Es aventurado y hasta inocente concluir que el oficialismo se aseguró el domingo pasado la continuidad en el poder por los próximos cuatro años, pero no es descabellado asegurar que el canismo y el amayismo enfrentan ahora más problemas que antes para derrocar al alperovichismo en los comicios del 23.

José Cano era consciente de lo que arriesgaba cuando decidió dar marchar atrás, romper con los compromisos nacionales asumidos y bajarse de la pelea mano a mano con José Alperovich. A las encuestas que le advertían que resultaría casi imposible ganarles a Daniel Scioli y al gobernador en las PASO se le sumaron los pedidos de su novel aliado, Domingo Amaya, y de Germán Alfaro, convertido en el Pepe Grillo de la dupla gubernamental opositora. El intendente y quien busca sucederlo se encargaron, en tiempo récord, de lograr que el radical cambiara de parecer y dejara de lado las Primarias del último domingo. El argumento del amayismo, por caso, suena razonable: no es lo mismo dejar de militar por el kirchnerismo que enfrentarlo en las urnas como espadachín de la coalición que lidera Mauricio Macri. Cano compró ese discurso de sus aliados locales, desairó a sus colegas macristas y abandonó a su suerte a sus correligionarios. A estos últimos expuso incluso al escarnio de afrontar en soledad los micrófonos para explicar los motivos de una derrota aplastante. Aunque suene exagerado, es así. Silvia Elías de Pérez y los referentes del PRO afrontaron sin recursos, soporte territorial ni mucho menos respaldo emocional y anímico la elección del domingo. Cano y Amaya, como se preveía y muchos no entendían, dejaron a su equipo indefenso frente a la voracidad alperovichista. Con el arco rival vacío, el gobernador se aburrió de hacer goles en el primer partido de una eliminatoria a ida y vuelta. Las dudas, entonces, radican en cómo llegan uno y otro a la revancha pautada para dentro de dos domingos.

La primera conclusión es que el halo triunfalista del alperovichismo reacomodó las estrategias opositoras. De lo contrario, es inexplicable que Cano no haya siquiera acompañado a Elías de Pérez en el búnker opositor posderrota. Es evidente que el diputado no quiso aparecer como perdedor a pocos días de la elección que lo tendrá como protagonista. Cano se despegó de las PASO y esa decisión puede acarrearle consecuencias internas. Hoy, el Acuerdo para el Bicentenario es una olla a presión. El primer ejemplo es que Elías de Pérez le devolvió la gentileza a su jefe no asistiendo ayer al acto de la fórmula opositora con todos los acoples. El segundo, las críticas que legisladores y militantes radicales proferían contra el ausente Cano en el Hotel Jardín el domingo por la noche. Pocos pudieron disimular la bronca contra el presidente de la UCR por el desaire y contra el intendente peronista por no ayudarlos a frenar la embestida alperovichista. Y el tercero, la indignación de los macristas locales para con sus colegas del radicalismo y del amayismo por haber cruzado los brazos en lugar de dificultar al menos la arremetida sciolista contra Macri en esta provincia. Así, a dos semanas de los comicios en los que todos estos espacios deben trabajar juntos por la consagración de Cano, quién se atreve a jurar que no habrá traiciones o pases de facturas. Nadie.

Durante la madrugada y la mañana de ayer, los llamados cruzados entre amayistas y canistas hicieron colapsar las antenas de telefonía celular, en un síntoma de la urgencia por dar vuelta rápidamente la página que dejaron en blanco el domingo. A tal punto llega el apuro que los peronistas aliados al intendente reclamaron a sus líderes y a sus colegas radicales que atiendan menos a los publicistas y “bajen” al territorio a hacer política. Traducido, lo que piden es garantizar fiscales, recursos y aparato para el domingo 23 que les permitan contener el derroche clientelar que hará la Casa de Gobierno y que comenzó ayer con los llamados a punteros de segunda, tercera y cuarta línea. A todos, los emisarios alperovichistas les advertían que aún estaban a tiempo de volver a casa.

La segunda conclusión es que el halo triunfalista del alperovichismo no puede ser traspolado proporcionalmente de las PASO a la elección del 23. Emborrachados de votos, en la noche del domingo hubo funcionarios de primera línea que sentían haber ganado ya los comicios que se harán el último domingo de agosto. Pero Juan Manzur, por cierto, no es ni remotamente José Alperovich. Sus debilidades son mayores y hacia esas costillas direccionarán sus golpes los opositores en este último tramo de campaña. Tampoco pueden pasar por alto los exitistas del oficialismo el mensaje de las PASO: el propio Alperovich sufrió un corte de boletas cercano al 11% respecto de Scioli. Y ese fenómeno no hizo distinción entre territorios oficialistas u opositores: se mantuvo casi en la misma proporción en Cruz Alta y en la Capital, por ejemplo. Mucho menos pueden los alperovichistas entusiastas obviar que el partido de vuelta se disputará con otras reglas, con un equipo en el que cada uno hará “la personal” y con un rival que pondrá todos sus titulares. Preocupa a la Casa de Gobierno -y mucho- el impacto de la lucha fraticida que mantienen la mayoría de los dirigentes oficialistas por la supervivencia propia.

A 13 días de la definición, el canismo se sacude como un perro luego de ser mojado para quitarse de encima el estigma de la derrota y mostrarse revitalizado. El alperovichismo, en tanto, infla el pecho y alardea con un triunfo frente a un rival que no opuso resistencia y que casi abandonó la partida. Ni uno ni otro pueden confiarse. La revancha aún no se jugó.

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