18 Octubre 2015
INVITACIÓN. Hay numerosos motivos por los cuales Francisco debería visitar Francia, escribe Elaine Sciolino, del New York Times. Reuters.
Elaine Sciolino / The New York Times
Después de su exitoso viaje a Cuba y Estados Unidos, hay fuertes razones para argumentar que la próxima visita del papa Francisco deberá de ser más cerca, a Francia, conocida como “la hija mayor de la Iglesia Católica” debido a su unión religiosa con Roma desde principios de la cristiandad.
Empero, el sumo pontífice no ha realizado ninguna visita aquí y las relaciones entre Francia y la Santa Sede son tensas estos días.
En enero de 2014, el presidente François Hollande se reunió en el Vaticano con Francisco y le dijo que será bien recibido en Francia. Diez meses después, el papa puso pie en suelo francés, pero no para atender a los católicos de Francia o para visitar el palacio del Elíseo; fue solo una parada de cuatro horas en Estrasburgo, donde se dirigió al Parlamento Europeo. Ahí declaró que el Viejo Continente era “una abuela que ya no era fértil ni vibrante”, en peligro de perder su alma.
Al Vaticano le desagradó particularmente la ley que permitió el matrimonio homosexual en Francia, aprobada en 2013, que irritó a una gran fracción conservadora de la población católica francesa.
Hay muchas cosas que el papa Francisco podría decir y hacer aquí. Francia sigue siendo mayormente católica pero la asistencia a la iglesia ha sido lastimosamente baja desde hace años. Y muchas iglesias han tenido que cerrar sus puertas por falta de sacerdotes.
La religión no oficial de Francia es el laicismo, el ideal republicano que desde 1905 decretó la separación de la iglesia y el estado. En 2004, el país prohibió símbolos religiosos prominentes en las escuelas públicas. La medida estaba dirigida a impedir que las chicas musulmanas llevaran velo, pero también prohíbe otros artículos como crucifijos grandes.
Desde entonces ha habido recordatorios periódicos de que oficialmente la religión es un tabú en público. Hace unos meses, por ejemplo, el sistema del metro de París ordenó que se retiraran los anuncios de un concierto ofrecido por sacerdotes músicos para recaudar dinero para “Cristianos del Este” que sufren persecución en Irak y Siria. Después de tres días de indignación, las autoridades del metro dieron marcha atrás pero el asunto dejó a su paso una buena cantidad de mala sangre.
Francisco, que se impuso la prioridad de dirigirse a los no creyentes, también podría traer un bienvenido mensaje de reconciliación para la considerable población musulmana y judía del país. En enero, él condenó el ataque mortífero contra el semanario Charlie Hebdo y las “formas desviadas de religión” que lo motivaron. Pero agregó que “no podemos insultar la fe de los demás”.
Además, Francia desempeña un papel clave en el mundo en desarrollo donde viven dos terceras partes de los 1,200 millones de católicos.
“Francia es una plataforma para hablar de los temas que son importantes para el papa: la crisis de los refugiados en Europa, el mundo en desarrollo, la necesidad de rechazar el extremismo religioso, la persecución de cristianos”, asegura John L. Allen Jr., editor sénior del sitio informativo católico Crux.
Por último, hay una razón más personal por la que debería de venir Francisco: para visitar una pequeña cripta debajo de una capilla desaparecida en la rue des Martyrs en París, de cuya asociación de voluntarios soy miembro. Llamada Martyrium, se cree que esa cripta es el sitio donde fue decapitado san Denis, el santo patrono de Francia, en el siglo III. Empero, antes de rendirse a la muerte, según la leyenda, Denis cargó con su propia cabeza varios kilómetros al norte, hasta donde ahora se encuentra la basílica de San Denis.
No hay evidencias de que Francisco tenga especial devoción por san Denis. Pero él es el primer papa jesuita y el Martyrium es el lugar donde Ignacio de Loyola y seis compatriotas hicieron votos de pobreza y de castidad en 1534 para fundar la orden de los jesuitas.
Se dice que Pierre Favre, un sacerdote que fue parte de ese grupo y celebró la misa ese día, es el jesuita favorito de Francisco. En 2013, el papa rompió con el protocolo y lo proclamó santo. Se supone que los candidatos a la santidad deben haber efectuado al menos dos milagros. Hasta donde se sabe, Favre no ha realizado ninguno. Pero Francisco recurrió a la “canonización equivalente”, un procedimiento rara vez empleado para proclamar santo a un candidato reverenciado como tal y muerto hace mucho tiempo.
El papa podría hacer que esa cripta fuera destino de peregrinaciones. Con el paso de los siglos, el sitio ha sido dañado y despojado de sus estatuas y otras obras de arte. Reconstruida a fines del siglo XIX, la cripta en la actualidad es oscura y tenebrosa. La mayoría de las guías de París la pasan por alto. Solo están programadas cuatro misas al año.
