Por Isabel Peña - Para LA GACETA - Tucumán
En una de sus instalaciones hechas de palabras, la artista Jenny Holzer pregunta: ¿quién mata y quién es la víctima? Las letras dispuestas en hileras contiguas sobre el piso generan una imagen pendular, reversible y vertical.
Además de proponer algo parecido a lo que pregunta Jenny Holzer, Relatos salvajes es una película catártica. Un canto rabioso a la ira que despierta la injusticia. Pero Holzer es consciente de lo que escribe. Damián Szifrón, abre preguntas más hondas de lo que pretende su narrativa. Lo mejor de su contenido se esconde como una perla en el fondo del mar.
Con alta calidad de producción y actuaciones nos lleva a los más bajos fondos. Quizás el que está fuera de quicio y mata sea la víctima. Nuestro lobo interior aúlla la fantasía de recurrir a lo peor del ser humano para lograr justicia. Sálvese quien pueda matar. Todos somos vulnerables y parte de lo mismo. Cuando alguien o un sistema corrompido nos lleva al límite, hay dos equipos en los cuales podemos jugar. Y atravesamos toda clase de emociones. A menos que estemos muertos en vida, o seamos Buda.
Disfruté viendo a un personaje levantarse de un charco de sangre que fluía del cuerpo de un acuchillado. El humor negro y la belleza de lo siniestro me devoraron en dos horas de extrema violencia.
Inmersos en la cloaca, la bosta nos tapa hasta el esternón. Negar o reprimir emociones es una vía directa hacia la enfermedad. El enojo sirve para poner límites cuando se puede. Si no hay solución viable, la respuesta no debería ser la violencia. Szifrón nos muestra que en un abrir y cerrar de ojos podemos estar del otro lado.
En el relato de Bombita, aparece la voz del pueblo representada en comentarios escritos vía Twitter, sobre la imagen de un héroe encarcelado. Seguimos participando, seguimos sublimando. El cine entero estalla en aplausos. Pero la hipocresía sigue al pie del cañón. Es tentador no darse por aludido. O proclamar que es lícito combatir la injusticia provocándola.
La escalada delirante de violencia va sumando capas y complejidad. Empuja los extremos de una guerra radical y cotidiana, entre hombre y mujer, clases sociales, individuos y sistemas corruptos. La buena noticia es el éxito de su salvajismo absurdo; síntoma de una sociedad rota, puede ser un vehículo para hacernos cargo de nuestras pasiones.
El cine funciona como un sauna oscuro en el que transpiramos desborde, la sed de venganza y justicia, el impulso asesino de la furia. Se evaporan como toxinas los sentimientos que escondimos desde niños debajo de la alfombra. Se nos revuelven las tripas al calor de lo que vemos. Pero la mente esta tan bien equipada que en la batalla de las pulsiones la sexual, amorosa, le gana a la hostil, a la de muerte. Y el sentido del humor es como un hilo que nos permite respirar. Más allá de la furia y de nuestras limitaciones hediondas.
Salimos del cine como después de hacer ejercicio. Cansados pero provistos de combustible para seguir. Agradecidos de que nuestra paleta de emociones esté aceitada y en funcionamiento.
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Isabel Peña - Artista plástica y ensayista.