Por Federico Diego van Mameren
15 Marzo 2015
El caso es increíble. La simpleza de un hecho desnuda la indolente y desvergonzada actitud con la que se ejerce el poder. Un legislador tiene un accidente en plena vía pública. Lo acuna la suerte que no todos los ciudadanos tienen, de que un agente de policía actúe rápidamente. Hay testigos que dicen haber visto que manejaba Emiliano Vargas Aignasse. Él y su acompañante lo niegan. El hombre se baja y se cae. ¿Nervios? ¿Alcohol? ¿Tensión? ¿Vergüenza? Nunca se sabrá. Ante el escándalo, un policía decide subirse a la camioneta del legislador peronista y lo lleva a la seccional primera. Es política del Ministerio de Seguridad que el policía sea un auxiliar del vecino. Promueven que ayude al anciano a cruzar y que le dé tranquilidad al niño. Es lógico que insistan con estas acciones porque jamás se olvidará el estigma del 8 y 9 de diciembre de 2013, cuando la Policía decidió dar la espalda a la ciudadanía. Pero parece un poco exagerado el gesto del viernes. Un policía se subió a la camioneta y lo trasladó. Pero fue más amable aún porque dejó que el legislador se vaya. No hubo declaraciones ni tampoco un examen físico para saber el estado de salud del hombre. El médico que había entrado enojado a la comisaría primera finalmente se fue sin protestar. Por lo tanto, todo ha quedado en la nada. Hasta anoche no había ningún llamado de atención ni mucho menos una sanción hacia el policía que había intervenido en el hecho. Sólo quedaron algunas quejas y enojos de la acompañante del legislador, que se molestó con los periodistas que llegaron al lugar porque “siempre la responsabilidad de esto la tiene la maliciosa prensa” y también quedó la molestia del legislador contra una vecina que osó sugerir, en Facebook, que se encontraba beodo y hasta la amenazó con enviarle sus abogados.
Es difícil entender por qué Isabel, la mujer del circuito 12 que acompañaba al legislador, si había manejado hasta el momento del accidente, como ella señaló, no se fue manejando la camioneta hasta la comisaría, para no comprometer al policía que terminó conduciendo el vehículo. Tampoco está claro por qué, si no iba manejando Vargas Aignasse, el médico, cuando sintió el golpe de su auto miró y lo vio al propio legislador sentado al volante. Uno de los dos no dice la verdad o, en todo caso, los nervios por un accidente no les permite tener en claro lo que pasó. ¿No es tarea de la autoridad policial o tal vez judicial, tratar de dilucidar lo ocurrido? Más allá de las mentiras, el legislador termina recibiendo un trato privilegiado que indudablemente el ministro de Gobierno, Seguridad y Justicia, Jorge Gassenbauer, está avalando. ¿El secretario de Seguridad, Paul Hofer, le requirió algún informe al titular de la comisaría primera por lo sucedido? Aparentemente, no, porque no hubo denuncias, aunque sí un sorpresivo escándalo callejero.
Hace un tiempo, cuando el presidente de los Estados Unidos Bill Clinton les mintió a los ciudadanos al negar su affaire, terminó afrontando lo que en la Argentina sería un juicio político. Y la política lo perdonó. Hace más años aún, cuando Antonio Domingo Bussi vestía de civil y era gobernador elegido por los tucumanos, pasó días sin poder decir qué pasaba con su cuenta suiza. Finalmente cuando LA GACETA le preguntó, respondió: “ni niego ni afirmo”. La mentira o ese ocultamiento le terminó costando un juicio político que la política castigó entendiendo que había una inconducta por parte del mandatario provincial. En estos tiempos la palabra se ha devaluado notablemente. El valor de una palabra no incide en los actos de un ser humano, menos aún en la permanencia de un funcionario y todavía menos puede incidir en un voto. Sin embargo, es de esperar que un legislador le diga la verdad a la sociedad que lo respaldó y que le dio su confianza al votar por él. En este episodio hubo alguna connivencia entre la fuerza del orden que depende del Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, que teóricamente deberían controlarse entre sí. Ante esa sospecha, ¿no debería actuar el Poder Judicial para investigar si ocurrió esa falla?
