17 Octubre 2015
Pamela Paul / The New York Times
¿Ya conoce esa sensación incómoda cuando vemos que alguien nos mira desde arriba? Yo la tengo en estos momentos, multiplicada por cuatro. La diferencia es que esos que están por encima de mí no están tratando de llamar mi atención; de hecho, no les intereso para nada. Ellos están trabajando en sus escritorios, pero son distintos de los habituales: son escritorios altos. Es decir, quienes los usan trabajan de pie.
Hundida en mi silla, las manos en el teclado, los ojos fijos en la pantalla constituyo un triste contraste con la febrilidad llena de acción que me rodea. Por todas partes, la gente camina y trabaja al mismo tiempo. Libres de cables del teléfono, las manos se ocupan con pelotas anti estrés. Entre escritorios equipados con caminadoras y descansapiés giratorios, la idea de que una persona deba sentarse parece haber quedado en el pasado.
“¡Levantate!”, se nos exhorta. Sube las escaleras, estirate cada 10 minutos, caminá. Aún mejor, pasá de pie todo el día. Por razones ergonómicas, el mensaje de la sociedad desde el momento en que el niño logra erguirse en posición vertical parece ser: seguí moviéndote, rebotando y girando todo el tiempo hasta llegar a la edad madura.
Quizá lo más sorprendente de este dinamismo es que parece estar terminando con aquella sentencia que decía que la cultura de la pantalla nos iba a convertir a todos en perezosos.
En efecto, estar sentado ha dejado de ser algo responsable y ordenado para pasar a ser algo que raya con lo inconcebible.
Estar sentados hace que nos encorvemos, que aumentemos de peso; nos vuelve flojos. Sentate ahora y (perdón por decírtelo) quizá nunca más te vuelvas a levantar. Según estudios urgentes de la Asociación Médica de Estados Unidos y los Centros de Control y Prevención de Enfermedades, sentarse es poco menos que fatal.
Una “enfermedad”
El sitio web de la revista Forbes exhorta a sus lectores a “combatir la enfermedad de estar sentado”. La revista Time advierte que “estar sentado es sabotear la salud” y publica una guía para hacer ejercicios en la oficina.
El 87 % de los empleados que pasaron de estar sentados a estar parados ante el escritorio dijo que se sentía con más energía; el 66 % dijo sentirse más productivo y el 75 %, que se sentía más saludable en general.
Los escritorios altos se han difundido tanto que los requerimientos específicos de esta moda merecieron la atención de la sección de Estilo de The Times. Los directores de empresa se fotografían en sus escritorios con caminadora como si estuvieran listos para, en cualquier momento, dar el brinco de la oficina ejecutiva a un jet privado.
Antigua virtud
Ahora que todo el mundo anda a las carreras, es difícil recordar que hubo un tiempo en el que sentarse decorosamente era considerado una virtud. Según una reciente biografía de la reina Isabel, de niña era obligada a sentarse por horas y horas, sin levantarse siquiera para ir al baño. Si no se movía le daban una galleta. Pero incluso los jóvenes plebeyos debían sentarse debidamente para comer, estudiar y escuchar a la gente grande.
La concepción de que los niños necesitan moverse está tan arraigada en la pedagogía contemporánea que los profesores felizmente pasan por alto a los inquietos. En algunas aulas, las sillas remachadas a los escritorios han sido reemplazadas con todo tipo de “asientos activos” (almohadones, pelotas rodantes, bancos bamboleantes...) tanto para los chicos hiperactivos como para los demás que simplemente tienen problemas para estarse quietos. Para muchos de ellos, por supuesto, cualquier problema de regulación nerviosa, algún trastorno de procesamiento sensorial o simplemente una etapa pasajera en el desarrollo neurológico puede hacerles sentir que estar sentados y quietos se convierta en todo un desafío físico.
Los niños no son hiperactivos, inquietos o traviesos. Están aprendiendo activamente y están muy, muy ocupados físicamente. Por fortuna los espera el moderno espacio de trabajo.
Los agoreros algunas vez temieron que la gente quedara irremediablemente embelesada por el suave brillo de la pantalla de la computadora. Ahora resulta que nosotros somos la verdadera distracción.
