Por Fernando Stanich
23 Marzo 2015
Por un segundo, como en esos realities norteamericanos en que se intercambian parejas, sería interesante invertir los roles. Que los candidatos se vistieran de ciudadanos y observaran, desde abajo, la montaña rusa en que se convirtió este fin de ciclo y el inicio de una nueva etapa en el país.
De seguro, al radical José Cano le costaría entender cómo se sustenta un acuerdo con el peronista disidente y ex kirchnerista Sergio Massa, mientras se tiene el mandato partidario de subordinarse al liberalismo de Mauricio Macri. O cómo se puede apostar a una alianza con el neo ex alperovichista y aún kirchnerista Domingo Amaya habiendo construido una carrera política como el más duro opositor a José Alperovich y al matrimonio Kirchner. Al propio Amaya, seguramente, le ocurriría algo parecido. Sentado, miraría secuencias disparatadas, dignas de una película de Woddy Allen. El intendente, que aspira a suceder al gobernador y critica su gestión desde hace un par de meses, mantiene en la Legislatura a sus dos representantes dentro del bloque oficialista (porque el Tucumán Crece no es peronista, sino fundamentalmente alperovichista). Incluso, uno de esos dos amayistas, Beatriz Ávila, es la esposa de Germán Alfaro, el amayista que no tiene reparos en decir que nunca fue alperovichista. También, el jefe municipal que se reivindica kirchnerista vía Florencio Randazzo, pero que coqueteó con Daniel Scioli hasta que el ex motonauta se quedó con Alperovich, podría estar atento para explicar cómo se hace para seguir a la Casa Rosada mientras se está dispuesto a conversar con Massa, con Macri y a integrar una fórmula gubernamental con el radical Cano. Lo más probable es que, para no sucumbir en el intento de entender todas las imágenes, deba rebobinar en más de una ocasión. Ni hablar del carrusel alperovichista, movimiento que reivindica los derechos humanos pero que cobija resabios del bussismo, o que puso al Partido Justicialista en manos de Beatriz Rojkés, una persona que trata de ex tucumano a uno de los más ilustres comprovincianos, como Tomás Eloy Martínez, de “familia borracha” a los padres de una nena asesinada y hasta de “vago” a uno de los miles de inundados por culpa de la desidia del Estado que ella representa.
En medio de esta ensalada aún sin revolver, hay una sociedad que espera señales claras de sus dirigentes para definir su voto. Quizá los candidatos puedan alegar que la cercanía entre las Primarias nacionales (el 9 de agosto) y las elecciones provinciales (23 de agosto) atenta contra un ordenamiento más claro de las alianzas, y que los intereses nacionales no son necesariamente los mismos que los locales. También, que el objetivo de derrotar a un modelo de gestión que lleva 12 años enquistado en el poder debe estar por encima de las fronteras ideológicas. Pero hay otra interpretación válida, menos altruista: que en realidad lo que están en juego son ambiciones personales -legítimas, por cierto- y no proyectos políticos. Es decir, que la misión es desbancar como se pueda al alperovichismo y al kirchnerismo, y que para eso todo vale. Hay que advertir, también, que si buena parte de la ciudadanía está dispuesta a avalar los menjunjes con tal de decirle adiós a la última década es porque hay síntomas de que algo no está bien. De hastío. Y la responsabilidad, en ese caso, es exclusivamente de los Kirchner y los Alperovich. Porque si una gestión con tres mandatos a cuestas termina con un fiscal muerto en el país, con una provincia destruida y con una población angustiada después de dos semanas de lluvias tiene muy poco para ofrecer al electorado. Esa es, precisamente, la principal ventaja con la que corren hoy por hoy Macri, Massa, Cano y Amaya: que los oficialistas tienen para los próximos meses la difícil tarea de maquillar los desbarajustes que ellos mismos provocaron.
Tanto enredo, entonces, explica por qué Cano puede comenzar la semana hablando por teléfono con el macrista Pablo Walter y cerrándola el jueves en una comida con Massa (¿haciéndole sana sana?) en Buenos Aires, mientras a su alrededor se posan los rumores de acuerdo con Amaya. Es que mientras el oficialismo siga obstinado en flagelarse, cualquier paso que dé la oposición, por más contradictorio que parezca, será convalidado.