Hubo legisladores oficialistas que llamaron a LA GACETA luego de que en la edición digital se publicara el choque. Ninguno de los colegas del protagonista principal lo hizo para defender o para denunciar a Vargas Aignasse. Lamentablemente, más de uno lo hizo solicitando más información del hecho o para burlarse “porque lo descubrieron”.
El gobernador José Alperovich había estado por la mañana en cuestiones proselitistas y no se pronunció al respecto. Hace varios años, periodistas de LA GACETA esperaban al mandatario para una entrevista en la amplia sala que precede a su despacho. De pronto se abrió la puerta y Alperovich salió acompañado por varios funcionarios. Saludó y encaró a uno de sus ministros, que había sido criticado por la prensa por su desempeño. En voz alta, como para que todos escuchen, Alperovich disparó: “a vos no te tiene que preocupar lo que diga LA GACETA, a vos te tiene que preocupar lo que yo pienso de vos”. En una clase de coaching o en un curso de liderazgo seguramente esta frase podría sonar como Los Beatles en la terraza del edificio de la grabadora Apple. Pero no debe ser lo más aplaudible para un hombre que fue elegido por el pueblo (que está integrado por propios y extraños) y que espera que cuando las cosas no están bien alguien sea castigado.
Confusión
Dicen las abuelas que la esperanza es lo último que se pierde. Esta semana quedó una luz encendida cuando Manuel Fresco renunció a asumir su banca de diputado. Claro, no quedó muy bien cuando fue a buscar al aeropuerto a un colombiano que había sido demorado porque declaró que no tenía un cospel y cuando revisaron su valija tenía más euros falsos (30.000) que ropa. Fresco, después del papelón, renunció. No tiene la altura ética de la renuncia del papa Benedicto XVI pero podría ser un ejemplo para casos como los que tienen que soportar los tucumanos o los que protagoniza Amado Boudou, que sigue responsabilizando a la prensa por los expedientes que le abren en Tribunales.
Los hombres públicos merecen un trato privilegiado. Así lo decidieron los ciudadanos que les delegaron responsabilidades, pero también están cargados de obligaciones. La fiesta en la casa del gobernador mostró las dificultades que tiene para aceptar que no siempre es bueno hacer lo que se quiere. Jamás se podrá criticar que no debía realizar una reunión familiar. No obstante, es absolutamente comprensible también que a una vecina le moleste y que reciba críticas por ese hecho. Sin embargo, la reacción oficial fue casi de intolerancia. Si algo le ha costado en estos últimos 12 años al gobernador Alperovich y a su entorno es poder separar la cuestión pública de la privada.
Sin maquillaje
Las lluvias alteraron la vida política tucumana. Nadie sabe cuánto incidirá en el futuro ni qué costo acarreará. Está claro que al gobernador, principalmente, le hizo cambiar el rumbo de sus actividades y lo perturbó al punto que llegó a decir que las obras evitaron mayores daños en las inundaciones. Nueve puentes inservibles lo desmentían y hoy hay tres más en estado grave. Sus propios asesores no podían creer lo que habían escuchado de boca de su líder. A Alperovich se le nota cuando las crisis lo golpean y estas inundaciones lo sacudieron. No sólo a él sino a toda la clase política. Las lluvias fueron implacables y les corrieron el maquillaje a todos los políticos tucumanos. A los que no hicieron y a los que dejaron que no se haga. Los que hicieron e hicieron mal. A los que hicieron bien y permitieron que otros no hagan lo mismo. Fallaron todos los controles. La lluvia desnudó a los que invitaron a desposeídos a usurpar terrenos que eran impropios para poner casas y ahora el agua se las llevó y también desenmascaró a los que permitieron desmontes donde no se debía y ahora todo es barro.
