No hay límites para la expresión

25 Enero 2015

No hay límites para el humor. No hay límites para la expresión. De lo contrario, quien escribe el texto que antecede a esta nota no podría escribirlo sin antes ser prohibido. Ningún hombre puede tapar la boca a otro hombre. Los que sí pueden hacerlo son los lobos de Hobbes (los terroristas, en este caso) o Dios. Como no soy ni lobo ni Dios, creo que tengo derecho a opinar y a defender a los que opinan, a pesar de que no opinen como yo.

No puedo hablar de las cosas sagradas ya que Dios es el único autorizado a defender las cosas divinas. Lo que nos queda a los mortales comunes es hablar de los asuntos humanos, demasiado humanos. Es decir, lo que nos une es la ética del respeto al otro. Si alguien siente que el humor lo daña, en ese caso puede enviar una demanda a los humoristas y bajo ningún caso puede matar al que hace humor.

En un tiempo no muy lejano, los cristianos prepararon la Inquisición, con el claro objetivo de quemar a los que no pensaban como ellos. Los inquisidores no les enviaban demandas ni cartas a los humoristas sino que directamente los mataban. O sea que no les importaba que ofendieran o enaltecieran lo humano o lo sagrado sino que los quemaban.

El humor nos hace libres. Nos permite ver en el espejo deforme de la risa el otro que somos o las sombras difusas de lo que podríamos ser. En este sentido, reír es vital y si alguien se siente dañado tiene la libertad de opinar e iniciar una demanda. Pero creo que es mejor que no levante un dedo para negar la risa. De lo contrario, ¿quién sería el árbitro justo que diga de qué podemos reírnos? ¿Los lobos, Dios? ¿Quién?

Quizás para no tomar nada de lo que digo como verdad sagrada, a veces tengo conmigo una idea de un filósofo alemán: “desconfíen de los hombres que tienen principios”. Casi nunca niego la posibilidad de reír de mí mismo.

Fabián Soberón

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