El Gobierno habla de desestabilización; la calle teme y compra dólares

El poder central sostiene que la inflación, la recesión y el desempleo son responsabilidad de fuerzas que buscan debilitarlo. Por Hugo E. Grimaldi - Columnista de DyN

07 Septiembre 2014
Como si escuchase llover, el Gobierno no atiende razones y avanza nada más que en la suya clavando espadas detrás de cada cortinado para ver si algún enemigo lo acecha, mientras la famosa frase “está todo estudiado” se le vuelve como un boomerang a la hora de contabilizar los males que presenta la economía. Para las autoridades, el gasto, la emisión, la falta de inversión, el cierre total de los mercados financieros, la inflación, la recesión, el crujido de las provincias, el deterioro del salario, la pérdida de empleos no son su responsabilidad, sino de fuerzas que se le oponen, porque “responden a intereses” que quieren socavar al Gobierno.

A la vista de los gobernantes, son los mismos que “encanutan” autos, soja o dólares a instancias de los fondos buitre y los mismos que, pagados por ellos, aumentan los precios y se les oponen en el Congreso. Es algo extraña la situación para una Administración que hace del Estado una religión, y que tiene en sus manos todos los resortes de la economía. Pero si fuese así, que las políticas que se vienen llevando a cabo desde hace 11 años no tienen nada que ver con la crisis actual, los funcionarios deberían saber que son responsables y deberían reconocer que pierden esa batalla en toda la línea.

De allí, los manotones de ahogado, tal como pueden definirse las constantes referencias del Gobierno a los “buitres de adentro”, que habrían elegido diciembre -mes de cortes de luz y de saqueos- como el tiempo apropiado para avanzar en una supuesta “desestabilización”. O en términos económicos, otro manotazo, la Ley de Abastecimiento que se quiere imponer para disciplinar a los empresarios aunque, según éstos, la norma irá rumbo a la suspensión judicial porque viola, por inconstitucional,  la delegación de facultades del Congreso al Ejecutivo. Y también puede considerarse dentro del mismo paquete de estrategias inconsistentes la poco pícara decisión del Banco Central de obligar a los bancos a vender una parte de sus propios dólares.

En cuanto a la oferta de dólares, la situación de tensión con los holdouts, condimentada con el proyecto de ley que pretende cambiar la sede de pago,  le ha terminado de poner la lápida a la Argentina. Más allá de que los efectos prácticos serán escasos, ya que muchos tenedores de deuda reestructurada son fondos de inversión no pueden salirse de la jurisdicción de Nueva York, el mundo financiero ha interpretado que la ley de Pago Soberano se trata de una provocativa chicana o bien para llevar las cosas al año próximo, ya sin cláusula RUFO que cumplir o. probablemente, especulan para avanzar hacia otro default.

El rechazo de la Corte Suprema de Estados Unidos a revisar el fallo del juez Thomas Griesa descolocó al Gobierno, que esperaba tener más tiempo a su favor y, a partir de mitad de año, todas las movidas de la Argentina para seguir en carrera fueron objetivamente perdedoras, aunque las primeras encuestas del tradicional chauvinismo argentino alentaran a la resistencia. Entonces, antes que preocuparse por entender que el sistema judicial de ese país está dentro del juego de los poderes democráticos que emanan de la Constitución, apareció la pasión kirchnerista por las conspiraciones que buscó darle al tema una explicación política: “Patria o buitres”.

En medio de tanto descrédito internacional, con Brasil en medio de una recesión, con la posibilidad cierta que la presidenta Dilma Rousseff pierda las elecciones y enojado con la Argentina por motivos comerciales, al Gobierno le han quedado pocas puertas que tocar, aunque todas dentro del mundo que más lo convence, donde el intervencionismo que patrocinan las elites, las corruptelas de los funcionarios y sus fundamentos antidemocráticos son religión.

Lo cierto es que hoy, la Argentina está pasando la gorra por el mundo y no hay respuestas positivas hasta el momento, ni siquiera de China, tras sus promesas de invertir en las represas santacruceñas y de ayudar con un swap en yuanes a la caída de reservas.

Después de haber fracasado en Nueva York en convencer sobre las bondades de la legislación argentina, el secretario de Finanzas, Pablo López, se fue para China a ver si puede cerrar algo de lo que dejó el ministro encaminado, mientras que el presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega está en Basilea (Suiza) en la reunión de banqueros centrales. Se espera que allí convenza a alguien para que tire una soga. Más difícil.

En materia de deuda, hay otros observadores, más drásticos, que creen que la actual administración no pagará nunca y que ése es el legado venenoso que pretende dejarle Cristina a su sucesor. En tanto, los más fanáticos antikirchneristas dicen que esa avidez cada vez más generalizada por los dólares es parte de la desestabilización anunciada. Desde el lado de las empresas, porque aseguran que buscan ventajas corporativas o si es el campo, porque pertenecen a la “oligarquía vacuna”. En el caso de los particulares porque “reciben el bombardeo constante de los medios concentrados”.

Mientras tanto, sin preocuparse para nada de los problemas de la sociedad, sectores del Gobierno bien identificados se están dedicando a preparar el terreno para el post 2015, con el desembarco de innumerables camporistas en los ministerios y en la Justicia, pero también en el Banco Central. La pasión por el relato y la creencia de que ese envase propagandístico todo lo puede, lleva al Gobierno de modo recurrente a caer en los mismos excesos de verborragia que cometía cuando transitaba caminos más confortables. Hoy, casi se le habla a la militancia con la esperanza de mantener un núcleo duro de 25% de cara a 2015, aunque el tobogán económico está tan presente que cada día son muchos más los que le ven de inmediato las patas a la sota. Si todo esto es banal para el Gobierno, tampoco la Presidenta ha tomado nota cierta de las andanzas de su vice, Amado Boudou que, por patéticas, son más desestabilizadoras que aquellas otras que el kirchnerismo imagina escondidas detrás de las cortinas, como en las tragedias de Shakespeare.

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