09 Junio 2014
ESTA ES MÍA. Rafael Nadal se abraza a una copa que conoce muy bien. El español la ganó por novena vez en su carrera.
PARÍS.- Ningún lugar del mundo le dio tanta gloria a Rafael Nadal como París, una ciudad con la que el tenista español mantiene una historia de amor que parece eterna.
La capital francesa fue testigo hoy de un hecho sin precedentes en la historia del deporte de la raqueta: Nadal se convirtió en el primer jugador que gana nueve veces el mismo Grand Slam.
“Lo que he vivido en Roland Garros es inolvidable”, dijo el número uno después de batir al serbio Novak Djokovic en la final por 3-6, 7-5, 6-2 y 6-4 y levantar al cielo una nueva Copa de Mosqueteros.
Cuando en 2005 pisó por primera vez la arcilla de la cancha Philippe Chatrier, pocos podrían imaginarse que estaban presenciando el inicio de una dinastía, pero ahora, casi una década después, la pregunta que se hacen muchos es hasta cuándo alargará su leyenda.
Nadal vivió todo tipo de momentos y emociones en las pistas de Bois de Boulogne. Fue en la ciudad del amor donde ganó en 2005 siendo un “teenager” de pelo largo y camiseta sin mangas el primero de sus 14 títulos de Grand Slam. Fue ahí donde arrolló, en 2008, a Roger Federer como nunca jamás volvería a sucederle al suizo. Y fue allí donde en 2012 puso fin a una racha de tres finales consecutivas de Grand Slam perdidas ante Djokovic.
Pero como cualquier historia de amor, la relación entre Nadal y París pasó por un momento crítico. El español perdió ante el sueco Robin Soderling en los octavos de final de 2009, un año grabado a fuego en la carrera de Nadal por los problemas de rodilla y la separación de sus padres, dos hechos que terminaron torturando su mente y su tenis. Desde entonces, acumula cinco títulos seguidos en esa tierra. Nadal se lanzó por novena vez a la arcilla de París antes de recibir de manos del legendario Björn Borg otro trofeo más para sus vitrinas.
El número uno del mundo no pudo contener las lágrimas cuando el himno español retumbó en los altavoces de la cancha central. Son ya nueve veces en los últimos diez años con la misma música.
Ahora nadie se atreve a pronosticar el fin de la íntima relación entre Nadal y París, casi tan robusta como las hileras de candados que colocan los enamorados del Puente de las Artes sobre el río Sena.
La capital francesa fue testigo hoy de un hecho sin precedentes en la historia del deporte de la raqueta: Nadal se convirtió en el primer jugador que gana nueve veces el mismo Grand Slam.
“Lo que he vivido en Roland Garros es inolvidable”, dijo el número uno después de batir al serbio Novak Djokovic en la final por 3-6, 7-5, 6-2 y 6-4 y levantar al cielo una nueva Copa de Mosqueteros.
Cuando en 2005 pisó por primera vez la arcilla de la cancha Philippe Chatrier, pocos podrían imaginarse que estaban presenciando el inicio de una dinastía, pero ahora, casi una década después, la pregunta que se hacen muchos es hasta cuándo alargará su leyenda.
Nadal vivió todo tipo de momentos y emociones en las pistas de Bois de Boulogne. Fue en la ciudad del amor donde ganó en 2005 siendo un “teenager” de pelo largo y camiseta sin mangas el primero de sus 14 títulos de Grand Slam. Fue ahí donde arrolló, en 2008, a Roger Federer como nunca jamás volvería a sucederle al suizo. Y fue allí donde en 2012 puso fin a una racha de tres finales consecutivas de Grand Slam perdidas ante Djokovic.
Pero como cualquier historia de amor, la relación entre Nadal y París pasó por un momento crítico. El español perdió ante el sueco Robin Soderling en los octavos de final de 2009, un año grabado a fuego en la carrera de Nadal por los problemas de rodilla y la separación de sus padres, dos hechos que terminaron torturando su mente y su tenis. Desde entonces, acumula cinco títulos seguidos en esa tierra. Nadal se lanzó por novena vez a la arcilla de París antes de recibir de manos del legendario Björn Borg otro trofeo más para sus vitrinas.
El número uno del mundo no pudo contener las lágrimas cuando el himno español retumbó en los altavoces de la cancha central. Son ya nueve veces en los últimos diez años con la misma música.
Ahora nadie se atreve a pronosticar el fin de la íntima relación entre Nadal y París, casi tan robusta como las hileras de candados que colocan los enamorados del Puente de las Artes sobre el río Sena.