Por la rúa Vinicius de Moraes hablan en porteño. En el Pan de Azúcar escucho tonada cordobesa. En el Cristo Redentor hay un grupo de tucumanos. En las mesas de la Avenida Atlántica, frente al mar, hay de todo, platenses, correntinos, rosarinos. Algunos estacionan el auto, ponen cumbia, arman la mesita y cenan lo que se puede. Camisetas de Argentina, claro, pero también de Boca, River, Estudiantes, San Lorenzo. La ruta San Pablo-Río, me cuentan, parecía ayer una propaganda de Quilmes. Y, como cuando uno llega a Cuba y escucha la canción del Che hasta en la sopa (“de tu querida presencia, comandante Che Guevara”), acá suena cada dos minutos, en cada esquina, en cada restaurante, en cada semáforo, en el desayuno, en la cerveza de la tarde, en la caipiroska nocturna. “Brasil, decime qué se siete..”, sin la “n”, readaptada tras la catástrofe ante Alemania, una sutileza, una ironía que no todos los brasileños alcanzan a percibir.

Para ellos, en las calles de Copacabana, epicentro de todo, se venden las remeras con la leyenda “Brasil, decime qué se 7”. En algunos puestos, esas remeras están al lado de las de Brasil con el 10 de Neymar y la leyenda, ya frustrada, de “Hexacampeón”. Río, la “Ciudad Maravillosa”, es la única ciudad sudamericana que llegó a ser capital europea en tiempos del Imperio Portugués. Hoy Río es Buenos Aires. Como confundieron siempre y acaso aún confunden muchos en Europa, Río, efectivamente, es la capital de Argentina.

Hay policías por todos lados, es cierto, pero los brasileños toman con humor y paciencia la situación. Más de un tercio, inclusive, según dicen las encuestas, quiere que gane Argentina. Me lo dicen también el vendedor de diarios, el cajero del supermercado y el portero del edificio en el barrio de Urca. Gente que no va acaso habitualmente a la cancha. Pero eligen el afecto del vecino. Del “hermano”, como nos llaman desde hace mucho a los argentinos. Sé que en algunos estadios la situación ha sido distinta y que se han visto peleas y momentos de extrema tensión. Pero un estadio no refleja el mundo. Fue tremendo lo de Neymar, acaso el único que quedó en pie tras la debacle, elogiado tras su conferencia del jueves pasado, porque asumió lo que el DT Luiz Felipe Scolari sigue ignorando. “Y encima quiere seguir”, tituló ayer “O Globo” sobre el DT. Neymar fue impresionante porque, en medio de una mayoritaria posición “antiargentina”, él se declaró a favor de la Selección y se definió como un fan del “Messi Futebol Clube”. No es que son sólo las calles, las playas y los restaurantes de Río dominados por argentinos. También los diarios y la TV ocupan espacios y horas para describir costumbre, contar las relaciones de amor-odio y relatar decenas y decenas de anécdotas sobre cómo se siente el fútbol en Argentina. Y lo hacen de un modo que difícilmente lo haríamos nosotros. “Esto es insoportable”, decía riéndose un cronista de “SporTV” en pleno Obelisco, rodeado de argentinos que le cantaban de todo.

Es cierto, muchos de los argentinos lucen arrogantes, soberbios. No es fácil burlarse del anfitrión en su propia casa. Pero forma parte del fútbol. “Brasil, decime qué se siente” puede parecer ridículo si se reivindica un Mundial no ganado, un triunfo con bidón y se omite que, en el medio, el rival ganó dos Copas y nosotros nada. Pero el ridículo, sabemos, forma parte de la condición de hincha. Algunos creen que la burla cruza la línea cuando se usa la figura de la paternidad. Pero es una paternidad protectora. La suficiencia del que sabe. Del que te va a enseñar cómo es la vida. Cómo se juega al fútbol. Menos sutiles y menos irónicos, muchos brasileños apenas replican gritando “¡Pentacampeón, pentacampeón!”. Otros, que hasta hace un mes miraban con burlas a Pelé, por sus declaraciones infantiles y pronósticos errados, lo reivindican ahora ante tanta ofensa argentina. Pelé, si bien será siempre el eterno “O Rei”, es hoy aquí una figura más relegada. Ronaldo tiene mucho más protagonismo. Ni hablar de Neymar. La secuencia explica acaso parte de la crisis del fútbol de Brasil: el primero era “O Rei”. Neymar ni siquiera es titular firme en su equipo, Barcelona. Peor, juega como asistente de un argentino.

Los alemanes han hecho todo para ser “Operación Simpatía”. Desde la concentración en Bahía, en el Brasil más profundo, hasta donaciones a los indios, bailes de samba y el marketing de Adidas de usar la camiseta suplente como si fueran Flamengo. “Alemanes desde chiquitos”, tituló el otro día en portada el diario deportivo “Lance” sobre una foto de Lukas Podolski y una nena amazónica. Pocos lo saben, pero el primer gran crack internacional del fútbol brasileño, Arthur Friedenreich, era hijo de un alemán y de una lavandera mulata. Aprendió a jugar a la brasileña, con una gambeta que desconcertaba a los rivales. Ahora la prensa indica que el fútbol brasileño debe refundarse. Y que, para hacerlo, debe copiar el modelo alemán. Seamos sinceros, el hincha neutral amó el fútbol alemán en este Mundial, no el argentino. La exhibición ante Brasil, acaso la más impactante en la historia de las Copas, terminó por decir que ese es el fútbol a seguir. La “naranja mecánica” holandesa del 74 pero 40 años después. Si queremos el triunfo argentino, aparte de los argentinos, hay una razón de vecindad para algunos y, para otros, del equipo que combate y deja la vida, simbolizado en Javier Mascherano.

Argentina había llegado a Brasil encomendada a Messi. Y bien que lo precisó en sus primeros partidos. Sus jugadas, no sus partidos, pavimentaron el avance. Y fue él casi solo. Porque la idea de “los cuatro fantásticos” se desmoronó por lesiones o baja forma física. Y porque ni Messi, si bien con sus minutos geniales, fue el “fantástico” que esperábamos. Por eso, Argentina se encomendó a su defensa solidaria, que incluyó al Messi inicialmente apático pero ahora solidario en defensa. Bueno para el equipo. No tanto para el fútbol. Alemania es más que Bosnia, más que Suiza, más que Holanda. Es una máquina de producir fútbol que lleva años de trabajo y de fabricar talentos que no han surgido de modo espontáneo, sino en escuelas especialmente creadas, y con un reglamento que incluyó hasta partidas presupuestarias. La prensa mundial destinó estos días páginas y páginas para explicar el éxito del modelo.

Un diario brasileño decía ayer que Alemania tiene 20 de sus 23 jugadores en su propia Liga. Y que Argentina tiene apenas 3 de los 23. Omitió recordar que el dinero de Alemania es uno. Y el de Argentina otro. Y no hablo del dinero del fútbol. La pelota siempre se jactó de ser un escenario más igualitario, más democrático en un mundo esencialmente injusto. El orden económico global está cambiando cada vez más esa regla. A duras penas logramos que Messi juegue para Argentina y no para España. Leo, si el físico lo ayuda, sabe que hoy puede ser su día. Alemania arriesgará más que Holanda y acaso dejará más espacios.

Para muchos amigos brasileños, la imagen de la presidenta Dilma Rousseff entregándole la Copa a Leo en el Maracaná pueda resultar acaso indigerible. Habrá algo de justicia futbolera.

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