“Argentina es un país con una impresionante reserva de talento amordazado”

Es el periodista más influyente de habla hispana. Recientemente publicó ¡Crear o morir!, libro en el que analiza, a partir de una serie de entrevistas, las historias de destacados innovadores a nivel mundial y nos muestra cómo se genera una cultura de la innovación. Aquí habla sobre las claves para lograrlo, las lecciones de algunos innovadores y los contrastes que muestra nuestro país. “Los verdaderos centros de innovación surgen de una cultura que venera a los innovadores y que no castiga al fracaso”, concluye

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08 Febrero 2015

- En ¡Crear o morir! afirma que es clave el impulso de un cambio cultural para generar ambientes propicios para la innovación. ¿Quiénes deben propiciar ese cambio y cómo?

- Creo que, al igual que la educación, la innovación es algo que surge de abajo hacia arriba y no a la inversa. Ninguno de los grandes innovadores mundiales a los que entrevisté -Bill Gates, Mark Zuckerberg, Gastón Acurio o Pep Guardiola, entre otros- fue producto de un programa gubernamental, sino de su propia iniciativa y de culturas que propician el surgimiento de innovadores. Por eso soy escéptico frente a los “planes nacionales de innovación”. Lo que vemos en Argentina, con Tecnópolis, o con la ciudad del conocimiento que lleva adelante Rafael Correa en Ecuador, son proyectos inmobiliarios y de propaganda política que no tienen nada que ver con la innovación. Sillicon Valley no fue creado por un presidente que fue a buscar la foto. Los verdaderos centros de innovación surgen de una cultura que venera a los innovadores y que no castiga al fracaso.

- Así como en ¡Basta de historias! destacaba el ejemplo brasileño de “Todos por la Educación” (iniciativa que aglutinó a empresarios, medios, académicos, ministerios, figuras del espectáculo y el deporte para colocar a la educación en el centro de las preocupaciones ciudadanas), ¿imagina que es viable una suerte de “Todos por la Innovación”?

- Por supuesto, es una excelente idea. Fui a Silicon Valley a tratar de descubrir cuál es el secreto por el que surgen muchos de los grandes innovadores a nivel mundial. Allí, precisamente, crearon una cultura de la innovación a partir de la sociedad civil. Académicos, empresarios, periodistas. Una de las claves es despertar la admiración por los innovadores. En nuestros países veneramos a los futbolistas, a los actores. No está mal pero también debemos prestar una atención similar a los innovadores. Quien inventó algo nuevo o desarrolló un producto novedoso suele estar enterrado en las páginas de tecnología o economía y lejos de las tapas de los periódicos. La analogía con “Todos por la Educación” es muy buena. Es difícil que un gobierno apueste a la innovación porque esta implica proyectos de largo plazo, alejados de los plazos electorales. Corea del Sur, un país que hace 40 años era mucho más pobre que Argentina, registra 12.600 patentes al año. Argentina, 26. Toda América latina registra un 10% de la cifra de Corea del Sur. El primer paso es reconocer que tenemos un problema y el segundo es crear una cultura de la innovación. Esta va mucho más allá de la tecnología. Uno de los capítulos del libro se lo dedico a Gastón Acurio, el chef peruano que generó una cocina que no existía, que hoy compite con la francesa o la italiana, y que se convirtió en un motor económico para su país. En Argentina hay 10 millones de chicos que quieren ser el próximo Messi pero muy pocos sueñan con ser el próximo Nobel de Química o Física. Entonces la probabilidad estadística de que tengamos uno de estos últimos es mucho menor. Nos ponemos orgullosos cuando nuestros jugadores van a jugar al Barcelona pero cuando uno de nuestros científicos se va a Harvard nos horrorizamos y hablamos de “fuga de cerebros”. Messi se va a jugar al Barcelona con los mejores del mundo, eleva su nivel de juego y periódicamente vuelve a jugar con el seleccionado nacional, haciendo una enorme contribución al país. Lo mismo debe pasar con quienes se van a formar a las grandes universidades del mundo. Propiciar que vuelva a nuestro país a integrar un “seleccionado nacional” de Física o Química. Eso entendieron los chinos, los indios, los coreanos. Después de formarse vuelven a enseñar en sus países durante los veranos o integran sus programas nacionales de ciencia o tecnología. Lo que antes se concebía como fuga hoy se concibe como circulación de cerebros.

