26 Mayo 2014
La década kirchnerista logró encorsetar diversas variables que, normalmente, deberían estar sueltas, libres, fluctuando de acuerdo a las leyes del sistema económico. Ahora, si se decide cortar amarras con todo el mundo y la nación se instala en un esquema situado en las antípodas, entonces es otro cantar. Pero hay mixturas que no son posibles y hay sobrados ejemplos de los fracasos en esas situaciones. Argentina atravesó, en más de una ocasión, esa circunstancia pero, lejos de aprender las lecciones, parece haber en la conducción política una tendencia suicida a tropezar con la misma piedra.
Tarifas, dólar, salarios, exportaciones, importaciones... todo fue abordado y tratado de controlar a su antojo por una administración que apeló a las herramientas menos aconsejables, tanto para aumentar, para mantener y para luego recuperar el volumen de la caja fiscal; en varias ocasiones también para mantener zanahorias efímeras ante el electorado. Ahora, tras una década, la gordura, que no es hinchazón, hace ceder al corsé. Entonces empiezan a aparecer los inevitables espectros que se hacen presentes en estas circunstancias.
La historia de cómo se suceden los hechos es conocida: inflación, enfriamiento de la economía y afectación de las fuentes laborales. En este punto se encuentra hoy la Argentina. Los puestos de trabajo comienzan a resentirse con las suspensiones y con las licencias enmascaradas como “vacaciones anticipadas”. Entonces, empiezan a aparecer los despidos.
Las cesantías todavía son incipientes pero están asomando. La crisis del sector automotriz se muestra como ejemplo de esta situación y ya hay trabajadores de algunas autopartistas que se quedan sin empleo, mientras miles de operarios de las terminales rezan para volver a sus puestos y para mantenerlos. “Suspensión no es despido”, fue la ocurrencia del jefe de Gabinete, Jorge Capitanich. No vale la pena detenerse en un análisis ante tamaña declaración de alguien que nunca sufrirá los avatares del desempleo.
Mientras los fantasmas tienden a corporizarse, la inflación continúa con su destructiva tarea, y ya empezó a comerse las primeras cuotas de los aumentos salariales pactados en las aún frescas paritarias. El aumento de precios constante que lija los sueldos, al que se sumará el de tarifas en un tiempo no muy lejano, cuenta con la “colaboración” del Impuesto a las Ganancias. La presidenta, Cristina Fernández, y sus funcionarios siguieron generando expectativa sobre una elevación del haber mínimo no imponible, y el anuncio concreto se hará cuando tengan hechas las ecuaciones que les permitan hacer entrar por un lado lo que sale por el otro. De todas maneras, mientras no se reformule el mortal tributo -ello incluye las escalas- el mecanismo aplicado hasta ahora será pan por el momento y hambre para después. Hay millones de ciudadanos sin trabajo o con empleo en negro. Entonces, cuando el corsé empieza a ceder, por cuestiones harto conocidas, la historia es coherente en ese sentido, ya que el hilo, inevitablemente, empieza a cortarse por la parte más delgada.
Tarifas, dólar, salarios, exportaciones, importaciones... todo fue abordado y tratado de controlar a su antojo por una administración que apeló a las herramientas menos aconsejables, tanto para aumentar, para mantener y para luego recuperar el volumen de la caja fiscal; en varias ocasiones también para mantener zanahorias efímeras ante el electorado. Ahora, tras una década, la gordura, que no es hinchazón, hace ceder al corsé. Entonces empiezan a aparecer los inevitables espectros que se hacen presentes en estas circunstancias.
La historia de cómo se suceden los hechos es conocida: inflación, enfriamiento de la economía y afectación de las fuentes laborales. En este punto se encuentra hoy la Argentina. Los puestos de trabajo comienzan a resentirse con las suspensiones y con las licencias enmascaradas como “vacaciones anticipadas”. Entonces, empiezan a aparecer los despidos.
Las cesantías todavía son incipientes pero están asomando. La crisis del sector automotriz se muestra como ejemplo de esta situación y ya hay trabajadores de algunas autopartistas que se quedan sin empleo, mientras miles de operarios de las terminales rezan para volver a sus puestos y para mantenerlos. “Suspensión no es despido”, fue la ocurrencia del jefe de Gabinete, Jorge Capitanich. No vale la pena detenerse en un análisis ante tamaña declaración de alguien que nunca sufrirá los avatares del desempleo.
Mientras los fantasmas tienden a corporizarse, la inflación continúa con su destructiva tarea, y ya empezó a comerse las primeras cuotas de los aumentos salariales pactados en las aún frescas paritarias. El aumento de precios constante que lija los sueldos, al que se sumará el de tarifas en un tiempo no muy lejano, cuenta con la “colaboración” del Impuesto a las Ganancias. La presidenta, Cristina Fernández, y sus funcionarios siguieron generando expectativa sobre una elevación del haber mínimo no imponible, y el anuncio concreto se hará cuando tengan hechas las ecuaciones que les permitan hacer entrar por un lado lo que sale por el otro. De todas maneras, mientras no se reformule el mortal tributo -ello incluye las escalas- el mecanismo aplicado hasta ahora será pan por el momento y hambre para después. Hay millones de ciudadanos sin trabajo o con empleo en negro. Entonces, cuando el corsé empieza a ceder, por cuestiones harto conocidas, la historia es coherente en ese sentido, ya que el hilo, inevitablemente, empieza a cortarse por la parte más delgada.
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Néstor Kirchner
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