconocerse que la eficaz dosificación de la tensión a lo largo del relato y el buen gusto que revelan los directores al descartar los tradicionales golpes bajos en este tipo de realizaciones suman preciosos puntos al filme. Otro aporte (que tampoco resulta original a esta altura de los acontecimientos) es el uso de cámaras que comparten la escena con los protagonistas. Este recurso le suma dramatismo a las escenas y ayuda a que el espectador se involucre de manera más cercana con los personajes centrales.

Como puede apreciarse, ni el núcleo dramático del filme ni su tratamiento visual aportan mayores novedades; sin embargo, la consistencia del relato, la buena administración de recursos nada espectaculares y la prolijidad a la hora de exponer la historia redondean un más que aceptable entretenimiento dentro de las convenciones que imponen este tipo de realizaciones.

El final de la película, con una breve escena que remite a la cita bíblica del comienzo, cierra el relato y cumple con uno de los preceptos del género, que es el de no permitir que el espectador se vaya del todo tranquilo del cine una vez que se encienden las luces de la sala.

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