Arroz con leche
Cuando estas líneas iban llenando el espacio previsto, los radicales todavía no le daban el visto bueno al radical José Cano para acordar lo que ya tiene acordado con Sergio Massa. El ex senador y actual diputado necesita que le liberen las manos. Es el elegido por las encuestas para derrocar al alperovichismo, pero necesita de todos para hacerlo. Solo no puede. ¿Necesita de Domingo Amaya? Los massistas dicen que no. En eso no es una de las pocas cosas en la que coinciden massistas y macristas. Sin embargo, hay algo seguro, el mejor antídoto para las dudas es que si se unen Amaya y Cano, Alperovich estará más nervioso que cuando ve llover. Ni Cano ni el intendente son capaces de ceder su ambición de ser el número uno. La cuenta regresiva dice que el minuto final será el 22 de mayo, cuando deban inscribirse las alianzas en la Junta Electoral. Mientras tanto, Cano y Germán Alfaro se mandan mensajes de texto como la señorita de San Nicolás que abre la puerta para ir a jugar. Antes, el contacto entre Cano y Amaya era de suposiciones; ahora parecen animados a compartir el arroz con leche.
Es difícil entender por qué Isabel, la mujer del circuito 12 que acompañaba al legislador, si había manejado hasta el momento del accidente, como ella señaló, no se fue manejando la camioneta hasta la comisaría, para no comprometer al policía que terminó conduciendo el vehículo. Tampoco está claro por qué, si no iba manejando Vargas Aignasse, el médico, cuando sintió el golpe de su auto miró y lo vio al propio legislador sentado al volante. Uno de los dos no dice la verdad o, en todo caso, los nervios por un accidente no les permite tener en claro lo que pasó. ¿No es tarea de la autoridad policial o tal vez judicial, tratar de dilucidar lo ocurrido? Más allá de las mentiras, el legislador termina recibiendo un trato privilegiado que indudablemente el ministro de Gobierno, Seguridad y Justicia, Jorge Gassenbauer, está avalando. ¿El secretario de Seguridad, Paul Hofer, le requirió algún informe al titular de la comisaría primera por lo sucedido? Aparentemente, no, porque no hubo denuncias, aunque sí un sorpresivo escándalo callejero.
Hace un tiempo, cuando el presidente de los Estados Unidos Bill Clinton les mintió a los ciudadanos al negar su affaire, terminó afrontando lo que en la Argentina sería un juicio político. Y la política lo perdonó. Hace más años aún, cuando Antonio Domingo Bussi vestía de civil y era gobernador elegido por los tucumanos, pasó días sin poder decir qué pasaba con su cuenta suiza. Finalmente cuando LA GACETA le preguntó, respondió: “ni niego ni afirmo”. La mentira o ese ocultamiento le terminó costando un juicio político que la política castigó entendiendo que había una inconducta por parte del mandatario provincial. En estos tiempos la palabra se ha devaluado notablemente. El valor de una palabra no incide en los actos de un ser humano, menos aún en la permanencia de un funcionario y todavía menos puede incidir en un voto. Sin embargo, es de esperar que un legislador le diga la verdad a la sociedad que lo respaldó y que le dio su confianza al votar por él. En este episodio hubo alguna connivencia entre la fuerza del orden que depende del Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, que teóricamente deberían controlarse entre sí. Ante esa sospecha, ¿no debería actuar el Poder Judicial para investigar si ocurrió esa falla?
Hubo legisladores oficialistas que llamaron a LA GACETA luego de que en la edición digital se publicara el choque. Ninguno de los colegas del protagonista principal lo hizo para defender o para denunciar a Vargas Aignasse. Lamentablemente, más de uno lo hizo solicitando más información del hecho o para burlarse “porque lo descubrieron”.
El gobernador José Alperovich había estado por la mañana en cuestiones proselitistas y no se pronunció al respecto. Hace varios años, periodistas de LA GACETA esperaban al mandatario para una entrevista en la amplia sala que precede a su despacho. De pronto se abrió la puerta y Alperovich salió acompañado por varios funcionarios. Saludó y encaró a uno de sus ministros, que había sido criticado por la prensa por su desempeño. En voz alta, como para que todos escuchen, Alperovich disparó: “a vos no te tiene que preocupar lo que diga LA GACETA, a vos te tiene que preocupar lo que yo pienso de vos”. En una clase de coaching o en un curso de liderazgo seguramente esta frase podría sonar como Los Beatles en la terraza del edificio de la grabadora Apple. Pero no debe ser lo más aplaudible para un hombre que fue elegido por el pueblo (que está integrado por propios y extraños) y que espera que cuando las cosas no están bien alguien sea castigado.
