Por Guillermo Monti
06 Marzo 2015
“Se van a ver cosas peores. Cataclismos. Padres contra hijos... Está en la Biblia”, dice el taxista, mientras las gotas repiquetean sobre el techo de su Fiat Uno. Llueve más adentro que afuera del auto, pero esa es otra historia. La del transporte público y sus vergonzosas condiciones es una de las batallas perdidas por el tándem Alperovich-Amaya. Pero el tema son los aguaceros que no se detienen y cómo repercuten en la calidad de vida de los tucumanos.
Lejos del enfoque religioso, pero no menos apocalíptico, Clive Hamilton sostiene que el cambio climático es un réquiem para la especie humana. El calentamiento global es irreversible y se produce a una velocidad desconcertante. Los científicos coinciden en que la temperatura promedio del planeta subirá 4°, en un período que oscila entre 50 y 300 años, de acuerdo con distintos análisis. Eso equivale al derretimiento de los casquetes polares. El 7 de febrero de 2009, Melbourne (Australia) registró una temperatura récord: 46°. Las zarigüeyas y los murciélagos caían muertos. “Estamos desatando el infierno sobre la Tierra”, sostuvo David Karoly, profesor de la Universidad de Melbourne. Incendios como el que azota Chubut están a punto de convertirse en moneda corriente.
Juan Minetti, del Laboratorio Climatológico Sudamericano, viene advirtiendo desde hace años sobre el advenimiento de una etapa de sequía rigurosa. ¿Pero cómo es eso posible si por estas horas no para de llover? Que Tucumán sea un oasis verde entre tanto desierto (el chileno de Atacama y la franja semiárida de Santiago del Estero) no debe llamar a engaño.
La apertura de las compuertas en El Cadillal contrasta con la dramática carencia de agua registrada durante meses en extensas zonas de la capital y el Gran San Miguel de Tucumán. Es una característica de la provincia: cuando llueve nos tapa el agua, cuando no llueve los grifos se llaman a silencio.
Bien entrado el siglo XXI el sur tucumano sigue careciendo de las obras de infraestructura imprescindibles para evitar inundaciones. Las familias aisladas se cuentan por centenares, mientras en La Madrid ayer ponían manos a la obra para asistir a los evacuados. Ramón Ortega, entonces gobernador, se calzó unas botas por demás vistosas y se fotografió socorriendo a las víctimas en medio de un río que serpenteaba entre viviendas. Ocurrió a principios de los 90. Nada había cambiado antes y nada cambió después.
El tema no figura en el discurso de los candidatos que aspiran a ser votados dentro de algunos meses. Para ser honestos, a ningún candidato se le escuchó decir qué piensa hacer con Tucumán si consigue apoltronarse en el sillón de Lucas Córdoba. Más allá de generalidades para la tribuna, lógico. Así como se desbordan ríos y canales, las calles de la capital, Yerba Buena, Tafí Viejo, Las Talitas, Alderetes y Banda del Río Salí quedan anegadas tormenta a tormenta. Se sabe que un desagüe es una obra costosa y poco rendidora en la tabla del marketing.
“Una cosa es cierta: la transición a alguna etapa nueva de estabilidad va a ser larga y brutal, especialmente para los más pobres y los más vulnerables, cuya supervivencia se va a ver amenazada por carestías, acontecimientos meteorólogicos extremos y enfermedades. Y, en un mundo que se halla densamente vinculado, todos y cada uno de nosotros vamos a ser afectados profundamente”, sostiene Hamilton, profesor de Éticas Públicas de la Universidad Nacional de Australia en su libro, que se llama justamente “Réquiem para una especie” y debería ser de lectura obligatoria. Como dice Minetti, tal vez sea necesario que la población se asuste para ver si así toma conciencia.
Debió producirse un corte de internet para notar una reacción ciudadana. Preocupó más el corte de la fibra óptica -equivalente a un puñado de horas sin acceso a la web- que el drama de los cordobeses arrasados por los aguaceros. De los 3.500 santiagueños evacuados tampoco se dice mucho, mientras que las noticias acerca de los tucumanos que rezan para que el agua no les lleve lo mucho o poco que tienen tampoco mueven la aguja de la opinión pública.
