Adolfo Aguirre: El zafrerito que conmovió a “La Negra”

Su historia como estoico agricultor de caña inspiró la canción de Osvaldo Costello “Muchacho pelador” que, en los 70, popularizó Mercedes Sosa

EL LEGADO DE CHICHÍ Y LA NEGRA. Adolfo Aguirre conserva con orgullo el disco original en el que se grabó la zamba que cuenta su historia. LA GACETA/ FOTO DE FRANCO VERA
EL LEGADO DE CHICHÍ Y LA NEGRA. Adolfo Aguirre conserva con orgullo el disco original en el que se grabó la zamba que cuenta su historia. LA GACETA/ FOTO DE FRANCO VERA
Cualquiera que haya escuchado “Muchacho pelador”, esa bella zamba de Osvaldo “Chichí” Costello que inmortalizó Mercedes Sosa, podría pensar que Adolfo Aguirre (el chico sufrido al que alude el poema), fue un personaje soñado por el poeta para combatir la nostalgia. Una especie de héroe popular en perenne combate con la vida. Pero no. Todo lo contrario: Adolfo Aguirre, cuya juventud en el surco era - según los versos de Costello- como el alma del azúcar, es en realidad un hombre de carne y hueso que vive en su Tafí Viejo natal. Eso sí, ya no es el jovencito cuyas tribulaciones inspiraron una de las zambas más hermosas del cancionero tucumano, sino un empleado municipal agradecido a punto ya de convertirse en jubilado. “Siempre fui de bajo perfil. Salvo mi familia, nadie supo hasta ahora que aquel muchacho pelador soy yo”, cuenta.

En su casa de la Villa Obrera, Adolfo mantuvo a resguardo ese secreto hasta que en 2012, un compañero de trabajo le preguntó si él tenía algo que ver con el protagonista de la famosa canción, ya que tenían el mismo nombre. “¿Sos pariente de él? ¿Lo conocés? Lo estamos buscando para el homenaje que vamos a hacerle a Chichí”, le dijo. Él, con serenidad y un poco de orgullo, le contestó: “Claro que lo conozco. Lo conozco muy bien. El chico de la canción soy yo”.

Fue entonces cuando Adolfo se convirtió en personaje. Y su historia se volvió un símbolo de entereza y superación personal.

Una niñez pobre
“Comencé a pelar caña a los 12 años, en una finca que pertenecía a mi abuelo. En aquel tiempo mi padre, que ya estaba jubilado, se había hecho cargo de los cinco hijos de una hermana suya que falleció imprevistamente. Y por supuesto la economía familiar, que ya era precaria, empezó a tambalear. Entonces mi abuelo, que vivía también en casa, puso a disposición esa finca para que mis primos y yo la trabajáramos. Así empezamos a cultivar caña”, relata. Esa tarea, que comenzaba apenas salía el sol, se volvió una suerte de duro ritual familiar que, sin embargo, no consiguió doblegar la voluntad de los chicos. “Mi padre se crío en el campo y sabía mucho de la siembra. Hasta hoy recuerdo cada proceso de la plantación de caña. Primero preparábamos el terreno con el arado para luego plantar la caña semilla, que colocábamos a lo largo del surco. Hecho esto, volvíamos a arar para tapar la caña semilla. Después hacíamos el deshierbe y el proceso continuaba. En esa finca aprendimos mucho; nos hicimos hombres”, recuerda.

Pero los padres de Adolfo tenían en claro que el trabajo duro no era suficiente para labrarse un futuro digno; también era necesario el estudio. “Mi madre, que era analfabeta, siempre nos instó a estudiar. Nos decía: ‘Demasiado con un burro en casa. ¿Para qué vamos a tener más?’. Por eso, cuando terminábamos la labor en la finca, entre las 6 y las 7 de la tarde, íbamos a la nocturna. Mis primos, incluso, llegaron a ser abanderados”, añade.

