Violencia y falta de libertad, dos signos autoritarios

El autoritarismo es el combo letal del país desde hace 85 años. Esta semana hubo ejemplos a raudales de “todo está permitido”. Hugo E. Grimaldi | Columnista de DyN

29 Marzo 2015
Las cartas podrán barajarse y los nombres cambiar, pero al final de la carrera todo tiene un mismo y potente sesgo. Cristina Fernández, Mauricio Macri, Hebe de Bonafini, Beatriz Rojkés de Alperovich, Axel Kicillof y una buena lista de personajes de todo el espectro político han sido quienes quedaron enlazados durante la última semana, envueltos por la misma música: el autoritarismo. Pero, además, existen otros, todos muy conocidos y están al acecho. La arbitrariedad que surge de tan desdichado atributo común, violencia al fin, es lo que la sociedad consume pasivamente desde hace ochenta y cinco años. Va de suyo que el combo letal de la vida argentina, para muchos lo que la lleva a renegar de las instituciones y semilla de su decadencia, se completa con la falta de libertad que, a la sordina, le imponen a la ciudadanía quienes ejercen el poder.

Está más que claro que nada podría ser tal cómo es, si las condiciones no estuviesen dadas. Patrones de estancia consolidados o caudillejos con pretensiones de serlo, se ensañan a diario con el grueso de la gente porque están seguros de su tolerancia hacia las agresiones, como si a fuerza de alimentarse de la teta del Estado a la mayoría de la gente se le hubiese cancelado el orgullo que tienen las sociedades que viven de su propio esfuerzo.

Durante la última semana, hubo ejemplos a raudales de estas imposiciones que buscan el sometimiento de las ideas, con contradicciones, mentiras, grandilocuencias, subestimaciones, ironías o exabruptos. Todo está permitido porque los políticos ya saben que el cuerpo social no se rebela, sino que aguanta todo lo que le tiran.

La sumisión ya está metida en tantas cabezas y corazones que muchos ya no saben de qué se trata e inclusive otros se niegan a mirar, aunque sea con un poco de malsana envidia, a pueblos que viven menos sometidos a los designios de los poderosos.

Todos los dichos que se puedan coleccionar para demostrar las agresiones hacia los ciudadanos quizás han quedado un poco opacados por estos días por la importancia institucional que han tenido el irresuelto caso de la muerte del fiscal Alberto Nisman y las sospechas de presión hacia los jueces para que duerman la causa de encubrimiento que involucra a la Presidenta de la Nación. Y también por el llamado a un paro general para el martes, derivado del impuesto que se le cobra a los salarios, paro que será total en el transporte y en las centrales opositoras y, entre los gremios alineados con el Gobierno.

Por tratarse de la Presidenta hay que comenzar por ella y es bueno repasar su último discurso para encontrar algunas claras manifestaciones de cesarismo en varios de sus anuncios, muchas de ellas en directa discordancia con el relato. En primer término, no parece lógico utilizar una cadena nacional para hablar de garrafas, heladeras y lavarropas, salvo que se esté haciendo campaña obligatoria para “todos y todas”, algo que, como nadie dice nada, de tan autoritaria que es la situación, se naturalizó.

De esa alocución del jueves, un punto que hay que marcar como contradictorio es que el Gobierno en pleno, que sigue defendiendo a rajatabla el programa económico, dice que no ha caído el consumo ni mucho menos la actividad y que todo está muy bien en la materia, pero es Cristina quien le dedica un largo monólogo a hablar de “estímulos” a la economía, para seguir haciendo “lo que hemos venido haciendo desde hace ya casi 12 años, que es la intervención del Estado en la economía”.

A patadas con el relato

Otra cuestión que se da de patadas con el relato de la bonanza, fue el anuncio presidencial de un Plan de Regularización en materia impositiva, “una mochila de 60.525 millones de pesos que están en mora que corresponden a 1.222.907 contribuyentes”, que no sólo una vez más es un desaliento para quienes pagan o para quienes tienen retenciones directas de sus empleadores, sino una medida que está admitiendo que esa mora implica que el parate productivo llevó a muchos a financiarse con el Fisco. Un tercer tiro en el pie, se lo dio la Presidenta cuando reconoció el error de base del Programa de Garrafas Sociales para Todos que, desde el año 2008 subsidiaba la oferta, “es decir a los productores, a los fraccionadores, a los distribuidores, a los comercializadores, pero se armaron algunos problemas, vinculados a negocios, mercado negro, venta de esas garrafas, a quien no correspondía”. Ahora, admitió Cristina, “lo que simplemente se va a hacer es una implementación más sencilla y más directa: que el subsidio vaya a la demanda”. Tal como si fuera un acto de magia, recién siete años después el Estado descubrió que había desvíos, inclusive de gente que calentaba el agua de su pileta de natación con gas de las garrafas sociales, más allá de que nunca hubo stock suficiente a precios regulados o que se las entregaba con menos carga para encarecerlas o bien que los más necesitados no las conseguían en todos lados.

