Por Guillermo Monti
16 Junio 2014
¿Deben tocarse los himnos nacionales en un espectáculo deportivo? Dejemos el debate para otro momento. Lo vivido en el Maracaná durante el debut mundialista de la Selección resultó tan conmovedor que cortó el aliento. Fueron 55.000 argentinos, o más, acompañando el Himno con la música del corazón. El cenit de la emoción, el coro del espíritu. Nunca se había vivido algo similar en Brasil. Nunca le habían arrebatado el Maracaná al pentacampeón. Ayer fue celeste y blanco en los cuatro costados. El cuadro, pintado por algún Miguel Ángel futbolero, es digno del museo de la pasión.
El banderazo del sábado en Copacabana había sido el preludio. Ayer la hinchada argentina ejecutó una sinfonía de banderas, pelucas, camisetas y disfraces. Copó el barrio desde la mañana y el estadio apenas se abrieron las puertas. Y la Selección fue local otra vez. Será difícil que este fenómeno se repita con semejante intensidad, la de la primera vez. Más allá del golazo de Messi, del valor del triunfo y de las dudas que dejó el equipo, quedó el hecho histórico. Si el fútbol es capaz de erizar la piel en sus múltiples aristas, el Argentinazo del Maracaná logró erizar el alma.
El banderazo del sábado en Copacabana había sido el preludio. Ayer la hinchada argentina ejecutó una sinfonía de banderas, pelucas, camisetas y disfraces. Copó el barrio desde la mañana y el estadio apenas se abrieron las puertas. Y la Selección fue local otra vez. Será difícil que este fenómeno se repita con semejante intensidad, la de la primera vez. Más allá del golazo de Messi, del valor del triunfo y de las dudas que dejó el equipo, quedó el hecho histórico. Si el fútbol es capaz de erizar la piel en sus múltiples aristas, el Argentinazo del Maracaná logró erizar el alma.
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