Confusión
Dicen las abuelas que la esperanza es lo último que se pierde. Esta semana quedó una luz encendida cuando Manuel Fresco renunció a asumir su banca de diputado. Claro, no quedó muy bien cuando fue a buscar al aeropuerto a un colombiano que había sido demorado porque declaró que no tenía un cospel y cuando revisaron su valija tenía más euros falsos (30.000) que ropa. Fresco, después del papelón, renunció. No tiene la altura ética de la renuncia del papa Benedicto XVI pero podría ser un ejemplo para casos como los que tienen que soportar los tucumanos o los que protagoniza Amado Boudou, que sigue responsabilizando a la prensa por los expedientes que le abren en Tribunales.
Los hombres públicos merecen un trato privilegiado. Así lo decidieron los ciudadanos que les delegaron responsabilidades, pero también están cargados de obligaciones. La fiesta en la casa del gobernador mostró las dificultades que tiene para aceptar que no siempre es bueno hacer lo que se quiere. Jamás se podrá criticar que no debía realizar una reunión familiar. No obstante, es absolutamente comprensible también que a una vecina le moleste y que reciba críticas por ese hecho. Sin embargo, la reacción oficial fue casi de intolerancia. Si algo le ha costado en estos últimos 12 años al gobernador Alperovich y a su entorno es poder separar la cuestión pública de la privada.
Sin maquillaje
Las lluvias alteraron la vida política tucumana. Nadie sabe cuánto incidirá en el futuro ni qué costo acarreará. Está claro que al gobernador, principalmente, le hizo cambiar el rumbo de sus actividades y lo perturbó al punto que llegó a decir que las obras evitaron mayores daños en las inundaciones. Nueve puentes inservibles lo desmentían y hoy hay tres más en estado grave. Sus propios asesores no podían creer lo que habían escuchado de boca de su líder. A Alperovich se le nota cuando las crisis lo golpean y estas inundaciones lo sacudieron. No sólo a él sino a toda la clase política. Las lluvias fueron implacables y les corrieron el maquillaje a todos los políticos tucumanos. A los que no hicieron y a los que dejaron que no se haga. Los que hicieron e hicieron mal. A los que hicieron bien y permitieron que otros no hagan lo mismo. Fallaron todos los controles. La lluvia desnudó a los que invitaron a desposeídos a usurpar terrenos que eran impropios para poner casas y ahora el agua se las llevó y también desenmascaró a los que permitieron desmontes donde no se debía y ahora todo es barro.
Arroz con leche
Cuando estas líneas iban llenando el espacio previsto, los radicales todavía no le daban el visto bueno al radical José Cano para acordar lo que ya tiene acordado con Sergio Massa. El ex senador y actual diputado necesita que le liberen las manos. Es el elegido por las encuestas para derrocar al alperovichismo, pero necesita de todos para hacerlo. Solo no puede. ¿Necesita de Domingo Amaya? Los massistas dicen que no. En eso no es una de las pocas cosas en la que coinciden massistas y macristas. Sin embargo, hay algo seguro, el mejor antídoto para las dudas es que si se unen Amaya y Cano, Alperovich estará más nervioso que cuando ve llover. Ni Cano ni el intendente son capaces de ceder su ambición de ser el número uno. La cuenta regresiva dice que el minuto final será el 22 de mayo, cuando deban inscribirse las alianzas en la Junta Electoral. Mientras tanto, Cano y Germán Alfaro se mandan mensajes de texto como la señorita de San Nicolás que abre la puerta para ir a jugar. Antes, el contacto entre Cano y Amaya era de suposiciones; ahora parecen animados a compartir el arroz con leche.
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