La segunda vida de Daniel López

A un año y medio del accidente automovilístico que lo dejó en silla de ruedas, el ex armador y goleador de Ladricer comparte su historia y su presente como entrenador del equipo

UN “GLADIADOR” MÁS. Daniel López fue invitado a presenciar un partido y posó con el seleccionado argentino de handball. la gaceta / foto de hector peralta UN “GLADIADOR” MÁS. Daniel López fue invitado a presenciar un partido y posó con el seleccionado argentino de handball. la gaceta / foto de hector peralta
23 Enero 2015
Los que conocen a Daniel López juran que no pueden entender que le haya pasado a él, que es el colmo de la responsabilidad. Pero la desgracia es así: tiene la mira torcida y la mala costumbre de no avisar. Salía el sol del 22 de julio de 2013 cuando Daniel, que volvía de un fin de semana de descanso en Córdoba con su novia, perdió el control de su auto. No recuerda por qué, pero daba lo mismo: su vida ya había cambiado de manera irreversible. Sólo que por entonces, el capitán y goleador de Ladricer, club pentacampeón del handball tucumano, no lo sabía.

“No conocía el significado de una lesión medular. Yo tenía la idea de que a mí me iban a operar y después de hacer rehabilitación iba a recuperar mi vida. Ni me imaginaba que terminaría en una silla de ruedas”, se ríe Daniel de su ingenuidad.

Pero en ese momento no había lugar para la risa. Durante dos eternos días estuvo, como se dice, más allá que acá. “Mi viejo se preocupaba por la posibilidad de que no volviera a caminar, y el médico le dijo que primero rezara porque sobreviviera. Tenía un 90% de probabilidades de no contarla. Ahí entendieron todos qué tan grave estaba”, recuerda.

En los pasillos de la Clínica Mayo se rezaron rosarios de a montones, y Daniel sobrevivió. Aunque lo esperaba un infierno digno de la imaginación de Edgar Allan Poe. “Para acomodar un poco la vértebra, me hicieron tracción poniéndome una especie de herradura en la cabeza, cuyo peso me la tiraba para atrás. Fueron 13 días en los que no podía mover nada, salvo los ojos. Si me picaba la nariz, me tenían que rascar. Era desesperante, las horas no pasaban más. Por suerte, en la clínica se portaron muy bien y me pusieron una persona a mi lado permanentemente. Me acompañó mucho mi familia. Mi hermano Maxi parecía un murciélago, se dormía parado al lado mío”, relata su internación. Lo siguiente serían varios meses rehabilitación en el instituto Fleni, de Buenos Aires.

“La vida después de”

Lo anterior fue sólo una versión resumida de un calvario físico y psicológico bastante más extenso. Pero es que a Daniel no le gusta victimizarse. Las cosas suceden por algo, y como suele decirse, no somos lo que nos pasa sino lo que hacemos con lo que nos pasa. Y Daniel eligió pelear a capa y espada para recuperar lo que pudiera del equipaje perdido en la marea que se llevó su vida anterior.

“La rehabilitación era de un año, pero a los cinco meses ya había alcanzado cierta independencia, así que decidí volver a Tucumán. No veía la hora de reconstruir mi vida. Aunque siempre hay que guardar una cuotita de fe, ya había enfrentado y aceptado la realidad. Eso era lo mejor que me podía pasar. Porque la vida no espera, la vida continúa”, subraya Daniel, que hoy se va manejando en un auto adaptado a su trabajo, entrena a sus compañeros de Ladricer y planifica su casamiento en octubre con Constanza Arnedo.

“Lo que más valoro de él son las ganas y la actitud que le pone la vida”, dice ella. “Tenemos miles de proyectos, como cualquier otra pareja: casarnos, tener hijos, realizarnos profesionalmente y ser felices sobre todas las cosas. Cada logro puede ser una pequeñez para los demás, pero es un mundo para nosotros”, asegura “Coty”.

Siempre para adelante

“¿Qué le queda a un odontólogo que no tiene motricidad fina en las manos? Gracias a Dios y a la Virgen, tuve la fortuna de entrar a trabajar en el hospital Néstor Kirchner. Trabajar ahí es un gusto, mis compañeros y mi jefa me tratan como a un odontólogo más. Eso reconforta mucho”, destaca.

Eso sí, se queja de que las condiciones que la ciudad ofrece no son precisamente las mejores. “La gente es solidaria, pero la ciudad no está preparada. Casi no hay esquinas con rampa y las veredas están en malas condiciones. Muchos edificios tienen rampas muy empinadas. Es salir y enfrentar eso, o quedarte en tu casa. Y yo no me pienso quedar encerrado”, enfatiza.

Desde afuera

Desde su recuperación, asegura que tomó carácter de oficial su rol de entrenador de Ladricer. “Es que cuando jugaba, desde adentro de la cancha hacía los cambios. A veces yo mismo me dejaba fuera del equipo. Además, ya era entrenador de los cadetes juveniles”, explica el ex capitán, y se confiesa “un enfermo” como entrenador. “Me encanta grabar los partidos, y soy bastante pesado con los muchachos. Por suerte, ellos saben distinguir el límite entre la amistad y el respeto que me deben como entrenador”, asegura.

Pasó un año y medio, pero a “Dani” le parece verlo desde un lugar mucho más distante, donde lo llevó su constancia y el apoyo de los suyos: “esta lucha no es sólo mía. Además de mi familia, mis amigos y mi novia, mucha gente rezó por mí. A veces me pregunto si yo hubiera hecho lo mismo por todos ellos. Muchos me dicen que soy un ejemplo de lucha, pero yo no lo siento así. Me parece que la vida es, ante todo actitud. Es así como trato de vivir”.

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