- El libro salió a la venta antes de que se produjera el accidente en el que se estrelló la Space Ship Two (la nave diseñada para turismo espacial perteneciente a Richard Branson, uno de los entrevistados del libro). ¿Cómo cree que reaccionará Branson frente a este duro traspié?

- Se levantará como lo hizo tantas veces antes después de sufrir enormes percances.

Una de las cosas que uno aprende de emprendedores como él es la importancia de respetar, tolerar y aplaudir el fracaso. Es una constante que encontré en los grandes innovadores que entrevisté. Surgen en culturas con una gran tolerancia social al fracaso individual. En Silicon Valley los chicos te hablan espontáneamente de todos sus fracasos. Eso pasa porque existe una conciencia generalizada de que todo gran invento es el último eslabón de una larga cadena de fracasos. Steve Jobs fue despedido de Apple y a partir de allí comenzó la fase más brillante de su carrera. En América latina es muy difícil para un ejecutivo reponerse de una situación similar. Los hermanos Wright se estrellaron 163 veces antes de su histórico vuelo. El nombre del Ford T deriva de los 19 intentos fallidos de Henry Ford: el Ford A, B, C, D... Thomas Edison pasó por mil fracasos antes de llegar a la bombita eléctrica. En definitiva, resulta clave modificar nuestra concepción sobre el fracaso.

- Otra novedad posterior a la aparición del libro es la aguda crisis que vive hoy el Barcelona.

- Crisis cuyo comienzo ya aparece en el libro. Me interesó el caso de Pep Guardiola, y por eso lo entrevisté, porque me fascinó cuál fue su gran innovación. Contrariamente a lo que yo pensaba, no fue el inventor del fútbol ofensivo o “fútbol total”. Eso había sido inventando por los húngaros en los años 50 -lo llamaban “fútbol socialista” porque los jugadores jugaban en todos los puestos- y lo perfeccionaron los holandeses con Cruyff y Van Gaal. La gran innovación de Guardiola fue cambiar cuando ganaba. Todo lo contrario de lo que siempre se hacía en el fútbol y de lo que se hace en todos los campos. El cambio suele ser la consecuencia natural del fracaso y no del éxito. Pero Guardiola sorprendía a los técnicos y equipos rivales cambiando su esquema de juego, después de rachas de partidos ganados, sobre todo en momentos decisivos como la final de un campeonato. Esa es la lección que nos deja: hay que cambiar cuando nos va bien.

- En uno de los capítulos resalta cómo ciertos países latinoamericanos mostraron una dinámica intensa al elegir mujeres como presidentes, establecer planes de distribución de computadoras a estudiantes, legalizar el casamiento gay o avanzar con proyectos para legalizar el consumo de marihuana. Son todas cuestiones que llevó adelante la Argentina. Pero, al mismo tiempo, su política económica, su política exterior o el discurso oficial están más ligados al pasado que al futuro. ¿Cómo analiza ese contraste?

- Es un tema recurrente en mis libros. Hay que mirar más hacia adelante y menos hacia atrás. Una de las cosas que me impresionan sobre los países asiáticos es que tienen culturas milenarias pero uno en sus librerías encuentra muy pocos libros sobre el pasado y muchísimos sobre el futuro. En las librerías de Buenos Aires, por el contrario, abundan los ensayos y las novelas históricas pero hay muy pocos sobre el futuro. Se puede aprender del pasado pero es riesgoso quedar atrapado por una mirada que descarta una visión periférica, que abarque lo que hacen los países que más avanzan y reducen más la pobreza. Eso nos resta espacio mental para mirar al futuro, que es en lo que deberíamos estar concentrados. Argentina es un país con una impresionante reserva de talento amordazado por un ecosistema que no le permite crear. Un país con un talento reprimido por leyes de quiebra que imposibilitan emprender durante muchos años, por una visión anticuada sobre los conceptos de éxito y fracaso, por la falta de una cultura de innovación. Muchos chicos argentinos pueden mencionar la lista completa de la selección argentina de fútbol pero muy pocos pueden nombrar a un científico de su país. Hay un conjunto de leyes y creencias que le impiden a la Argentina alcanzar su potencial. La buena noticia es que eso puede cambiar muy rápidamente. Muchos de los países que recorrí para escribir mis libros, como Corea del Sur o Singapur, eran mucho más pobres, corruptos y desordenados que Argentina hace pocas décadas. Argentina puede convertirse en una “Corea del Sur” en muy poco tiempo.

