Hoy, junto con el inicio de la primavera (término que proviene del latin prima -primer- y ver -verde-), se festeja también el Día del Estudiante. No porque los estudiantes sean, en rigor, “el primer verdor” de la vida o porque el equinoccio (que culminará el 21 de diciembre con el solsticio de verano) empiece a alterar las hormonas como si fueran átomos desaforados. No. El Día del Estudiante se fijó, sobre todo, porque el 21 de septiembre de 1888 llegaron a Buenos Aires los restos repatriados de Domingo Faustino Sarmiento, quien fue responsable, durante su presidencia, de la construcción de más de 801 escuelas. A propósito; él decía algo atrevido para su época que todavía sigue teniendo una vigencia pasmosa: “Todos los problemas son problemas de educación”. Una verdad contundente que nos cuestiona y nos anima a preguntarnos si las tribulaciones políticas que por estos días nos provocan insomnio no serán también problemas de educación. Porque, en definitiva, es la educación la que civiliza y desarrolla la moral de los pueblos. “Hombre, pueblo, Nación, Estado, todo: todo está en los humildes bancos de la escuela”, repetía a viva voz el autor de “Facundo”.

Pero el 21 de septiembre, además de celebrar la primavera y el Día de los Estudiantes, también se recuerda el Día Internacional de la Paz (proclamado en 1981 en la primera reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas), el Día del Artista Plástico (que, como el de los estudiantes, representa un canto a la creatividad, el desarrollo y la innovación) y el Día del Economista, entre otros. Sin embargo, hay una efemérides que casi siempre pasa inadvertida y que, sin embargo, tiene una profunda significación para los argentinos; sobre todo, para los estudiantes. El 21 de septiembre de 1971 murió el notable médico, biólogo y fisiólogo Bernardo A. Houssay, premio Nobel de Medicina (1947) y doctor honoris causa de la Facultad de Medicina de la Universidad de París. Houssay había nacido en Buenos Aires, el 10 de abril de 1887 y, a los 23 años ya era profesor full time de Fisiología en la universidad. Años después fundó el Conicet donde hoy trabajan cientos de jóvenes científicos. Además, fue un pionero en investigación y formador de hombres de ciencia que también dejaron su huella en la historia como Federico Leloir, ganador del Premio Nobel de Química en 1970.

Por eso hoy, en la celebración del Día del Estudiante, sería bueno recordarles a los jóvenes que este estudiante del pasado no es sólo un nombre olvidado o un busto de bronce pintarrajeado con irreverente falta de respeto. Fue un ser de carne y hueso, que soñó con una Argentina grande y se desvivió por construirla, con esfuerzo, sacrificio y abnegación. Se podría pensar que vivió en otra época más llevadera, menos tumultuosa, o que económicamente tuvo el camino allanado; pero no fue así. Él mismo lo reconoció: “Desde los 13 años de edad decidí bastarme a mí mismo, lo que me costó bastante esfuerzo. Pude proseguir los estudios gracias a las exenciones de derechos universitarios y a los puestos que gané por concurso de notas o selección, a los que se me llamó a desempeñar. Nunca usé influencias ni las admití en cuestiones de nombramiento o de exámenes y jurados”. Es decir, bien entrado el siglo XXI, cuando el país trastabilla entre la crisis de valores, la política mal entendida y la ausencia de ética en todos los ámbitos, este prócer de principios del siglo XX nos viene a recordar hoy que sin esfuerzo personal no hay posibilidad de crecer. Pero en nuestras escuelas pretendidamente inclusivas y repletas de tecnología, el esfuerzo personal es cosa del pasado. No se fomenta el hacer mérito, sino el mero transcurrir... Así, sin proyectos ni iniciativa propia. Se le está pidiendo demasiado a los docentes, que sin embargo poco y nada pueden hacer por sí solos en una sociedad como la nuestra, cuya clase dirigente no cree profundamente en la educación como un factor de poder y donde el debate educativo no parece conmover ni a candidatos ni a votantes. Hoy en vez de estar discutiendo violentamente en las plazas sobre quién es el auténtico ganador de las elecciones, se debería estar debatiendo el futuro de la educación, los presupuestos para investigación y dedicación exclusiva, para evitar que los profesores se conviertan en seres mendicantes y agotados de peregrinar por tanta cátedra para sobrevivir con un salario de miseria, mientras otros trabajadores menos calificados (entiéndase: puestos políticos o ñoquis) consiguen excelentes sueldos sin hacer ningún esfuerzo.

Por otra parte, los estudiantes deberían redoblar sus esfuerzos académicos para volver a hacer de este país un lugar donde todos puedan prosperar y desarrollarse según el propio mérito y esfuerzo. Hussay ya lo dijo con sus propias palabras: “Tengamos ideales elevados y pensemos en alcanzar grandes cosas, porque como la vida rebaja siempre y no se logra sino una parte de lo que se ansía, soñando muy alto alcanzaremos mucho más. Los países ricos lo son porque dedican dinero a la educación. Y los países pobres lo siguen siendo si no lo hacen. La educación no es cara, cara es la ignorancia”.

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