10 Junio 2014
26 años: dos Mundiales de Clubes, tres Ligas de Campeones, dos Supercopas de Europa, seis Ligas de España, seis Supercopas de España y dos Copas del Rey; cuatro veces Balón de oro (de 2009 a 2012), y récords para llenar páginas y páginas (máximo goleador de la historia de Barcelona, 91 gritos en una sola temporada, convertir en 21 partidos consecutivos, y sigue). Lionel Messi ya logró casi todos los títulos, acaparó muchos récords y es considerado por cada vez más personas como el mejor futbolista. Pero si algo le falta es un Mundial. Sólo así eliminará terminará de recibirse de grande.

Es ese detalle, esa deuda maldita que arrastra con la Selección, la que hace tambalear las vitrinas copadas de títulos de todo tipo. El gol que aportó en la paliza 6-1 de Argentina sobre Serbia en el Mundial 2006 (cuando no se discutía que ocupara un lugar en el banco) es poco para el apellido Messi... ¿Y el Mundial que pasó en Sudáfrica siendo estrella máxima sin siquiera poder hacer uno? Eso, para los “detractores” que nunca faltan, terminó de partirle el alma (seguro junto con otros millones que sufrieron como él).

Por eso, a esta altura, Brasil 2014 carga la etiqueta de “El Mundial de Messi”. Porque si no es ahora cuando el astro logre brillar con más fuerza y hacer de la cita una de sus competencias favoritas, entonces difícilmente el amor argentino se reavive como lo hizo para lo que viene. Una gran participación en las últimas Eliminatorias, por fin haciendo en Argentina lo que le pedían que copiara de su Barcelona, incrementó las esperanzas en “Leo”. Con un flojo año “culé”, hasta él mismo se dio cuenta de que el Mundial que se viene puede ser el que tanto esperaba. “Muchas veces me pasó que no me salían las cosas en la Selección e iba al Barcelona y jugaba bien. Entonces, esperemos que esta vez sea al revés”, señaló algo supersticioso.

Messi ya se reencontró con la camiseta y jura adorarla. Se ve en la imagen: la acaricia como a un amor. Ahora sólo falta que la postal se repita en Brasil, luego de un gol y, por qué no, de una final ganada.

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