En el EPAM se respira clima de eterno recreo

Los talleristas del Programa de Educación Permamente para Adultos Mayores de la UNT se preparan para celebrar los 30 años.

CHARLAS. El bar es el corazón del EPAM, donde los alumnos se encuentran a compartir anéctodas. CHARLAS. El bar es el corazón del EPAM, donde los alumnos se encuentran a compartir anéctodas.
08 Abril 2015
Es como una escuela secundaria, con la diferencia de que aquí las caras de los alumnos aparentan estar en un permanente recreo. En sus pasillos se respira una alegría que contagia, los ánimos se enchufan a una poderosa fuente de energía y hasta los dramas más dolorosos de la tercera edad se convierten en chistes.

Así es la vida en el EPAM. El programa de Educación Permanente para Adultos Mayores de la UNT acaba de desperezar sus articulaciones del receso de verano y sus alumnos ya están copando las aulas de las cuatro sedes. Y este ciclo lectivo les suma una alegría más: 2015 es el año en que este espacio de infinita felicidad, formación y creación cumple las tres décadas de existencia.

Creer, crear
“Este, además de ser un espacio de encuentros, es un espacio de revalorización del adulto mayor. Es el lugar que nos permite expresarnos, crear y creer que por más que el tiempo del trabajo haya quedado atrás, todavía nos queda mucho por hacer, aportar y aprender”, dice Beatriz Venticinque mientras recoge sus pinceles después de la clase de pintura. Acaba de hacer una carpeta con flores anaranjadas, violetas y amarillas para una de sus amigas. El “timbre” de salida ha sonado hace rato, pero ella elige quedarse a terminar su tarea en el aula.

Afuera, los encuentros a los que alude Beatriz no paran de sucederse. Por ejemplo, Bibí Ponce de León y Estela Rivas acaban de darse el abrazo que no se daban desde que la primera dejó la Facultad de Ciencias Naturales. Estela tiene 70 años, es bióloga, jubilada y después de mucho meditarlo se animó a inscribirse en el curso de Canto Italiano. Ayer fue su primera clase, y está fascinada. “Me vine porque he quedado viuda y algo hay que hacer. Me ha encantado esta primera experiencia”, cuenta. Está pensando en anotarse también en el taller de Instrumentos de Papel, “para jugar con sus nietos”. Sus compañeras le prometen que no se va a arrepentir.

Encuentro
El reencuentro de Bibí con Estela se suman algunas alumnas históricas del EPAM: Marta Vaca, de 66 años, Sara Lía (“no te digo la edad”) y Celita Nadal, que según ella, tiene 17 años. “Porque de esa edad me siento yo”, dice. Nadie se animaría a contradecirla.

Entre las cuatro se arma rápidamente un debate: ¿por qué, en todas las sedes del EPAM, hay mayoría de mujeres? Opinan que los hombres son más inhibidos, que tienen más prejuicios, que no quieren reconocer que son “viejos”. Otra dice que los “veteranos” se anotan en el taller de tango, pero que les gustaría bailar con chicas de 25. “Pero cómo no se van a la...”, responde alguna. Y se tapa la boca.

Quemados con leche
“A nivel humano estamos excelente. Acá hay una alegría que no se pierde, un compañerismo inigualable. Nos sentimos abrazados cuando entramos acá. Pero tenemos algunos temores y ciertas ansiedades, porque vemos que las obras edilicias se demoran demasiado”. El contrapunto lo hace Bibí Ponce de León, una de las alumnas más activas durante el desgastante proceso de lucha que vivieron para recuperar la sede de calle Rivadavia, que se consiguió a fines del año pasado. Le preocupa que aún no haya comenzado la restauración del “anexo B”, la casa contigua a la sede principal -ahí se dictarán los talleres de Pintura y Vitraux, porque necesitan más espacio, luz y ventilación- y que no se haya renovado el piso de un aula. “Ya vamos para los dos años de contrato. Las cosas se demoran...”

También Marta Gutiérrez mira con desconfianza los avances que han conseguido. “Con las lluvias de verano algunos techos se rompieron. Hay humedad. Pero lo peor de todo es que falta mantenimiento: de los cuatro ordenanzas que teníamos, nos han dejado con uno solo que se encarga de la limpieza y de hacer el mantenimiento. Es insuficiente”, reclama.

Para Silvina Fenik, directora del EPAM desde la reapertura de la sede Centro, es entendible la preocupación de los alumnos. Como quien se quema con leche ve una vaca y llora, los adultos mayores sufrieron tantas idas y vueltas, marchas y contramarchas y promesas incumplidas hasta que consiguieron lo que pedían, que tienen terror a perderlo.

“Sus ansiedades son comprensibles, después de todo lo que han pasado los alumnos. Pero los arreglos están encaminados. Vamos a empezar a cambiar el piso del aula de la casa principal e inmediatamente comienza la recuperación del anexo. Lamentablemente, las gestiones toman mucho más tiempo de lo que uno quisiera, pero tenemos la tranquilidad de que contamos con toda la predisposición de Extensión (la secretaría que tiene a cargo el EPAM) y de Planeamiento, que llevará a cabo la obra”, explica la directora. El grueso de esos arreglos, informa, se hacen con fondos propios generados con la cuota de los alumnos y que pueden ser ahorrados porque el Rectorado paga el alquiler de las casas, los servicios y la mayoría de los sueldos.

A dos semanas de haber arrancado las clases, la sede Centro ya ha anotado a unos 600 alumnos. Hay quienes están en lista de espera y el interés crece. Mientras tanto, y a pesar de los problemas que pudieran percibir, algunos de los más entusiastas, como Beatriz Veinticinque, dicen tener el secreto de la alegría para la tercera edad: “que vengan al EPAM”.

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