Uno de los problemas de fondo, advierte Hamilton, es que nos hemos desconectado de la naturaleza, que es lo mismo que afirmar que estamos renunciando a nuestra propia humanidad. Más incisivo, el crítico cultural Neil Postman apunta que, simplemente, preferimos divertirnos hasta que nos llega la muerte. Eso no se arregla parchando la fibra óptica.
Lejos del enfoque religioso, pero no menos apocalíptico, Clive Hamilton sostiene que el cambio climático es un réquiem para la especie humana. El calentamiento global es irreversible y se produce a una velocidad desconcertante. Los científicos coinciden en que la temperatura promedio del planeta subirá 4°, en un período que oscila entre 50 y 300 años, de acuerdo con distintos análisis. Eso equivale al derretimiento de los casquetes polares. El 7 de febrero de 2009, Melbourne (Australia) registró una temperatura récord: 46°. Las zarigüeyas y los murciélagos caían muertos. “Estamos desatando el infierno sobre la Tierra”, sostuvo David Karoly, profesor de la Universidad de Melbourne. Incendios como el que azota Chubut están a punto de convertirse en moneda corriente.
Juan Minetti, del Laboratorio Climatológico Sudamericano, viene advirtiendo desde hace años sobre el advenimiento de una etapa de sequía rigurosa. ¿Pero cómo es eso posible si por estas horas no para de llover? Que Tucumán sea un oasis verde entre tanto desierto (el chileno de Atacama y la franja semiárida de Santiago del Estero) no debe llamar a engaño.
La apertura de las compuertas en El Cadillal contrasta con la dramática carencia de agua registrada durante meses en extensas zonas de la capital y el Gran San Miguel de Tucumán. Es una característica de la provincia: cuando llueve nos tapa el agua, cuando no llueve los grifos se llaman a silencio.
Bien entrado el siglo XXI el sur tucumano sigue careciendo de las obras de infraestructura imprescindibles para evitar inundaciones. Las familias aisladas se cuentan por centenares, mientras en La Madrid ayer ponían manos a la obra para asistir a los evacuados. Ramón Ortega, entonces gobernador, se calzó unas botas por demás vistosas y se fotografió socorriendo a las víctimas en medio de un río que serpenteaba entre viviendas. Ocurrió a principios de los 90. Nada había cambiado antes y nada cambió después.
El tema no figura en el discurso de los candidatos que aspiran a ser votados dentro de algunos meses. Para ser honestos, a ningún candidato se le escuchó decir qué piensa hacer con Tucumán si consigue apoltronarse en el sillón de Lucas Córdoba. Más allá de generalidades para la tribuna, lógico. Así como se desbordan ríos y canales, las calles de la capital, Yerba Buena, Tafí Viejo, Las Talitas, Alderetes y Banda del Río Salí quedan anegadas tormenta a tormenta. Se sabe que un desagüe es una obra costosa y poco rendidora en la tabla del marketing.
“Una cosa es cierta: la transición a alguna etapa nueva de estabilidad va a ser larga y brutal, especialmente para los más pobres y los más vulnerables, cuya supervivencia se va a ver amenazada por carestías, acontecimientos meteorólogicos extremos y enfermedades. Y, en un mundo que se halla densamente vinculado, todos y cada uno de nosotros vamos a ser afectados profundamente”, sostiene Hamilton, profesor de Éticas Públicas de la Universidad Nacional de Australia en su libro, que se llama justamente “Réquiem para una especie” y debería ser de lectura obligatoria. Como dice Minetti, tal vez sea necesario que la población se asuste para ver si así toma conciencia.
Debió producirse un corte de internet para notar una reacción ciudadana. Preocupó más el corte de la fibra óptica -equivalente a un puñado de horas sin acceso a la web- que el drama de los cordobeses arrasados por los aguaceros. De los 3.500 santiagueños evacuados tampoco se dice mucho, mientras que las noticias acerca de los tucumanos que rezan para que el agua no les lleve lo mucho o poco que tienen tampoco mueven la aguja de la opinión pública.
Uno de los problemas de fondo, advierte Hamilton, es que nos hemos desconectado de la naturaleza, que es lo mismo que afirmar que estamos renunciando a nuestra propia humanidad. Más incisivo, el crítico cultural Neil Postman apunta que, simplemente, preferimos divertirnos hasta que nos llega la muerte. Eso no se arregla parchando la fibra óptica.