Por José Nazaro
05 Septiembre 2015
ENTRE LOS FALANGISTAS. Bosch tomó esta imagen en España, mientras estuvo infiltrado en la Falange.
Sus palabras retumban en el teléfono como una sentencia. “Ya no existe el fotoperiodismo”, dispara nada menos que un referente mundial del género. Y aunque no lo parezca, Carlos Bosch sostiene que esto es una buena noticia: le brinda al fotógrafo una libertad inmensa para trabajar y -mucho más importante- para producir memoria ¿La razón? Ya no necesita andar corriendo detrás de las noticias; para eso, según él, están los vecinos o los diferentes actores de la sociedad que registran todo lo que ocurre con sus celulares.
Bosch llegó a Tucumán para participar del ciclo “Grandes Fotógrafos” que organiza el estudio Casa Obscura. Arrancó ayer y termina mañana en San Lorenzo 724. Ganador de premios nacionales e internacionales, jurado de concursos prestigiosos y con un currículum que incluye colaboraciones para medios de todo el mundo, este fotógrafo porteño de voz áspera y oraciones rápidas no esquiva la polémica: mientras el mundo habla de la foto que muestra a un niño sirio muerto en una playa de Turquía, él sostiene que esa imagen no solo no debería haber sido publicada, sino que ni siquiera se la debería haber registrado. “Es una foto venenosa”, la califica durante una entrevista.
- ¿Cuál es el desafío del fotoperiodismo hoy?
- No hay ningún desafío; hay una especie de liberación. Desde el momento en el que aparecen los teléfonos móviles y las cámaras portátiles, la gente se apodera del mensaje y se deja de hacer fotografía real, en el sentido de que cuenta una historia. Entonces, el fotógrafo se libera. Ya no tiene que ir corriendo a hacer un hecho que, en realidad, no tiene ningún interés más que lo que muestra. Eso nos libera a nosotros para contar historias.
- ¿Cuál cree, entonces, que es el futuro?
- No hay más fotoperiodistas; yo digo que hay fotodocumentalismo. No hay más fotoperiodismo porque no hace falta. El periodista es el vecino o, mucho peor que eso, cada una de las agrupaciones que forman parte de la sociedad civil o de las fuerzas de seguridad tienen un fotógrafo o alguien que cobra dinero por llegar primero, sacar la foto y mandársela a los diarios: los bomberos, la Policía... Eso en Europa pasa desde hace años. Lo que sí existe el fotógrafo que va al frente de combate en Siria y hace una foto que cuenta una historia entera.
- ¿Qué papel juega la memoria en esta situación?
- Ese es el problema más grave. El mercado intenta que la fotografía sea un comercio y nos impone un tipo de fotografía y de fotógrafo que va pasando de moda cada dos años; esa gente no tiene idea de la significación de la fotografía en el rol de memoria. El rol del fotógrafo no es ser ni periodista ni artista, sino producir memoria de su ámbito, de su espacio. El problema es que el mercado no quiere que pase eso.
- ¿Internet da libertad?
- En principio, sí. Porque vos tenés tu espacio. Yo trabajo de la manera en que creo que se tiene que trabajar: elijo mis temas, los trabajo y se los vendo al cliente al que creo que le puede interesar. Si hago un tema de tango, por ejemplo, se lo vendo a Japón. El problema es que en Argentina todavía no tenemos tan metido en la cabeza la idea de que con internet estás en cualquier lugar del mundo. Además, los jóvenes estudian poco inglés. Hay mercados nuevos: Rusia, China y los de extremo oriente. Ahí hay una cantidad enorme de medios en los que se pueden publicar fotos. Y no hablemos de las universidades, que las compran. Antes, el problema de los fotoperiodistas era conseguir un trabajo fijo en los diarios. Y eso hoy es un mal negocio.
Infiltrado
En la década del 70, Bosch, quien se define como antifascista, se infiltró entre los falangistas españoles. Durante tres años se hizo pasar por uno de ellos y registró sus actos y sus reuniones más privadas. Inclusive, lo llevaron a Alemania a fotografiar el entrenamiento de mercenarios.
- ¿Qué lo llevó a infiltrarse en la Falange?
- Soy un aventurero y sigo metiéndome en quilombos (risas). Además, soy antifascista. En aquella época, el fascismo tenía un rol muy importante en España, como hoy lo tiene en la Argentina. Como yo me doy cuenta de eso, siento la obligación de mostrarlo.
- ¿Hoy se pueden hacer trabajos como ese?
- Claro que se puede. Si tuviera 35 años haría mil cosas. La primera sería infiltrarme en el gobierno de Formosa. Registrás lo que hacen los funcionarios y lo publicás diciendo “mirá cómo viven estos mientras los wichis se mueren de hambre”. Lo que no hay que hacer son trabajos sobre los wichis o los qom; todo el mundo ya los vio.
Mientras Bosch charla con LA GACETA por teléfono, los televisores muestran una y otra vez la foto del cadáver de Aylan Kurdi, el nene sirio de 3 años que murió ahogado en Turquía mientras escapaba de la guerra con su familia
- ¿Cómo hubiese contado esa historia?