Las manos sangrantes
Justamente en la escuela se inició la génesis de la zamba. “Es que yo casi siempre iba a clase con las manos vendadas porque me sangraban. Sobre todo la derecha, que es con la que pelábamos la caña y, por eso, no podíamos tener guante. Para cortar la caña había que saber dónde dar el machetazo. Y sin protección, la malhoja lastima: es como una navaja”, explica Adolfo. Esas manos vendadas, atravesadas por surcos sangrantes, llamaban la atención de sus compañeros. Uno de ellos, Carlos Ávila (que también era amigo suyo) le contó a Costello la historia de Adolfo. Y el poeta se propuso plasmarla en una zamba.

Pasó el tiempo y el mismo día que Adolfo cumplió 25 años, Costello se presentó en su casa. “Para mí fue una sorpresa. Chichí vino acompañado por otro poeta taficeño, Chacho Zelaya y por Rubén Cruz, además de Ávila. Apenas me saludaron sacaron un regalo que tenían escondido. Era el álbum de Mercedes Sosa en el que estaba la zamba ‘Muchacho pelador’. Imagínese mi emoción. Fue el mejor día de mi vida y yo festejé a lo grande. Incluso tomamos el vino que tenía guardado mi papá”, recuerda mientras los ojos se le llenan de lágrimas.

Aún conserva el disco. Y lo escucha junto a sus hijos y nietos. Es su legado. Un legado que resume su vida y su historia; su ética y su visión del mundo. “Con ‘Chichí’ me unió una profunda amistad. Una amistad de la que siempre me he sentido orgulloso. Sufrí mucho cuando murió, porque era un hombre muy joven. Aún tenía mucho para dar. Aunque a mí, me dio lo mejor”, concluye.

Un mensaje humano en medio de proscripciones

La génesis de “Muchacho pelador” fue bastante compleja. No se dio de un día para el otro.

“Hay que tener en cuenta que esto pasó en 1976, es decir, cuando estábamos bajo el gobierno de los militares. Y, por supuesto, Mercedes Sosa estaba exiliada. Y para escucharla había que hacerlo encerrado y con el volumen bajo. Sin embargo, el gobierno le había otorgado tres meses para que ella pudiera venir a Buenos Aires para cumplir con sus compromisos de grabación”, cuenta Adolfo Aguirre.

Fue en uno de los viajes de “La Negra” a la Argentina que Costello aprovechó para presentarle tres de sus composiciones: “Chacarera del Agapo” (con letra de Costello y música de Rubén Cruz), “Agosto en Tucumán” (un tema que la cantante hizo famoso un tiempo después) y “Muchacho pelador”, que finalmente fue la elegida. “Después, por el mismo ‘Chichí’ me enteré que Mercedes Sosa había quedado muy conmovida con el tema y que por eso lo había incluido en su disco. Le dijo que tenía un contenido humano muy profundo y que era eso lo que ella estaba buscando”, agrega. Después de grabar el disco que llevaba su nombre, “La Negra” trató de permanecer en la Argentina a pesar de las prohibiciones y las amenazas, hasta que en 1978, en un recital en La Plata, fue cacheada y detenida en el propio escenario y el público asistente fue arrestado. La maniobra se produjo momentos después de que ella cantara “Muchacho pelador”.

Icono del folclore
Claro que Aguirre jamás imaginó que el tema se convertiría en un icono del folclore. A tal punto que fue interpretado por una gran cantidad de artistas argentinos y extranjeros. Uno de los últimos es el taficeño Juan Pablo Ance, que lo incluyó -en una particular versión- en su flamante disco “Árbol de luz”, que aún no ha sido presentado oficialmente.

Y, a pesar de que ya han pasado casi 40 años, Aguirre sigue escuchando “su” zamba. “Tengo una grabación casera del tema cantado por el mismo ‘Chichí’ que cada vez que la escucho me hace saltar las lágrimas”, señala.

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