De seguro, al radical José Cano le costaría entender cómo se sustenta un acuerdo con el peronista disidente y ex kirchnerista Sergio Massa, mientras se tiene el mandato partidario de subordinarse al liberalismo de Mauricio Macri. O cómo se puede apostar a una alianza con el neo ex alperovichista y aún kirchnerista Domingo Amaya habiendo construido una carrera política como el más duro opositor a José Alperovich y al matrimonio Kirchner. Al propio Amaya, seguramente, le ocurriría algo parecido. Sentado, miraría secuencias disparatadas, dignas de una película de Woddy Allen. El intendente, que aspira a suceder al gobernador y critica su gestión desde hace un par de meses, mantiene en la Legislatura a sus dos representantes dentro del bloque oficialista (porque el Tucumán Crece no es peronista, sino fundamentalmente alperovichista). Incluso, uno de esos dos amayistas, Beatriz Ávila, es la esposa de Germán Alfaro, el amayista que no tiene reparos en decir que nunca fue alperovichista. También, el jefe municipal que se reivindica kirchnerista vía Florencio Randazzo, pero que coqueteó con Daniel Scioli hasta que el ex motonauta se quedó con Alperovich, podría estar atento para explicar cómo se hace para seguir a la Casa Rosada mientras se está dispuesto a conversar con Massa, con Macri y a integrar una fórmula gubernamental con el radical Cano. Lo más probable es que, para no sucumbir en el intento de entender todas las imágenes, deba rebobinar en más de una ocasión. Ni hablar del carrusel alperovichista, movimiento que reivindica los derechos humanos pero que cobija resabios del bussismo, o que puso al Partido Justicialista en manos de Beatriz Rojkés, una persona que trata de ex tucumano a uno de los más ilustres comprovincianos, como Tomás Eloy Martínez, de “familia borracha” a los padres de una nena asesinada y hasta de “vago” a uno de los miles de inundados por culpa de la desidia del Estado que ella representa.
En medio de esta ensalada aún sin revolver, hay una sociedad que espera señales claras de sus dirigentes para definir su voto. Quizá los candidatos puedan alegar que la cercanía entre las Primarias nacionales (el 9 de agosto) y las elecciones provinciales (23 de agosto) atenta contra un ordenamiento más claro de las alianzas, y que los intereses nacionales no son necesariamente los mismos que los locales. También, que el objetivo de derrotar a un modelo de gestión que lleva 12 años enquistado en el poder debe estar por encima de las fronteras ideológicas. Pero hay otra interpretación válida, menos altruista: que en realidad lo que están en juego son ambiciones personales -legítimas, por cierto- y no proyectos políticos. Es decir, que la misión es desbancar como se pueda al alperovichismo y al kirchnerismo, y que para eso todo vale. Hay que advertir, también, que si buena parte de la ciudadanía está dispuesta a avalar los menjunjes con tal de decirle adiós a la última década es porque hay síntomas de que algo no está bien. De hastío. Y la responsabilidad, en ese caso, es exclusivamente de los Kirchner y los Alperovich. Porque si una gestión con tres mandatos a cuestas termina con un fiscal muerto en el país, con una provincia destruida y con una población angustiada después de dos semanas de lluvias tiene muy poco para ofrecer al electorado. Esa es, precisamente, la principal ventaja con la que corren hoy por hoy Macri, Massa, Cano y Amaya: que los oficialistas tienen para los próximos meses la difícil tarea de maquillar los desbarajustes que ellos mismos provocaron.
Tanto enredo, entonces, explica por qué Cano puede comenzar la semana hablando por teléfono con el macrista Pablo Walter y cerrándola el jueves en una comida con Massa (¿haciéndole sana sana?) en Buenos Aires, mientras a su alrededor se posan los rumores de acuerdo con Amaya. Es que mientras el oficialismo siga obstinado en flagelarse, cualquier paso que dé la oposición, por más contradictorio que parezca, será convalidado.