Se calcula que subsidiando directamente a los usuarios, se hubiesen podido ahorrar la mitad de los fondos disponibles para el Programa, lo que debería llevar a investigar a quienes se beneficiaron con el uso de esos fondos públicos durante tanto tiempo. El subsidio a la demanda fue algo que muchos propusieron en su momento, tal como también se sugirió para el transporte y los demás servicios. Sin embargo, muchos lenguaraces del Frente para la Victoria retrucaron por entonces que ese camino no era viable, porque darle los fondos a la gente “sería igual que otorgarle un certificado de pobreza”. Y si de pobres se habla, aquí hay que detenerse en lo que fue el caso más patético de la semana, el del ministro de Economía, Axel Kicillof quien confesó que “no tiene” el número de pobres que hay en la Argentina, ya que le parece que se trata de “una medida un poco estigmatizante”.

En realidad, la negativa de casi todo el Gobierno en hablar del tema, parte de esconder la realidad de la manipulación de las cifras de inflación, distorsión que también viene desde 2007. Como los índices que releva el Indec son bajos, llegar a la canasta básica en los papeles se hace más sencillo para más gente, por lo cual el número de la pobreza queda automáticamente subestimado.

Kicillof había contestado a una periodista que decir “cuántos pobres hay es una pregunta bastante complicada” y al día siguiente se cubrió con el clásico “me sacaron de contexto”, una segunda forma de engañar a la gente. Precisamente, el día anterior a esta monumental patinada, el ministro había sacado pecho para mostrarse puertas adentro del Gobierno como un guerrero contra los poderes de la banca internacional y, aunque lo hizo 72 horas después de ocurrido el hecho, la emprendió contra el Citibank Argentina, quien había obtenido el visto bueno del juez Griesa para pagar los bonos el 31 de marzo y a fin de junio.

Fue muy gracioso, además, cuando simulando independencia de criterios, dijo que el Citi había violado las leyes argentinas “porque (el arreglo) se hizo a espaldas de sus autoridades”, y presagió una “estafa” de la entidad para el mes de setiembre, pero le pasó formalmente la pelota para que se expidan a tres dependencias del mismo Gobierno sobre la eventual “violación” que él mismo denunciaba. Una de ellas, la Comisión Nacional de Valores, suspendió al banco “para operar en el mercado de capitales local por considerar que, a partir de la firma de un acuerdo con fondos de inversión demandantes, no actuó de acuerdo con la legislación vigente en Argentina”.

El avance contra la entidad estadounidense se complementó con otra pelea que el oficialismo está llevando a cabo en el Congreso contra el banco HSBC, ya que muchos de sus clientes giraron fondos no declarados ante la AFIP a la filial de Ginebra (Suiza) y la Comisión Bicameral quiere que sea la entidad la que repatríe esos fondos. Ambos casos muestran que el sector bancario podría llegar a ser uno de los enemigos preferidos del kircherismo para la campaña.

Apoyo al delfín

Justamente, en materia electoral, la movida de apoyo interno de Mauricio Macri a su delfín Horacio Rodríguez Larreta (“Tengo confianza en Horacio”) y, por oposición, en detrimento de Gabriela Michetti, le podría traer al jefe de Gobierno porteño muchas complicaciones al respecto, por más que su gente se empeñe en decir que “no se iba a jugar así si no tuviese números seguros”.

Si bien la jugada pareció principista y de lealtad hacia el colaborador eficaz o tal como se hizo trascender, de castigo a la senadora por sus desplantes políticos, aunque no faltará quien la catalogue además de machista, es inevitable poner el dedazo de Mauricio en la lista de autoritarismos de la semana, algo que el kirchnerismo y el massismo sabrán aderezar mirando a octubre, sobre todo si Michetti gana las PASO en agosto y es candidata a sucederlo.

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