Por Juan Pablo Durán
05 Febrero 2015
Desde el primer día que asumió como intendente de la capital, Domingo Amaya ya sabía que en algún momento iba a tener que enfrentarse con su creador. La política es así. Es ciento por ciento patricida. Y más aún en el movimiento fundado por Juan Domingo Perón, que tiene una lógica primaria: el poder es uno solo y no se comparte. En el peronismo no hay lugar para dos. El peronismo no es bicéfalo. El peronismo tiene una sola cabeza y es la que manda. Alguna vez fue Julio Miranda quien llevó el bastón de mariscal. Luego lo tomó prestado José Alperovich y ahora es el intendente capitalino el que quiere guardarlo en su mochila.
Durante los 12 años de relación política con el alperovichismo, Amaya tuvo que ceder y retroceder en cada embestida del todopoderoso Alperovich. Pura estrategia. En el amayismo comprendieron que para avanzar era necesario primero retroceder. Y eso fue lo que hicieron. Amaya sabe que llegó su momento. El jefe municipal está dispuesto a arrebatarle al gobernador esa presea que supo cuidar durante el último decenio y que se llama poder.
Durante los 12 años de relación política con el alperovichismo, Amaya tuvo que ceder y retroceder en cada embestida del todopoderoso Alperovich. Pura estrategia. En el amayismo comprendieron que para avanzar era necesario primero retroceder. Y eso fue lo que hicieron. Amaya sabe que llegó su momento. El jefe municipal está dispuesto a arrebatarle al gobernador esa presea que supo cuidar durante el último decenio y que se llama poder.