19 Septiembre 2015
RECICLADAS. Las viejas y nuevas generaciones adoptaron las clásicas caps.
William Van Meter / The New Yor Times
En la exhibición de ropa para caballeros de Moschino, en junio, los modelos usaron coronas doradas o gorras de ciclista. En algunos looks, las coronas iban encima de las gorras.
La diadema real y la gorra de ciclista (antes tan atractiva como una gorra de baño) fueron una discordante yuxtaposición en una exhibición poco sutil. Ilustraba cuán lejos ha llegado la gorra y fue un gesto personal del diseñador Jeremy Scott, quien saludó al final usando una. Scott ha usado las gorras durante 10 años. “Me sorprende que sea la primera vez que las hago”, dijo. “Son maravillosas, y la pequeña visera funciona con la proporción de mi nariz y la sombra sobre mi rostro”, describió. También son aerodinámicas y no se vuelan a altas velocidades. Los precios de las de Moschino arrancan en U$S 310.
Para un creciente grupo de hombres a la moda, las gorras de ciclista se han vuelto el accesorio favorito para la cabeza, posean o no una bicicleta. Que hayan llegado hasta las pasarelas es sorprendente. Su belleza radica en su fealdad. Habitualmente hechas en colores primarios contrastantes, no van con nada y, por lo tanto, van con todo.
Las gorras estampadas con “Brooklyn” se han extendido mundialmente. De manera sorprendente, esas prendas, hechas por la compañía de ciclismo Giordana, son productos de Italia. Brooklyn Gum, una marca italiana, patrocinaba a un equipo de carreras en los años 70. Las gorras han proliferado como una especie invasiva.
“Vendemos unas 100 al mes”, dijo Chung Pai, dueño de Landmark Bicycles en Brooklyn. “La mayoría, a turistas”, agregó.
Afuera de la tienda, Alexeis Reyes estaba inclinado sobre su bicicleta de piñón fijo. Tenía puesta su gorra favorita, una Castelli negro y rojo, con la visera levantada. “La he comprado y perdido tres veces”, dijo.
Michael Magnan las adquiere en eBay. “Siento que me estoy convirtiendo en una caricatura de mí mismo porque las uso demasiado”, lamentó. Las versiones de la gorra de ciclismo de hoy han existido desde principios del siglo XX. Eran color verde militar y blancas, y hechas meramente para cubrir una función: proteger los ojos del sol y absorber el sudor.
Después de la Segunda Guerra Mundial, compañías italianas las modernizaron. De todos modos, su presencia en el deporte ha disminuido. La Unión Internacional de Ciclismo hizo obligatorios los cascos para los competidores aficionados en 1991 y para los profesionales, en 2003.
Bill Strickland, el editor de la revista Bicycling posee más de 200 gorras. Contó que la creciente cultura urbana del ciclismo motoriza el regreso de estas gorras. “Los millennials, que favorecen las bicicletas de piñón fijo, llegaron a interesarse por los elementos más clásicos del ciclismo”, explicó.
El mercado de las gorras sigue dominado por las compañías italianas, pero marcas independientes han empezado a florecer, como Rothera Cycling en Austin, Texas, y Little Package. Milltag en Londres hace gorras personalizadas y de edición limitada, en colaboración con artistas y diseñadores gráficos.
Frank Strack, el fundador del sitio web de la cultura del ciclismo Velominati, ha escrito extensamente sobre las reglas para usar las gorras (básicamente nunca cuando no se está en una bicicleta). “Somos militantemente protectores de nuestra estética ciclísitica”, dijo. “Ver que la multitud hipster ha adoptado un artículo tan específico es altamente irrespetuoso”, afirmó.
Strickland es sincero: “Sin duda, es ridícula. La visera es pequeña, pero es emblemática de ser un ciclista. Afeitarse las piernas es algo raro. Pero uno se enorgullece de ello. ‘Soy ciclista. Esto es lo que soy’. La gorra es lo mismo”, concluye.
