Por Guillermo Monti
13 Febrero 2015
Se banaliza tanto la muerte en Tucumán que las víctimas, despersonalizadas, se acumulan como NN en el imaginario colectivo. Quienes tuvieron una historia, padres, hermanos, amigos, ideas, alegrías, frustraciones, quedan despojados de su humanidad. Si somos indiferentes al valor de una vida, ¿qué nos queda como cuerpo social? Axel Correa, ahogado en la pileta del club San Martín a los 16 años, encaja en el molde de los que no suelen recibir justicia. Los pobres siguen excluidos de todo sistema, más allá de décadas ganadas o perdidas.
Poner de pie un club institucionalmente degradado como San Martín es una misión titánica. En ese berenjenal se metió la directiva encabezada por Oscar Mirkin. Del amor de su familia por los colores nadie duda: su padre, Natalio, fue el mejor presidente en 105 años de recorrido histórico que registran los “santos”. Mirkin es funcionario de primera línea en el alperovichismo, por su escritorio pasan las obras públicas de la provincia. Que haya decidido entregarle tantas horas a una asociación civil sin fines de lucro en medio de semejantes obligaciones habla bien de él. No debe ser sencillo encontrar tiempo para afrontar ambos frentes a la vez.
Suele señalarse que el clan Ale tomó por asalto la conducción del club. No es cierto. La caída de San Martín había empezado mucho antes, el acceso de los Ale a la directiva fue consecuencia del vaciamiento ocurrido durante los años previos. Los Ale ocuparon los espacios que fueron quedando a medida que San Martín iba perdiendo a sus mejores cuadros dirigenciales. Les abrieron la puerta y ellos se adueñaron de la casa, lo que se inscribe en la lógica con la que funciona todo clan.
A Alperovich le da urticaria cada vez que le muestran la foto junto a Rubén Ale y María Jesús Rivero. El menemismo explícito de “La Chancha” Ale ya era una anécdota. Ahí están los tres, contemplando una maqueta muy linda, la de las reformas en La Ciudadela que nunca se hicieron. Eran años extraños. Angel Ale le pegaba una trompada a Carlos Roldán a la vista de todo el mundo y las cosas seguían como si nada. En las tribunas ponía orden una patota distinguida por el verde de las remeras. Eran los “coordinadores”, con licencia para sopapear a cualquiera mientras la Policía miraba el partido.
Los negocios se canalizaban a través de la Gerenciadora del NOA, a cuyo frente los Ale pusieron al ex jugador Roberto Dilascio, un hábil delantero que por estos días exhibe sus cualidades de gambeteador en un ámbito mucho más delicado. Dilascio está prófugo de la Justicia, lejos de los barrotes que cada mañana constituyen el paisaje de Angel Ale y María Jesús Rivero. De Rubén, el ex presidente, se conocen las idas y vueltas de sanatorio en sanatorio, donde cumple la prisión preventiva a la que todo el clan está sometido por delitos económicos.
La saga de los Ale es uno de los capítulos de la caída de San Martín, pero no el libro completo. Emilio Luque, Roberto Sagra y muchos otros directivos de paso también tienen su lugar. Lo que aportan los Ale es la medida más jugosa -y a la vez tenebrosa- del cóctel servido en estos albores de 2015. Entre Primera división y la B Nacional hay 50 clubes, una grosería deportiva que no sorprende tratándose del fútbol argentino. Pero el dato apunta a subrayar que entre los 50 no está San Martín. ¿A dónde quedó entonces? En un campeonato diabólico de 40 equipos que apenas brindará dos ascensos.
Mirkin y su vice, Claudio De Camilo, se equivocaron el año pasado al entregarle la suma del poder futbolístico a Osvaldo Bernasconi, quien armó un equipo a su gusto y fracasó cuando no podía fracasar, en la temporada que invitaba a reacomodarse en el mapa gracias a la proliferación de oportunidades que brindaba. Ahora hay que remar desde el fondo.
Pero el fútbol, se sabe, es la punta del iceberg institucional. Bajo la línea de flotación se mueve la estructura social que debe sostenerse para que un club mantenga su razón de ser. Y justo allí, la venalidad de un sereno -según acusan los familiares de Axel Correa- derivó en tragedia. La pileta se vació, un sacerdorte la bendijo y de inmediato volvió a funcionar. Los directivos juran que desconocían el ingreso de los jóvenes del barrio, en plena madrugada, con la anuencia del guardia. La certeza es que fue tan castigado San Martín, que son tantas las prácticas nefastas a corregir, que llevará muchísimo tiempo hasta que recupere el esplendor perdido.
