Hay versatilidad táctica

Sabella volvió a usar el esquema 5-3-2, aunque no sería la principal opción en el debut. Por Guillermo Monti, enviado especial de LA GACETA.

FIJA. Agüero baja del micro que llevó a la Selección desde el aeropuerto de Río de Janeiro a la concentración en el barrio de Leblon. “Kun” tiene su lugar en la delantera. FIJA. Agüero baja del micro que llevó a la Selección desde el aeropuerto de Río de Janeiro a la concentración en el barrio de Leblon. “Kun” tiene su lugar en la delantera.
Hay plan “A” y plan “B” en la Selección, versatilidad táctica sumamente necesaria en torneos cortos como la Copa del Mundo, en los que aguarda una sorpresa al compás de cada partido. A Alejandro Sabella le agrada el dibujo con cinco defensores y dos hombres sueltos en ataque, pero ese 5-3-2 tropieza con la sobreabundancia de cracks. La coexistencia de Lionel Messi, Sergio Agüero, Federico Higuaín y Ángel Di María entre los 11 que marca la agenda del DT. Si están en plenitud física son intocables y Argentina se ciñe a ellos. De lo contrario las cosas cambian radicalmente.

Sabella trabajó el 5-3-2 ayer por la mañana. La opción “B” se armó integrando a Hugo Campagnaro a la última línea y a Maxi Rodríguez en el ala derecha del medio campo. Messi y Agüero quedaron de punta, Di María por izquierda y Mascherano fue el eje del equipo. Este esquema sacrifica el doble cinco y manda a Fernando Gago al banco. No hay un nueve de referencia en el área, el puesto del lesionado Higuaín.

Hay un antecedente que merece ser tenido en cuenta. El año pasado Argentina le ganó 2-0 a Bosnia con el 5-3-2 sobre el terreno. A ese amistoso, disputado en Estados Unidos, la Selección acudió sin la dupla Messi-Higuaín (jugó Rodrigo Palacio). El dato llama la atención por la coincidencia del rival. No obstante, todo indica que Sabella no apelará a esta formación para enfrentar mañana a los balcánicos, un conjunto rocoso que se cierra con orden del medio hacia atrás mientras apuesta por los goles de Edin Dzeko -compañero de Agüero en Manchester City-. Así que si no juega Higuaín, por lo visto en los entrenamientos en su lugar lo hará Ezequiel Lavezzi.

Si cada DT se ampara en su librito de instrucciones al momento de tomar decisiones, es una suerte que el de Sabella incluya varios capítulos. Se trata de un activo del entrenador. Sabella no inventó nada en el fútbol y lo acepta con honestidad. Este es su primer Mundial al comando de la Selección, pero el segundo si se cuenta su experiencia en Francia 98, cuando integraba el cuerpo técnico de Daniel Passarella. Aquella formación que perdió con Holanda en cuartos de final llevaba el sello del ciclo Pasarella: cuatro en el fondo, Matías Almeyda y Diego Simeone con el hacha en el cinto, Sebastián Verón en un ida y vuelta permanente, y arriba el trío “Piojo” López-Batistuta-Ortega.

El ADN futbolero de Sabella se nutrió en las inferiores de River, donde le tocó ser suplente de un ídolo: “Beto” Alonso. Eran tiempos románticos y Argentina fue campeón mundial en 1978 con el clásico 4-3-3 menottiano. Sabella disfrutaba la primavera de su carrera en 1982 pero César Menotti lo dejó al margen de la Copa de España. La 10 de la Selección ya le pertenecía a un tal Diego Maradona. Con la camiseta de Estudiantes, Sabella fue campeón integrando un equipazo: en la media cancha jugaba con Miguel Russo, “Bocha” Ponce y Marcelo Trobbiani. Lo dirigía Carlos Bilardo, pero con miras a la gesta de México 86, ya al comando del seleccionado, Bilardo eligió a Maradona, Borghi, Bochini, Tapia y Trobbiani para conformar el plantel.

A un futbolista de los kilates de Sabella una Copa del Mundo no le habría quedado grande. Una histórica foto de El Gráfico lo retrata con la pelota -una de las antiguas Pintier- bajo la suela, la mirada buscando el pase, la camiseta suelta, el 10 en el pantalón. Ya se le volaban las chapas. Ese enganche talentoso, capaz de contagiarle su ritmo a un partido (por algo le dicen “Pachorra”) devino en entrenador tan estudioso como exitoso. Su Estudiantes le complicó la vida al mejor Barcelona, el de Pep Guardiola, en la definición del Mundial de Clubes.

Se puede ponerle todas las fichas al vértigo, como Marcelo Bielsa lo intentó en 2002, o beber del clásico manantial del enganche. José Pekerman lo hizo en 2006. Claro, tenía a Juan Román Riquelme. Hace cuatro años, en Sudáfrica, a Maradona se le quemaron los papeles cuando Alemania rompió el cero apenas nacía el partido. Ya sabemos cómo terminó esa historia. No da la sensación de que a Sabella pueda ocurrirle lo mismo. La derrota figura en todas las previsiones, pero no siempre se debe a desaguisados tácticos o a falta de variantes para replantear un partido en plena competencia.

El 5-3-2 no resulta simpático, por más que esconde en una aparente vocación defensiva la posibilidad de elastizarse al máximo. De mutar en 3-5-2 con el automático adelantamiento de los laterales, por caso. También le quita a Di María responsabilidades en la marca, esas que asume con la mejor de las voluntades cuando Messi, Agüero e Higuaín se engolosinan en las inmediaciones del área adversaria.

La función de los técnicos es acumular recursos para contrarrestar los mil imponderables que depara el juego. Ayer Andrés Iniesta dejó a David Silva de cara al gol cuando España ganaba 1 a 0. Pero falló y Holanda terminó propinándole una paliza histórica al campeón reinante. Imponderables, como el blooper de Iker Casillas que terminó de derrumbar a su equipo. Todo puede ocurrir.

La diferencia que marca un entrenador es su capacidad de reacción cuando el decorado empieza a incendiarse. Sabella se preparó toda su vida para dirigir a la Selección en un Mundial. La evaluación, inapelable, empieza mañana.

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