En la exhibición de ropa para caballeros de Moschino, en junio, los modelos usaron coronas doradas o gorras de ciclista. En algunos looks, las coronas iban encima de las gorras.
La diadema real y la gorra de ciclista (antes tan atractiva como una gorra de baño) fueron una discordante yuxtaposición en una exhibición poco sutil. Ilustraba cuán lejos ha llegado la gorra y fue un gesto personal del diseñador Jeremy Scott, quien saludó al final usando una. Scott ha usado las gorras durante 10 años. “Me sorprende que sea la primera vez que las hago”, dijo. “Son maravillosas, y la pequeña visera funciona con la proporción de mi nariz y la sombra sobre mi rostro”, describió. También son aerodinámicas y no se vuelan a altas velocidades. Los precios de las de Moschino arrancan en U$S 310.
Para un creciente grupo de hombres a la moda, las gorras de ciclista se han vuelto el accesorio favorito para la cabeza, posean o no una bicicleta. Que hayan llegado hasta las pasarelas es sorprendente. Su belleza radica en su fealdad. Habitualmente hechas en colores primarios contrastantes, no van con nada y, por lo tanto, van con todo.
Las gorras estampadas con “Brooklyn” se han extendido mundialmente. De manera sorprendente, esas prendas, hechas por la compañía de ciclismo Giordana, son productos de Italia. Brooklyn Gum, una marca italiana, patrocinaba a un equipo de carreras en los años 70. Las gorras han proliferado como una especie invasiva.
“Vendemos unas 100 al mes”, dijo Chung Pai, dueño de Landmark Bicycles en Brooklyn. “La mayoría, a turistas”, agregó.
Afuera de la tienda, Alexeis Reyes estaba inclinado sobre su bicicleta de piñón fijo. Tenía puesta su gorra favorita, una Castelli negro y rojo, con la visera levantada. “La he comprado y perdido tres veces”, dijo.
Michael Magnan las adquiere en eBay. “Siento que me estoy convirtiendo en una caricatura de mí mismo porque las uso demasiado”, lamentó. Las versiones de la gorra de ciclismo de hoy han existido desde principios del siglo XX. Eran color verde militar y blancas, y hechas meramente para cubrir una función: proteger los ojos del sol y absorber el sudor.
Después de la Segunda Guerra Mundial, compañías italianas las modernizaron. De todos modos, su presencia en el deporte ha disminuido. La Unión Internacional de Ciclismo hizo obligatorios los cascos para los competidores aficionados en 1991 y para los profesionales, en 2003.
Bill Strickland, el editor de la revista Bicycling posee más de 200 gorras. Contó que la creciente cultura urbana del ciclismo motoriza el regreso de estas gorras. “Los millennials, que favorecen las bicicletas de piñón fijo, llegaron a interesarse por los elementos más clásicos del ciclismo”, explicó.
El mercado de las gorras sigue dominado por las compañías italianas, pero marcas independientes han empezado a florecer, como Rothera Cycling en Austin, Texas, y Little Package. Milltag en Londres hace gorras personalizadas y de edición limitada, en colaboración con artistas y diseñadores gráficos.
Frank Strack, el fundador del sitio web de la cultura del ciclismo Velominati, ha escrito extensamente sobre las reglas para usar las gorras (básicamente nunca cuando no se está en una bicicleta). “Somos militantemente protectores de nuestra estética ciclísitica”, dijo. “Ver que la multitud hipster ha adoptado un artículo tan específico es altamente irrespetuoso”, afirmó.
Strickland es sincero: “Sin duda, es ridícula. La visera es pequeña, pero es emblemática de ser un ciclista. Afeitarse las piernas es algo raro. Pero uno se enorgullece de ello. ‘Soy ciclista. Esto es lo que soy’. La gorra es lo mismo”, concluye.
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The New York Times