Poner de pie un club institucionalmente degradado como San Martín es una misión titánica. En ese berenjenal se metió la directiva encabezada por Oscar Mirkin. Del amor de su familia por los colores nadie duda: su padre, Natalio, fue el mejor presidente en 105 años de recorrido histórico que registran los “santos”. Mirkin es funcionario de primera línea en el alperovichismo, por su escritorio pasan las obras públicas de la provincia. Que haya decidido entregarle tantas horas a una asociación civil sin fines de lucro en medio de semejantes obligaciones habla bien de él. No debe ser sencillo encontrar tiempo para afrontar ambos frentes a la vez.
Suele señalarse que el clan Ale tomó por asalto la conducción del club. No es cierto. La caída de San Martín había empezado mucho antes, el acceso de los Ale a la directiva fue consecuencia del vaciamiento ocurrido durante los años previos. Los Ale ocuparon los espacios que fueron quedando a medida que San Martín iba perdiendo a sus mejores cuadros dirigenciales. Les abrieron la puerta y ellos se adueñaron de la casa, lo que se inscribe en la lógica con la que funciona todo clan.
A Alperovich le da urticaria cada vez que le muestran la foto junto a Rubén Ale y María Jesús Rivero. El menemismo explícito de “La Chancha” Ale ya era una anécdota. Ahí están los tres, contemplando una maqueta muy linda, la de las reformas en La Ciudadela que nunca se hicieron. Eran años extraños. Angel Ale le pegaba una trompada a Carlos Roldán a la vista de todo el mundo y las cosas seguían como si nada. En las tribunas ponía orden una patota distinguida por el verde de las remeras. Eran los “coordinadores”, con licencia para sopapear a cualquiera mientras la Policía miraba el partido.
Los negocios se canalizaban a través de la Gerenciadora del NOA, a cuyo frente los Ale pusieron al ex jugador Roberto Dilascio, un hábil delantero que por estos días exhibe sus cualidades de gambeteador en un ámbito mucho más delicado. Dilascio está prófugo de la Justicia, lejos de los barrotes que cada mañana constituyen el paisaje de Angel Ale y María Jesús Rivero. De Rubén, el ex presidente, se conocen las idas y vueltas de sanatorio en sanatorio, donde cumple la prisión preventiva a la que todo el clan está sometido por delitos económicos.
La saga de los Ale es uno de los capítulos de la caída de San Martín, pero no el libro completo. Emilio Luque, Roberto Sagra y muchos otros directivos de paso también tienen su lugar. Lo que aportan los Ale es la medida más jugosa -y a la vez tenebrosa- del cóctel servido en estos albores de 2015. Entre Primera división y la B Nacional hay 50 clubes, una grosería deportiva que no sorprende tratándose del fútbol argentino. Pero el dato apunta a subrayar que entre los 50 no está San Martín. ¿A dónde quedó entonces? En un campeonato diabólico de 40 equipos que apenas brindará dos ascensos.
Mirkin y su vice, Claudio De Camilo, se equivocaron el año pasado al entregarle la suma del poder futbolístico a Osvaldo Bernasconi, quien armó un equipo a su gusto y fracasó cuando no podía fracasar, en la temporada que invitaba a reacomodarse en el mapa gracias a la proliferación de oportunidades que brindaba. Ahora hay que remar desde el fondo.
Pero el fútbol, se sabe, es la punta del iceberg institucional. Bajo la línea de flotación se mueve la estructura social que debe sostenerse para que un club mantenga su razón de ser. Y justo allí, la venalidad de un sereno -según acusan los familiares de Axel Correa- derivó en tragedia. La pileta se vació, un sacerdorte la bendijo y de inmediato volvió a funcionar. Los directivos juran que desconocían el ingreso de los jóvenes del barrio, en plena madrugada, con la anuencia del guardia. La certeza es que fue tan castigado San Martín, que son tantas las prácticas nefastas a corregir, que llevará muchísimo tiempo hasta que recupere el esplendor perdido.