¿Ya conoce esa sensación incómoda cuando vemos que alguien nos mira desde arriba? Yo la tengo en estos momentos, multiplicada por cuatro. La diferencia es que esos que están por encima de mí no están tratando de llamar mi atención; de hecho, no les intereso para nada. Ellos están trabajando en sus escritorios, pero son distintos de los habituales: son escritorios altos. Es decir, quienes los usan trabajan de pie.
Hundida en mi silla, las manos en el teclado, los ojos fijos en la pantalla constituyo un triste contraste con la febrilidad llena de acción que me rodea. Por todas partes, la gente camina y trabaja al mismo tiempo. Libres de cables del teléfono, las manos se ocupan con pelotas anti estrés. Entre escritorios equipados con caminadoras y descansapiés giratorios, la idea de que una persona deba sentarse parece haber quedado en el pasado.
“¡Levantate!”, se nos exhorta. Sube las escaleras, estirate cada 10 minutos, caminá. Aún mejor, pasá de pie todo el día. Por razones ergonómicas, el mensaje de la sociedad desde el momento en que el niño logra erguirse en posición vertical parece ser: seguí moviéndote, rebotando y girando todo el tiempo hasta llegar a la edad madura.
Quizá lo más sorprendente de este dinamismo es que parece estar terminando con aquella sentencia que decía que la cultura de la pantalla nos iba a convertir a todos en perezosos.
En efecto, estar sentado ha dejado de ser algo responsable y ordenado para pasar a ser algo que raya con lo inconcebible.
Estar sentados hace que nos encorvemos, que aumentemos de peso; nos vuelve flojos. Sentate ahora y (perdón por decírtelo) quizá nunca más te vuelvas a levantar. Según estudios urgentes de la Asociación Médica de Estados Unidos y los Centros de Control y Prevención de Enfermedades, sentarse es poco menos que fatal.
Una “enfermedad”
El sitio web de la revista Forbes exhorta a sus lectores a “combatir la enfermedad de estar sentado”. La revista Time advierte que “estar sentado es sabotear la salud” y publica una guía para hacer ejercicios en la oficina.
El 87 % de los empleados que pasaron de estar sentados a estar parados ante el escritorio dijo que se sentía con más energía; el 66 % dijo sentirse más productivo y el 75 %, que se sentía más saludable en general.
Los escritorios altos se han difundido tanto que los requerimientos específicos de esta moda merecieron la atención de la sección de Estilo de The Times. Los directores de empresa se fotografían en sus escritorios con caminadora como si estuvieran listos para, en cualquier momento, dar el brinco de la oficina ejecutiva a un jet privado.
Antigua virtud
Ahora que todo el mundo anda a las carreras, es difícil recordar que hubo un tiempo en el que sentarse decorosamente era considerado una virtud. Según una reciente biografía de la reina Isabel, de niña era obligada a sentarse por horas y horas, sin levantarse siquiera para ir al baño. Si no se movía le daban una galleta. Pero incluso los jóvenes plebeyos debían sentarse debidamente para comer, estudiar y escuchar a la gente grande.
La concepción de que los niños necesitan moverse está tan arraigada en la pedagogía contemporánea que los profesores felizmente pasan por alto a los inquietos. En algunas aulas, las sillas remachadas a los escritorios han sido reemplazadas con todo tipo de “asientos activos” (almohadones, pelotas rodantes, bancos bamboleantes...) tanto para los chicos hiperactivos como para los demás que simplemente tienen problemas para estarse quietos. Para muchos de ellos, por supuesto, cualquier problema de regulación nerviosa, algún trastorno de procesamiento sensorial o simplemente una etapa pasajera en el desarrollo neurológico puede hacerles sentir que estar sentados y quietos se convierta en todo un desafío físico.
Los niños no son hiperactivos, inquietos o traviesos. Están aprendiendo activamente y están muy, muy ocupados físicamente. Por fortuna los espera el moderno espacio de trabajo.
Los agoreros algunas vez temieron que la gente quedara irremediablemente embelesada por el suave brillo de la pantalla de la computadora. Ahora resulta que nosotros somos la verdadera distracción.
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