Mascherano y 10 más

El volante es el alma de la selección, el jugador que con su entrega sigue empujando al equipo hacia la victoria; un líder con todas las letras

CORRE Y RASPA. Mascherano se juega la vida en cada pelota; es el gran hacedor del buen torneo argentino. reuters CORRE Y RASPA. Mascherano se juega la vida en cada pelota; es el gran hacedor del buen torneo argentino. reuters
1. Fue una noche, hace varios años, en la cancha de Atlético. Se aproximaba un Sudamericano Juvenil y Argentina disputó un amistoso con Perú. Había poco público, la amplia mayoría convocado por Fernando Cavenaghi, que ya había debutado en Primera y pintaba para figura en el fútbol nacional. Pero el que la rompió fue el cinco. ¿Quién es?, preguntaban todos. “Javier Mascherano, juega en River”, informó alguien. Y quedó anotado.

2. “Argentina no tiene ninguna chance contra los alemanes”, opinó Arjen Robben. Es la clase de declaración que jugadores como Mascherano reciben más como una caricia que como un sopapo. Si Mascherano es el catalizador de la autoestima argentina, la insólita apreciación de Robben le permite alimentar el inflador psicológico con gas de primera mano de cara al duelo decisivo. Papita para el loro. ¿O alguien duda de que Mascherano se pasará los próximos tres días usando el ninguneo de Robben para motivar a sus compañeros?

3. Porque el equilibrio interno de la Selección está clarísimo desde el primer momento. Messi reside en la messilandia de la fantasía, esa isla desde la que Tatoo gritaba ¡el avión, el avión! Allí todo es posible para el Peter Pan de la pelota. El liderazgo futbolístico de Messi es obligatorio por su condición de mejor del mundo. Punto. El capitán del equipo es Mascherano, que no lleve la cinta es una mera anécdota, una simple casualidad. Ni falta que le hace. Esos roles son indiscutibles y los protagonistas los aceptaron de movida. Que Messi se divierta y haga divertir al resto. El que manda dentro de la cancha es Mascherano, sin lugar a dudas. “Masche” es caudillo, tanto dentro como fuera del campo.

4. De lo que está harto Mascherano es de perder. “Comer mierda”, fue la metáfora que empleó. Y está harto de perder con los alemanes, no soporta verles la cara ni a Schweinsteiger ni a Klose. Lo sacaron dos veces del Mundial, la primera por penales, la segunda al cabo de un humillante 0-4. Un jugador de su naturaleza puede aspirar a disputar una Copa con 34 años, los que tendrá en Rusia, pero su momento es ya. La práctica de hoy, el viaje de mañana, el partido del domingo. Es de lo que está convencido y lo que minuto a minuto intenta meterle en la cabeza a Messi. Mascherano conoce los entresijos de messilandia, pero caminar por ellos es otro cantar. Flor de tarea le toca, y la lleva con total naturalidad.

5. En algún momento, tan impreciso como todo lo que se esconde en el futuro, Mascherano será el técnico de la Selección. Da la sensación de que es su destino.

6. Lo que provoca Mascherano es el fenómeno de la identificación. El país futbolero y no tan futbolero lleva 24 horas compartiendo esas listas geniales, bizarras e hilarantes de todo lo que Mascherano puede hacer. Que es, a fin de cuentas, una expresión de anhelos colectivos. Si la Bersuit reescribiera la letra, Mascherano quedaría inmortalizado en “La argentinidad al palo”. Por eso la expresión seria, la carita redonda, la barba rala, encajan en pósters de San Martín o del Che Guevara. Nuestros símbolos tienen destino de tatuaje o de remera. Que los sociólogos expliquen por qué los argentinos tenemos la necesidad de adherirlos a la piel. Somos así y Mascherano, con sus derrotas a cuestas y sus justificados anhelos de grandeza, sin quererlo, es la foto de una sociedad.

7. Mi top five de las maschemáximas. Que cada uno haga su lista: 1) Mascherano jugó a la ruleta rusa con una pistola totalmente cargada y ganó, 2) Mascherano te rompe un Nokia 1100, 3) Mascherano en su cuenta de YouTube no tiene propagandas. 4) Cuando Mascherano compra galletitas Variedad, le vienen todos Pepitos, Minimelba y ninguna Boca de Dama. 5) Mascherano sabe doblar la sábana con elástico.

8. Que esté harto de perder con la Selección (porque ganó todo con Barcelona, donde Guardiola lo adoraba), no implica que Mascherano no sepa perder. No solemos ser buenos perdedores los argentinos, siempre hay un complot que tiene la culpa de lo mucho que nos pasa; siempre. Las maschemáximas le ponen humor a la previa de la final y eso alivia tensiones. Es bueno recordar que se trata de fútbol, y que Sabella, sabiamente, recuerda: “los argentinos siempre nos creemos más de lo que somos”. Mascherano abonará el césped del Maracaná con sus glóbulos rojos y se abrirá el espíritu una y otra vez, como hizo para evitar un medio gol de Robben, cuando a la semi sólo le quedaba un suspiro. Pero es un líder positivo y eso es sinónimo de limpieza y buena leche.

9. Con lo que llegamos al capítulo de los caudillos. Sarmiento dictaminó que representan a la barbarie y esa sentencia de su “Facundo” es historia, es literatura y es controversia desde hace más de 100 años. Civilización o barbarie, escribió Sarmiento, y quedó claro de qué lado quedaban los caudillos, símbolos del federalismo abatido definitivamente en Pavón. En la Argentina de Sarmiento un caudillo civilizado es un imposible, va contra toda naturaleza. Pero hubo caudillos muy civilizados y caballeros unitarios tan salvajes como los pintaba el rosismo. Pues bien, Mascherano es el más civilizado y fogoso de los caudillos modernos. Pasión y cabeza fría. Valentía y prudencia. Arengas y silencios. El oxímoron de nuestro fútbol.

10. Será por eso que se lo admira tanto. No se trata sólo de jugar y hacer jugar; de motivar a los compañeros; de ser un rato volante central y un rato líbero; de entender la táctica y de llevar el mapa de la cancha en la cabeza. Hay más. El maestro ordinario dice, el buen maestro explica, el maestro superior demuestra, el verdadero maestro inspira. Mascherano inspira, a los que están cerca y a los que estamos lejos. Por eso, gane o pierda el domingo, debe sentirse satisfecho.

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