Otro frente de tormenta que castiga a Dilma

El control del Congreso se le va de las manos

03 Febrero 2015
BRASILIA.- Con índices económicos preocupantes y una bomba de tiempo a punto de estallar -las denuncias de corrupción en la estatal Petrobras-, Dilma Rousseff intenta digerir una derrota estrepitosa y de muy mal agüero: la elección del diputado Eduardo Cunha como presidente de la Cámara Baja brasileña.

La llegada de un “aliado infiel” al tercer cargo más importante del país es una espada de Damocles sobre la cabeza de la mandataria. Dilma depende del apoyo de ese Congreso liderado por un “enemigo” para votar medidas antipopulares, como son los recortes de gastos y el aumento de impuestos, imprescindibles para reacomodar las cuentas públicas.

También resulta nefasta para el gobierno la concentración de los poderes inherentes al cargo de presidente de Diputados en las manos de un “oficialista” que pese a militar en la mayor fuerza política aliada del gobierno, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), actúa como un opositor.

En su nuevo cargo, Cunha tiene la facultad de rechazar o aceptar pedidos de juicio político contra la Presidenta, lo que no es menor si se tiene en cuenta que no está descartado que Dilma se vea salpicada directamente por las denuncias de corrupción en Petrobras, cuyo Consejo de Administración presidía en la época de los desmanes.

Cunha también podrá promover o rechazar la instalación de comisiones parlamentarias de investigación. Contrariando al gobierno, Cunha anticipó que lo hará, porque pretende que el Congreso investigue los fraudes en la petrolera estatal. Y eso que él mismo es apuntado como partícipe.

La dimensión de los problemas que Cunha podrá ocasionarle al gobierno desde su nuevo cargo puede inferirse de su actuación en los últimos cuatro años, durante los cuales promovió varias “rebeliones” entre los aliados para dificultar la aprobación de propuestas presidenciales.

Asimismo, Cunha fue un férreo defensor de que su partido deje de ser un “vasallo” del gobierno y de que la Cámara Baja se independice del Palacio del Planalto (Presidencia). “No seré sumiso al gobierno”, fue el eslogan de campaña del político evangélico, quien no solo derrotó al candidato del gobernante Partido de los Trabajadores (PT), Arlindo Chinaglia, sino que lo hizo con un margen de votación que superó las expectativas: 267 contra 136.

Todo en vano

Cunha estaba indignado porque Dilma formó una “infantería” de ministros para evitar su triunfo. Los secretarios de Estado enviados por Rousseff al Parlamento ofrecieron cargos y recursos a legisladores aliados, y también amenazaron con represalias si no votaban por Chinaglia. Esa enorme movilización de representantes del Ejecutivo en pro de Chinaglia fue la que le dio dimensiones astronómicas a su derrota.

“La victoria de Eduardo Cunha en la primera vuelta es una de las mayores humillaciones que un presidente de la República sufrió al comienzo de su mandato”, sintetizó el columnista del portal “UOL”, Josias de Souza. Esta “humillación” se perfila como la primera de una larga cadena de sinsabores que amenazan empañar un segundo mandato por demás complicado para Dilma, durante el cual el Congreso puede convertirse en un frente de lucha.

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