- ¡Crear o morir! y ¡Basta de Historias!, sus últimos libros, son secuelas naturales de Cuentos chinos, de 2005. La educación y la innovación son abordados como los dos grandes puntos que definen un futuro auspicioso para un país en la era del conocimiento. ¿Hay algún punto más, con una relevancia similar, que podría dar lugar a un nuevo libro que se complemente con los últimos tres?

- Son continuaciones lógicas. En Cuentos chinos abordé la explosión económica de China y terminaba señalando a la educación como una de las claves en la reducción de la pobreza en ese país. ¡Basta de historias! se concentró en la educación y terminaba diciendo que en la actual economía del conocimiento la clave es una educación de calidad que se traduzca en una cultura de la innovación. De ahí surge ¡Crear o morir!, que trata cómo generar una cultura de la innovación. Y, por supuesto, ya tengo en mente un nuevo libro que también tiene que ver con la mirada al futuro y la búsqueda de ejemplos de los que podemos aprender. Mis libros salen cada cuatro o cinco años porque requieren mucha investigación, viajes o entrevistas que no son fáciles de realizar, como las que le hice a Bill Gates, Mark Zuckerberg o Richard Branson.

- En el caso de China y de otros países pueden verse resultados exitosos en educación o reducción de la pobreza a pesar de la falta de libertad política. ¿Cuáles son entonces los factores decisivos en el progreso en áreas como estas?

- Me fui en el 76 de Argentina por una dictadura. Soy un crítico de todas las dictaduras, a diferencia de muchos que admiran algunas, como la cubana. En el caso de China, rescato aspectos específicos como la cultura familiar de la educación. No se trata de una acción gubernamental sino de una cultura que viene de la época de Confucio. Pero lo cierto es que el común denominador de los países que más avanzan y que reducen más la pobreza no pasa por los colores políticos.

-¿Qué tipo de innovaciones o de innovadores necesita el periodismo para superar los desafíos que hoy enfrenta?

- Tenía un profesor en la Universidad de Columbia que me decía: “El 99% de los periodistas cubre el 1% de las historias. Tienes que cubrir el 99% restante”. Hoy los periódicos suelen ser previsibles. “El político X dijo tal cosa del político Y”. “Fulano se reunió con Mengano”. No solo es aburrido sino intrascendente. Creo que debemos cambiar el espectro de las cosas de las que hablamos. Por eso no escribo sobre el posible ganador de las elecciones de Estados Unidos sino sobre innovación, educación, futuro. Hay que hablar de lo que otros no hablan, de diferentes maneras y a través de distintas vías.

© LA GACETA

PERFIL

Andrés Oppenheimer nació en Buenos Aires, estudió Derecho en la Universidad de Buenos Aires y luego se radicó en Estados Unidos, donde obtuvo una maestría en periodismo en la Universidad de Columbia. Hoy es editor y columnista del diario The Miami Herald y conductor del programa televisivo de CNN Oppenheimer Presenta. Colaboró para The New York Times, The Washington Post, CBS y la BBC. Recibió los premios Pulitzer, Moors Cabot, Emmy y Rey de España, entre otros. Fue incluido entre los “50 intelectuales latinoamericanos más influyentes” por la revista Foreign Policy. Sus últimos libros son ¡Crear o morir!, ¡Basta de historias! y Cuentos chinos. 

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