Por Ezequiel Fernández Moores
21 Diciembre 2014
La foto, que recorrió portales deportivos de la Argentina y de buena parte del mundo, es realmente emotiva. El nieto hace de adulto y contiene al abuelo. Están abrazados en el estadio, conmovidos porque Racing acaba de salir campeón. Es una imagen tierna, que parece contrarrestar la carga de angustia que, casi siempre, suele dominar en los estadios en partidos decisivos. Nunca olvidaré la angustia, histeria y violencia contenida que viví este año en el Mineirao la tarde que Brasil le ganó por penales a Chile, antesala del desastre posterior contra Alemania. El 7-1 fue tan aplastante que no dejó margen para nada. Contra Chile, en cambio, fue pura angustia. Algo de eso vi también en el Monumental en la semifinal de la Copa Sudamericana que River ganó a Boca. En el momento del penal célebre cobrado por Germán Delfino a los 17 segundos vi a hinchas con ganas de matar, sacando medio cuerpo de la tribuna para lanzarse a la cancha. Para lanzarse sobre Delfino. La alegría posterior, es cierto, disipó todo. Los estadios son teatro de expresiones populares. De alegría y de dolor. Pero también son escenario de una cercanía inquietante con lo peor de la condición humana.
La foto de abuelo y nieto del Racing campeón 2014, por supuesto, es mucho más dulce que las imágenes que dominaron en el festejo anterior de Racing en 2001. Aquellas eran escenas que reflejaban, ante todo, la angustia del primer título luego de 35 años. Y reflejaban, también, lo extraño que significaba vivir esa explosión de alegría futbolera en un país que, en ese mismo momento, estaba en pleno estallido. Un país que, aún en medio del incendio, autorizó a que se jugara la final del campeonato. Lo hizo porque era preciso dar una señal de normalidad. Al menos una en medio de tanta locura. Y el fútbol, sabemos, es una señal poderosa en la Argentina.
En los días previos al título de 2014, alguna prensa comparó 2001 con 2014. Porque también River era antes el segundo con chances de salir campeón. Porque había similitudes entre el Racing de 2001 y el Racing de 2014. Porque tienen el mismo sponsor (Topper). Porque en uno y otro título aparece el nombre de Diego Milito. Y porque, igual que en 2001, también en 2014 hubo una espera extra que prolongó la expectativa. Claro, la espera de 2001 fue porque el país estallaba. Saqueos, cacerolazos y una feroz represión policial que provocó 38 muertos. Un presidente tras otro. Agremiados que decía que así no se podía jugar. Fanáticos de Racing armados supuestamente con bidones con nafta dispuestos a incendiar la sede de Agremiados si no se jugaba el partido decisivo. La espera de 2014, pequeña diferencia, fue porque River tuvo que jugar la final de la Copa Sudamericana. El juego de comparaciones, además, no casualmente omitió un dato importante: aquel Racing era manejado por un grupo privado con capitales en paraísos fiscales. Las autoridades del Racing 2014, en cambio, son elegidas por los socios. No por el dinero.
Acaso enojados con lo que sucede hace años en el país político, hubo quienes prolongaron sin embargo la cadena de semejanzas entre uno y otro Racing. En sus análisis, agravaron las dificultades económicas del país, anticiparon fallos judiciales y advirtieron sobre una eventual impaciencia popular, como la de 2001. Curioso, en estos mismos días, aniversario del desastre de diciembre de 2001, se desarrolla un juicio contra los policías que mataron en pleno estado de sitio y que casi no tiene prensa. Las víctimas afirman que, sin cámaras incómodas, los jueces los tratan casi como si ellos fuesen los victimarios.
Está claro, hoy estamos lejos de 2001. Miles de argentinos se movilizaron, es cierto. Pero no fueron a protestar a Plaza de Mayo. Se subieron a decenas de aviones y viajaron a Marruecos. Fueron a alentar a San Lorenzo, que ayer perdió la final del Mundial de Clubes contra Real Madrid por 2 a 0.