- A esa foto no la hubiese hecho. Me parece tremenda la manipulación, porque todo el mundo se golpea el pecho, pero nadie hace nada. Esa foto no hace otra cosa más que acostumbrarnos a que el hombre es un ser nefasto. Es una foto venenosa.
Bosch llegó a Tucumán para participar del ciclo “Grandes Fotógrafos” que organiza el estudio Casa Obscura. Arrancó ayer y termina mañana en San Lorenzo 724. Ganador de premios nacionales e internacionales, jurado de concursos prestigiosos y con un currículum que incluye colaboraciones para medios de todo el mundo, este fotógrafo porteño de voz áspera y oraciones rápidas no esquiva la polémica: mientras el mundo habla de la foto que muestra a un niño sirio muerto en una playa de Turquía, él sostiene que esa imagen no solo no debería haber sido publicada, sino que ni siquiera se la debería haber registrado. “Es una foto venenosa”, la califica durante una entrevista.
- ¿Cuál es el desafío del fotoperiodismo hoy?
- No hay ningún desafío; hay una especie de liberación. Desde el momento en el que aparecen los teléfonos móviles y las cámaras portátiles, la gente se apodera del mensaje y se deja de hacer fotografía real, en el sentido de que cuenta una historia. Entonces, el fotógrafo se libera. Ya no tiene que ir corriendo a hacer un hecho que, en realidad, no tiene ningún interés más que lo que muestra. Eso nos libera a nosotros para contar historias.
- ¿Cuál cree, entonces, que es el futuro?
- No hay más fotoperiodistas; yo digo que hay fotodocumentalismo. No hay más fotoperiodismo porque no hace falta. El periodista es el vecino o, mucho peor que eso, cada una de las agrupaciones que forman parte de la sociedad civil o de las fuerzas de seguridad tienen un fotógrafo o alguien que cobra dinero por llegar primero, sacar la foto y mandársela a los diarios: los bomberos, la Policía... Eso en Europa pasa desde hace años. Lo que sí existe el fotógrafo que va al frente de combate en Siria y hace una foto que cuenta una historia entera.
- ¿Qué papel juega la memoria en esta situación?
- Ese es el problema más grave. El mercado intenta que la fotografía sea un comercio y nos impone un tipo de fotografía y de fotógrafo que va pasando de moda cada dos años; esa gente no tiene idea de la significación de la fotografía en el rol de memoria. El rol del fotógrafo no es ser ni periodista ni artista, sino producir memoria de su ámbito, de su espacio. El problema es que el mercado no quiere que pase eso.
- ¿Internet da libertad?
- En principio, sí. Porque vos tenés tu espacio. Yo trabajo de la manera en que creo que se tiene que trabajar: elijo mis temas, los trabajo y se los vendo al cliente al que creo que le puede interesar. Si hago un tema de tango, por ejemplo, se lo vendo a Japón. El problema es que en Argentina todavía no tenemos tan metido en la cabeza la idea de que con internet estás en cualquier lugar del mundo. Además, los jóvenes estudian poco inglés. Hay mercados nuevos: Rusia, China y los de extremo oriente. Ahí hay una cantidad enorme de medios en los que se pueden publicar fotos. Y no hablemos de las universidades, que las compran. Antes, el problema de los fotoperiodistas era conseguir un trabajo fijo en los diarios. Y eso hoy es un mal negocio.
Infiltrado
En la década del 70, Bosch, quien se define como antifascista, se infiltró entre los falangistas españoles. Durante tres años se hizo pasar por uno de ellos y registró sus actos y sus reuniones más privadas. Inclusive, lo llevaron a Alemania a fotografiar el entrenamiento de mercenarios.
- ¿Qué lo llevó a infiltrarse en la Falange?
- Soy un aventurero y sigo metiéndome en quilombos (risas). Además, soy antifascista. En aquella época, el fascismo tenía un rol muy importante en España, como hoy lo tiene en la Argentina. Como yo me doy cuenta de eso, siento la obligación de mostrarlo.
- ¿Hoy se pueden hacer trabajos como ese?
- Claro que se puede. Si tuviera 35 años haría mil cosas. La primera sería infiltrarme en el gobierno de Formosa. Registrás lo que hacen los funcionarios y lo publicás diciendo “mirá cómo viven estos mientras los wichis se mueren de hambre”. Lo que no hay que hacer son trabajos sobre los wichis o los qom; todo el mundo ya los vio.
Mientras Bosch charla con LA GACETA por teléfono, los televisores muestran una y otra vez la foto del cadáver de Aylan Kurdi, el nene sirio de 3 años que murió ahogado en Turquía mientras escapaba de la guerra con su familia
- ¿Cómo hubiese contado esa historia?
- A esa foto no la hubiese hecho. Me parece tremenda la manipulación, porque todo el mundo se golpea el pecho, pero nadie hace nada. Esa foto no hace otra cosa más que acostumbrarnos a que el hombre es un ser nefasto. Es una foto venenosa.
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