19 Octubre 2014
Paredes que en el infinito se abren en un ojal de luz. Cruces ascendentes que se extravían en el universo. “Mi preocupación siempre fue indagar qué pasa con el hombre. Por eso intento que mi obra refleje ese sentimiento”, dijo alguna vez Nilo González, pintor que se fue al silencio ayer a los 74 años en su Concepción natal. De formación autodidacta, comenzó a exponer en 1969. Obtuvo premios en el IV Salón Iniciación del Ateneo Rotario, galería Wildestein, 1972; en el XVIII Salón de Tucumán para el ámbito nacional, 1974; Salón Tucumano en Mar del Plata, 1975; Finalistas del Premio Julio E. Payró, galería Van Riel, 1976; “Las pequeñas obras”, galería Zurbarán, 1977; XLIV Salón de Rosario, Santa Fe; Salón Centenario de la ciudad de Junín; LXVII Salón Nacional de Artes Plásticas y el XX Salón de Tucumán para el ámbito nacional, todos en 1978. Una de sus pinturas se encuentra en el Museo de El Vaticano. “En una visita que hizo el papa Juan Pablo II a la Argentina, le obsequiaron una pintura mía. Después, un amigo me contó que forma parte del Museo del Vaticano, en el área de pintores contemporáneos. Me gratifica muchísimo, me llena de orgullo este hecho”, afirmaba. Realizó más de 60 exposiciones en museos de primera línea del país. A mediados de la década del 90 incursionó en la docencia. A sólo 10 kilómetros de su ciudad natal, en Aguilares, dio clases en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán. En Concepción, cuyo centro cultural lleva su nombre, también organizó un taller para enseñar a chicos y adultos.
“En la luz, creo yo, está la esperanza, la presencia de Dios, quizás; del hombre que está por encima de lo material... Busco hacer pensar, crear climas que obliguen a integrarse y quizás a sensibilizarse... el clima agobiante que puede comunicar una pared que se alza hacia el infinito es realmente kafkiano, deshumanizado”, decía Nilo González.
“En la luz, creo yo, está la esperanza, la presencia de Dios, quizás; del hombre que está por encima de lo material... Busco hacer pensar, crear climas que obliguen a integrarse y quizás a sensibilizarse... el clima agobiante que puede comunicar una pared que se alza hacia el infinito es realmente kafkiano, deshumanizado”, decía Nilo González.