La tentación de comparar momentos políticos se fortaleció por la simpatía de Máximo Kirchner, hijo de la presidente, con Racing. Si hasta circularon rumores de supuestas presiones o pedidos para que, en la trasmisión del Fútbol Para Todos, el relato del partido decisivo estuviera a cargo de un periodista supuestamente amuleto y no de otro periodista supuestamente mufa para la “academia”. Para la brutal visión que divide y simplifica todo lo que sucede en este país a partir de la letra K, sería bueno recordar que, en rigor, el fútbol interesó siempre a los políticos de todos los colores, democráticos y no democráticos. Conservadores y progresistas. Peronistas y radicales. ¿No fue acaso durante el gobierno de la Alianza que se sancionó una ley especial para salvar a Racing de la quiebra? ¿Y no fue aprobada de inmediato por todos los bloques políticos?
Racing, además, es el club cuyos hinchas debatieron este mismo año sobre su rol eterno de sufridos. El colega Alejandro Wall, autor del formidable libro “Academia Carajo”, sobre el título conseguido en 2001 (habrá reedición que incluirá la coronación de 2014), escribió meses atrás en la revista digital Informe Escaleno un artículo en el que se preguntaba si acaso no había llegado la hora “de terminar con la autoflagelación del aguante racinguista”. ¿No es hora, se preguntaba Wall, de terminar con esa “distorsión de ser hincha de la hinchada”, y de comenzar a disfrutar “de construir un club a la altura de su presente favorable?”.
“Parecemos atrapados en los tiempos de la desdicha…Nos dedicamos a exaltar la resistencia, enfrascados en la idea de que somos perseguidos por la mala fortuna, que todo nos sale mal y que tenemos una vida de mierda pero que acá estamos, haciendo el aguante. Soltemos eso de una vez”, pedía Wall en su artículo llamado “El síndrome de autodestrucción racinguista”.
Y, lo último, el campeonato de 30 equipos que se viene, sabemos, es un desaguisado. Pero, hay que admitirlo, al menos será un campeonato más largo. Porque estos campeonatos cortos, además de coronar a campeones fugaces, que al torneo siguiente hasta pueden salir últimos, dejan en offside a todos. No sólo a hinchas que hasta hace fechas atrás colgaban banderas en las tribunas insultando a jugadores que luego ovacionaron. Sino, ante todo, a periodistas que se vieron obligados a pedir perdón pero no ante la gente, sino ante los jugadores, y sólo para que les dieran una entrevista. También enterraron en su momento al DT Diego Cocca sacando de contexto su reflexión de que siempre es mejor salir campeón que ganar un clásico. El pedido de disculpas, en rigor, debería ser más amplio. El lector, tal vez, sabrá comprender. Es lo que hay.
La foto de abuelo y nieto del Racing campeón 2014, por supuesto, es mucho más dulce que las imágenes que dominaron en el festejo anterior de Racing en 2001. Aquellas eran escenas que reflejaban, ante todo, la angustia del primer título luego de 35 años. Y reflejaban, también, lo extraño que significaba vivir esa explosión de alegría futbolera en un país que, en ese mismo momento, estaba en pleno estallido. Un país que, aún en medio del incendio, autorizó a que se jugara la final del campeonato. Lo hizo porque era preciso dar una señal de normalidad. Al menos una en medio de tanta locura. Y el fútbol, sabemos, es una señal poderosa en la Argentina.
En los días previos al título de 2014, alguna prensa comparó 2001 con 2014. Porque también River era antes el segundo con chances de salir campeón. Porque había similitudes entre el Racing de 2001 y el Racing de 2014. Porque tienen el mismo sponsor (Topper). Porque en uno y otro título aparece el nombre de Diego Milito. Y porque, igual que en 2001, también en 2014 hubo una espera extra que prolongó la expectativa. Claro, la espera de 2001 fue porque el país estallaba. Saqueos, cacerolazos y una feroz represión policial que provocó 38 muertos. Un presidente tras otro. Agremiados que decía que así no se podía jugar. Fanáticos de Racing armados supuestamente con bidones con nafta dispuestos a incendiar la sede de Agremiados si no se jugaba el partido decisivo. La espera de 2014, pequeña diferencia, fue porque River tuvo que jugar la final de la Copa Sudamericana. El juego de comparaciones, además, no casualmente omitió un dato importante: aquel Racing era manejado por un grupo privado con capitales en paraísos fiscales. Las autoridades del Racing 2014, en cambio, son elegidas por los socios. No por el dinero.
