Por Federico Diego van Mameren
21 Agosto 2015
INVITADOS. El anfiteatro del Hilton Garden Inn fue colmado por invitados especiales y allegados a los candidatos que participaron del debate. la gaceta / fotos de diego aráoz - inés quinteros orio
La democracia libera. Da derechos, pero también obligaciones. Juan Manzur se tomó la peor de las libertades y no asumió la obligación de debatir. Sin vergüenza no quiso dar la cara al tucumano. Se escondió ante un argumento triste. Sus operadores dijeron que “es ganador y por lo tanto no debía prestarse a que lo ataquen. Es problema de los otros”. Eso es egoísmo, es pensar en sí mismo y no en los ciudadanos que podían haberlo escuchado. El debate de Canal 8 y de LA GACETA se hizo con cartas abiertas, claras y simples, pensando en los candidatos y en los ciudadanos. Manzur con su ausencia dejó el mensaje de que “ningunea” a los medios, teme a sus contrincantes y no respeta a los ciudadanos.
Los otros seis candidatos jugaron un partido de ajedrez. Todos se subieron al escenario con la idea de que, ausente Manzur, el blanco debía ser Cano. Este lo sabía y esquivó las agresiones con la cintura típica del boxeador que esquiva golpes. Apuntó sólo a la gestión alperovichista. Blanco y Bussi le disparon a su corazón peronista y maltrataron a Domingo Amaya. Cano los ignoró y siempre habló en plural incluyendo a su coequiper al contar sus propuestas.
En el escenario del teatro, Cirnigliaro hizo relucir su ropaje peronista y aunque mostró y presumió de sus destrezas del siglo pasado, se destacó por el manejo de ideas concisas al punto que siempre le sobró tiempo. Bussi fue habilísimo en el manejo de tonos. Osciló entre la docilidad para apelar a la ternura familiar y la agresividad para pelear y enfrentar a sus rivales. Criticó a Cirnigliaro por hablar del pasado y se quejó de que la provincia atrasa tanto que exige obras del pasado, pero su historia lo traicionó cuando mostró el último bastón que usó su padre, quien fuera emblema de una historia trágica de cuando la democracia desapareció.
Koltan se vistió de intelectual y siempre le faltó oxígeno para redondear sus ideas. Pagó su inexperiencia en estas lides. Blanco fue un pescador pícaro. Supo esperar para confrontar. Parajón dejó sus ideas en el sombrero. Se preocupó tanto por criticar que las propuestas no se oyeron.
Los otros seis candidatos jugaron un partido de ajedrez. Todos se subieron al escenario con la idea de que, ausente Manzur, el blanco debía ser Cano. Este lo sabía y esquivó las agresiones con la cintura típica del boxeador que esquiva golpes. Apuntó sólo a la gestión alperovichista. Blanco y Bussi le disparon a su corazón peronista y maltrataron a Domingo Amaya. Cano los ignoró y siempre habló en plural incluyendo a su coequiper al contar sus propuestas.
En el escenario del teatro, Cirnigliaro hizo relucir su ropaje peronista y aunque mostró y presumió de sus destrezas del siglo pasado, se destacó por el manejo de ideas concisas al punto que siempre le sobró tiempo. Bussi fue habilísimo en el manejo de tonos. Osciló entre la docilidad para apelar a la ternura familiar y la agresividad para pelear y enfrentar a sus rivales. Criticó a Cirnigliaro por hablar del pasado y se quejó de que la provincia atrasa tanto que exige obras del pasado, pero su historia lo traicionó cuando mostró el último bastón que usó su padre, quien fuera emblema de una historia trágica de cuando la democracia desapareció.
Koltan se vistió de intelectual y siempre le faltó oxígeno para redondear sus ideas. Pagó su inexperiencia en estas lides. Blanco fue un pescador pícaro. Supo esperar para confrontar. Parajón dejó sus ideas en el sombrero. Se preocupó tanto por criticar que las propuestas no se oyeron.