Mal acostumbrados

En la partida política en la que se disputa el poder, unos se levantan, otros ensayan jugadas y algunos esconden las cartas. Mientras, en la calle -donde se desarrolla la campaña electoral-, a la democracia le están faltando el respeto

Hay un momento en el que la costumbre se convierte en falta de respeto. Hemos empezado a faltarle el respeto a la democracia que supimos conseguir. En su nombre se desenfundan armas como si nada. Hasta fines del siglo pasado la muerte, el miedo y el silencio eran patrimonio de aquel pasado y no cabían en los bolsillos de la democracia quinceañera. Hoy, cuando es una mujer madura, zumban balas en sus oídos en lugar de palabras seductoras.

A mediados del año pasado la prensa, que se ha convertido en un desperfecto para este gobierno, advirtió que se preanunciaba una campaña electoral violenta (toda una contradicción, pero absolutamente cierto). Hace menos de un mes el propio intendente de la Capital, Domingo Amaya, advirtió que en algunos sitios del interior de Tucumán no lo recibían con abrazos, pero tampoco con silbidos. Eran armas las que les daban la bienvenida. Esta semana la camioneta de un concejal fue baleada. Se trata de una nueva herida a la vida en libertad. Como la droga que clausura barrios, como el fútbol que le cierra las puertas a los hinchas de uno de los equipos, la política ha incorporado adjetivos de una dictadura. Y nos estamos acostumbrando. Tanto es así que salvo el grito en el desierto que dio el Concejo Deliberante de la Capital, el resto de las fuerzas vivas de Tucumán -y del país- han callado.

Confusión
El desorden que se ha planteado es notorio. Los candidatos están preocupados por ser candidatos, no por ejercer su rol de hombres públicos. Así, guardan bajo la alfombra electoral todas estas irregularidades. No hace mucho un legislador tuvo la mala suerte de accidentarse en pleno centro. Felizmente, Emiliano Vargas Aignasse sólo ocasionó daños materiales. A él, además, le tocó uno de los policías más amables de Tucumán, que se subió a su camioneta y lo llevó hasta un lugar más cómodo donde estaba un hermano suyo, que subió al vehículo y lo trasladó hasta su casa. Esta semana Anahí Díaz fue asaltada en su camioneta y se fue enfurecida a protestar hasta la Casa de Gobierno. Ella no tuvo la misma suerte que aquel legislador porque también se le acercó un policía, pero este le gritaba que debía ir y hacer la denuncia y no perturbar el tránsito. No se subió ni la ayudó. Los privilegios mal ejercidos también contribuyen a la desazón democrática.

Otro botón
El delito es un buen negocio. Un motoarrebatador que consigue quedarse con dos celulares por día, “trabajando de lunes a viernes”, puede tener ingresos cercanos a los de un legislador con gastos sociales y todo. La reventa de dos móviles a $3.000 pesos cada uno (algunos superan los $10.000) le aseguraría unos $120.000, si consiguiera venderlos.

Mensualmente, los policías detienen a unas 400 personas por actos delictivos. Sin embargo la inseguridad es una de las mayores certezas de la ciudadanía. En Tribunales se habla de ineficacia y de falta de ética y en la Casa de Gobierno empiezan a ver fantasmas.

La llegada de Edmundo Jiménez al Ministerio Público Fiscal se ha convertido en un bumerán para el Poder Ejecutivo. Cuando el gobernador José Alperovich propuso al popular “Pirincho” para ese cargo, en la Casa de Gobierno se ilusionaron con una aceitada relación en busca de un trabajo conjunto para ayudar a las políticas trazadas. Las ilusiones se desvanecieron y el primer síntoma de desencuentro fue que las reuniones que se hacían entre ministros y los fiscales para aceitar protocolos y funcionamientos dejaron de hacerse. Cuando Jiménez pasilleaba por la casa de Gobierno la Policía Judicial era un riesgo y un alerta que anticipaba la pérdida de poder; ahora, que cohabita en otro palacio, parece pensar diferente.

Da la sensación de que fiscales y hombres de azul -con llamativos ribetes amarillos- tiran de la misma cuerda pero en sentido contrario, con la intención de mostrar quien tiene más poder, cuando de verdad la ciudadanía espera otra cosa.

Uno menos
La semana pasada se confirmaron todos los vaticinios. Alperovich sacó a un jugador. José López se levantó de la mesa y no juega más. Sería candidato a diputado nacional en primer término de la lista oficialista, tal cual se le avisó desde diferentes columnas de LA GACETA, que él se encargó de desmentir una a una.

López es más un hombre de la Presidenta que de Alperovich por eso aún espera instrucciones desde la Casa Rosada y mientras aplaude la fórmula Manzur-Jaldo esconde las manos cuando aparece Daniel Scioli. López había conseguido los guiños de muchos hombres y mujeres de La Campora, que ahora tendrán que replantear su estrategia tras la deserción.

Mientras Alperovich sigue apostando fuerte para retener el poder, en la mesa siguen dos jugadores muy indecisos. Ni Domingo Amaya ni José Cano apuestan a todo o nada. Quieren estar seguros antes de tirar fichas al pozo. Ambos saben que están jugando contra Alperovich, pero en realidad el rival a vencer es Manzur, quien aún no muestra ni voz ni movimientos propios.

Amaya hará una apuesta fuerte esta semana, cuando el martes termine de lanzar su candidatura a gobernador. Antes de subir al ring ya le pegaron alguna trompadas desde el bussismo, que lo denunció por el presunto empleo de fondos municipales para financiar su campaña proselitista. Es que pareciera que la tentación de la utilización de los dineros públicos para la actividad política es un virus al que nadie le ha encontrado vacuna.

Mientras las noches de póker continúan, Cano y Amaya tienen cada vez más claro que si juntan sus monedas pueden llegar a tener más en comparación con el candidato que Alperovich inventó. El radical y el peronista no tienen aún un candidato a vice. Amaya y Cano no muestran sus postulantes al Senado. Amaya y Cano se sienten ganadores de la Capital. Amaya y Cano tienen muchas cosas en común. Son varias las coincidencias... tantas como las apetencias personales.

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