Acaso enojados con lo que sucede hace años en el país político, hubo quienes prolongaron sin embargo la cadena de semejanzas entre uno y otro Racing. En sus análisis, agravaron las dificultades económicas del país, anticiparon fallos judiciales y advirtieron sobre una eventual impaciencia popular, como la de 2001. Curioso, en estos mismos días, aniversario del desastre de diciembre de 2001, se desarrolla un juicio contra los policías que mataron en pleno estado de sitio y que casi no tiene prensa. Las víctimas afirman que, sin cámaras incómodas, los jueces los tratan casi como si ellos fuesen los victimarios.
Está claro, hoy estamos lejos de 2001. Miles de argentinos se movilizaron, es cierto. Pero no fueron a protestar a Plaza de Mayo. Se subieron a decenas de aviones y viajaron a Marruecos. Fueron a alentar a San Lorenzo, que ayer perdió la final del Mundial de Clubes contra Real Madrid por 2 a 0.
La tentación de comparar momentos políticos se fortaleció por la simpatía de Máximo Kirchner, hijo de la presidente, con Racing. Si hasta circularon rumores de supuestas presiones o pedidos para que, en la trasmisión del Fútbol Para Todos, el relato del partido decisivo estuviera a cargo de un periodista supuestamente amuleto y no de otro periodista supuestamente mufa para la “academia”. Para la brutal visión que divide y simplifica todo lo que sucede en este país a partir de la letra K, sería bueno recordar que, en rigor, el fútbol interesó siempre a los políticos de todos los colores, democráticos y no democráticos. Conservadores y progresistas. Peronistas y radicales. ¿No fue acaso durante el gobierno de la Alianza que se sancionó una ley especial para salvar a Racing de la quiebra? ¿Y no fue aprobada de inmediato por todos los bloques políticos?
Racing, además, es el club cuyos hinchas debatieron este mismo año sobre su rol eterno de sufridos. El colega Alejandro Wall, autor del formidable libro “Academia Carajo”, sobre el título conseguido en 2001 (habrá reedición que incluirá la coronación de 2014), escribió meses atrás en la revista digital Informe Escaleno un artículo en el que se preguntaba si acaso no había llegado la hora “de terminar con la autoflagelación del aguante racinguista”. ¿No es hora, se preguntaba Wall, de terminar con esa “distorsión de ser hincha de la hinchada”, y de comenzar a disfrutar “de construir un club a la altura de su presente favorable?”.
“Parecemos atrapados en los tiempos de la desdicha…Nos dedicamos a exaltar la resistencia, enfrascados en la idea de que somos perseguidos por la mala fortuna, que todo nos sale mal y que tenemos una vida de mierda pero que acá estamos, haciendo el aguante. Soltemos eso de una vez”, pedía Wall en su artículo llamado “El síndrome de autodestrucción racinguista”.
Y, lo último, el campeonato de 30 equipos que se viene, sabemos, es un desaguisado. Pero, hay que admitirlo, al menos será un campeonato más largo. Porque estos campeonatos cortos, además de coronar a campeones fugaces, que al torneo siguiente hasta pueden salir últimos, dejan en offside a todos. No sólo a hinchas que hasta hace fechas atrás colgaban banderas en las tribunas insultando a jugadores que luego ovacionaron. Sino, ante todo, a periodistas que se vieron obligados a pedir perdón pero no ante la gente, sino ante los jugadores, y sólo para que les dieran una entrevista. También enterraron en su momento al DT Diego Cocca sacando de contexto su reflexión de que siempre es mejor salir campeón que ganar un clásico. El pedido de disculpas, en rigor, debería ser más amplio. El lector, tal vez, sabrá comprender. Es lo que hay.