14 Marzo 2015
OBEDIENTE. Quiroga intercambia pareceres con Azconzábal durante el entrenamiento. El técnico está conforme con el neuquino en su posición de volante. la gaceta / foto de diego aráoz
Inmediatamente después de su conquista ante Villa Dálmine, Franco Quiroga eligió festejarla emulando una muerte. Pero no cualquier muerte. Juntó sus manos para agarrar un micrófono imaginario, aprovechó su gol para cantarlo y se fue tirando hacia atrás hasta caer al piso y ahí sí, morir.
Porque si llega el momento, mejor que sea durante el clímax, ¿verdad? Ese clímax que sólo pueden sentir los que alguna vez hicieron un gol en un estadio colmado de gente. O ese que atraviesa un cantante en el escenario, cuando tiene a miles de sus seguidores repitiendo su letra. Eso mismo que siente desde hace 28 años Andrés Ciro Martínez, líder de la banda Ciro y Los Persas y otrora cantante de Los Piojos.
Y el viernes pasado a las 22.45, mientras el temporal se hacía presente en el Monumental, el jugador de Atlético, fanático de Martínez y sus bandas, condensó ambas sensaciones, o al menos intentó hacerlo.
“Es como un movimiento raro que hace (Ciro), extraño. Como que canta y se muere”, explica el volante “decano” sobre la performance del cantante durante sus presentaciones en vivo.
Porque si los fanáticos de Atlético vieron como ante Villa Dálmine, Quiroga “hacía como que moría”, el mismo jugador lo vio en su ídolo durante toda su adolescencia. “Toda mi vida seguí a Los Piojos, desde muy chico”, confiesa quien hoy será titular en el duelo ante Atlético Paraná a las 20.30 en Entre Ríos. Y ese fanatismo no es poca cosa para un hombre cuyos gustos se reducen casi exclusivamente al fútbol.
“No tengo muchos otros hobbies, como se dice. Estoy viendo todo el tiempo fútbol”. Tan futbolera es su vida que la única razón por la que nació en Neuquén, fue el fútbol. Alicia Debut, su madre, allí lo tuvo luego de acompañar en la travesía de su padre, Tomás Quiroga, arquero de Alianza de Cutral Có en 1986.
Sólo 30 días duró la estadía de Quiroga en Neuquén para luego irse a Temperley, provincia de Buenos Aires, junto a su hermana Paula, donde fue criado en medio de pelotas. Debutó en el “gasolero” y a partir de allí no soltó el fútbol, aunque vale su aclaración: “siempre lo mezclé con algo de rock & roll”. Ahí es cuando aparecen Los Piojos, que nunca tocaban en Temperley pero eso no importaba. Quiroga recorría los kilómetros necesarios para verlos tocar. Salvo el 30 de junio de 2009, curiosamente el último concierto que dio la banda.
“Había comprado seis entradas para que vayamos con toda mi familia. Era un día de semana pero al final lo movieron para el fin de semana y yo estaba jugando en ese momento. Tuve que regalarlas”, cuenta el volante que veía una vez más cómo el fútbol se mezclaba con la música aunque esa vez, para mal.
El templo musical
Pero la mezcladora esencial entre el fútbol y la música, además de las tribunas y las canciones de la hinchada, es el vestuario. Franco Sbuttoni, encargado de ejecutar las pistas antes y después de los entrenamientos y partidos, proporciona un servicio bastante ecléctico, para suerte de su tocayo.
“En los vestuarios de fútbol generalmente hay sólo cumbia. Por suerte a Franco también le gusta el rock y nos deja a todos contentos”, relata.
En su departamento, la cuestión es más sencilla. Franco vino a Tucumán junto a Geraldine Visciglio, su novia, y la relación está musicalizada por Ciro y los Persas, como gran parte de su carrera.
Aunque el jugador al menos puede decir que su último gol tiene menos tiempo que el último CD que sacó su banda favorita. “Yo también hacía mucho que no hacía uno”.
Porque si llega el momento, mejor que sea durante el clímax, ¿verdad? Ese clímax que sólo pueden sentir los que alguna vez hicieron un gol en un estadio colmado de gente. O ese que atraviesa un cantante en el escenario, cuando tiene a miles de sus seguidores repitiendo su letra. Eso mismo que siente desde hace 28 años Andrés Ciro Martínez, líder de la banda Ciro y Los Persas y otrora cantante de Los Piojos.
Y el viernes pasado a las 22.45, mientras el temporal se hacía presente en el Monumental, el jugador de Atlético, fanático de Martínez y sus bandas, condensó ambas sensaciones, o al menos intentó hacerlo.
“Es como un movimiento raro que hace (Ciro), extraño. Como que canta y se muere”, explica el volante “decano” sobre la performance del cantante durante sus presentaciones en vivo.
Porque si los fanáticos de Atlético vieron como ante Villa Dálmine, Quiroga “hacía como que moría”, el mismo jugador lo vio en su ídolo durante toda su adolescencia. “Toda mi vida seguí a Los Piojos, desde muy chico”, confiesa quien hoy será titular en el duelo ante Atlético Paraná a las 20.30 en Entre Ríos. Y ese fanatismo no es poca cosa para un hombre cuyos gustos se reducen casi exclusivamente al fútbol.
“No tengo muchos otros hobbies, como se dice. Estoy viendo todo el tiempo fútbol”. Tan futbolera es su vida que la única razón por la que nació en Neuquén, fue el fútbol. Alicia Debut, su madre, allí lo tuvo luego de acompañar en la travesía de su padre, Tomás Quiroga, arquero de Alianza de Cutral Có en 1986.
Sólo 30 días duró la estadía de Quiroga en Neuquén para luego irse a Temperley, provincia de Buenos Aires, junto a su hermana Paula, donde fue criado en medio de pelotas. Debutó en el “gasolero” y a partir de allí no soltó el fútbol, aunque vale su aclaración: “siempre lo mezclé con algo de rock & roll”. Ahí es cuando aparecen Los Piojos, que nunca tocaban en Temperley pero eso no importaba. Quiroga recorría los kilómetros necesarios para verlos tocar. Salvo el 30 de junio de 2009, curiosamente el último concierto que dio la banda.
“Había comprado seis entradas para que vayamos con toda mi familia. Era un día de semana pero al final lo movieron para el fin de semana y yo estaba jugando en ese momento. Tuve que regalarlas”, cuenta el volante que veía una vez más cómo el fútbol se mezclaba con la música aunque esa vez, para mal.
El templo musical
Pero la mezcladora esencial entre el fútbol y la música, además de las tribunas y las canciones de la hinchada, es el vestuario. Franco Sbuttoni, encargado de ejecutar las pistas antes y después de los entrenamientos y partidos, proporciona un servicio bastante ecléctico, para suerte de su tocayo.
“En los vestuarios de fútbol generalmente hay sólo cumbia. Por suerte a Franco también le gusta el rock y nos deja a todos contentos”, relata.
En su departamento, la cuestión es más sencilla. Franco vino a Tucumán junto a Geraldine Visciglio, su novia, y la relación está musicalizada por Ciro y los Persas, como gran parte de su carrera.
Aunque el jugador al menos puede decir que su último gol tiene menos tiempo que el último CD que sacó su banda favorita. “Yo también hacía mucho que no hacía uno”.