Después de consultar con la asociación de voluntarios de la cripta, le escribí una carta al papa para proponerle que la visitara.
“Quizá, Su Santidad, algún día usted va a caminar por el mismo sendero recorrido por san Denis y san Ignacio”, le expuse.
Un periodista amigo mío en Roma le entregó la carta a Antonio Spadaro, sacerdote jesuita allegado a Francisco. Spadaro la llevó a la casa de huéspedes del Vaticano donde vive Francisco. Yo sabía que el papa tiene la costumbre de llamar a perfectos desconocidos en su celular, así que instalé un sistema de bocinas en la mesa del comedor. Preparé un aparato de grabación y escribí un libreto en italiano.
Hasta ahora, Francisco no me ha llamado. Pero me niego a darme por vencida.
“Espero con ansias la sorpresa de cada día”, escribió Francisco alguna vez.
Yo también.
Después de su exitoso viaje a Cuba y Estados Unidos, hay fuertes razones para argumentar que la próxima visita del papa Francisco deberá de ser más cerca, a Francia, conocida como “la hija mayor de la Iglesia Católica” debido a su unión religiosa con Roma desde principios de la cristiandad.
Empero, el sumo pontífice no ha realizado ninguna visita aquí y las relaciones entre Francia y la Santa Sede son tensas estos días.
En enero de 2014, el presidente François Hollande se reunió en el Vaticano con Francisco y le dijo que será bien recibido en Francia. Diez meses después, el papa puso pie en suelo francés, pero no para atender a los católicos de Francia o para visitar el palacio del Elíseo; fue solo una parada de cuatro horas en Estrasburgo, donde se dirigió al Parlamento Europeo. Ahí declaró que el Viejo Continente era “una abuela que ya no era fértil ni vibrante”, en peligro de perder su alma.
Al Vaticano le desagradó particularmente la ley que permitió el matrimonio homosexual en Francia, aprobada en 2013, que irritó a una gran fracción conservadora de la población católica francesa.
Hay muchas cosas que el papa Francisco podría decir y hacer aquí. Francia sigue siendo mayormente católica pero la asistencia a la iglesia ha sido lastimosamente baja desde hace años. Y muchas iglesias han tenido que cerrar sus puertas por falta de sacerdotes.
La religión no oficial de Francia es el laicismo, el ideal republicano que desde 1905 decretó la separación de la iglesia y el estado. En 2004, el país prohibió símbolos religiosos prominentes en las escuelas públicas. La medida estaba dirigida a impedir que las chicas musulmanas llevaran velo, pero también prohíbe otros artículos como crucifijos grandes.
Desde entonces ha habido recordatorios periódicos de que oficialmente la religión es un tabú en público. Hace unos meses, por ejemplo, el sistema del metro de París ordenó que se retiraran los anuncios de un concierto ofrecido por sacerdotes músicos para recaudar dinero para “Cristianos del Este” que sufren persecución en Irak y Siria. Después de tres días de indignación, las autoridades del metro dieron marcha atrás pero el asunto dejó a su paso una buena cantidad de mala sangre.
Francisco, que se impuso la prioridad de dirigirse a los no creyentes, también podría traer un bienvenido mensaje de reconciliación para la considerable población musulmana y judía del país. En enero, él condenó el ataque mortífero contra el semanario Charlie Hebdo y las “formas desviadas de religión” que lo motivaron. Pero agregó que “no podemos insultar la fe de los demás”.
Además, Francia desempeña un papel clave en el mundo en desarrollo donde viven dos terceras partes de los 1,200 millones de católicos.
“Francia es una plataforma para hablar de los temas que son importantes para el papa: la crisis de los refugiados en Europa, el mundo en desarrollo, la necesidad de rechazar el extremismo religioso, la persecución de cristianos”, asegura John L. Allen Jr., editor sénior del sitio informativo católico Crux.
Por último, hay una razón más personal por la que debería de venir Francisco: para visitar una pequeña cripta debajo de una capilla desaparecida en la rue des Martyrs en París, de cuya asociación de voluntarios soy miembro. Llamada Martyrium, se cree que esa cripta es el sitio donde fue decapitado san Denis, el santo patrono de Francia, en el siglo III. Empero, antes de rendirse a la muerte, según la leyenda, Denis cargó con su propia cabeza varios kilómetros al norte, hasta donde ahora se encuentra la basílica de San Denis.
No hay evidencias de que Francisco tenga especial devoción por san Denis. Pero él es el primer papa jesuita y el Martyrium es el lugar donde Ignacio de Loyola y seis compatriotas hicieron votos de pobreza y de castidad en 1534 para fundar la orden de los jesuitas.
Se dice que Pierre Favre, un sacerdote que fue parte de ese grupo y celebró la misa ese día, es el jesuita favorito de Francisco. En 2013, el papa rompió con el protocolo y lo proclamó santo. Se supone que los candidatos a la santidad deben haber efectuado al menos dos milagros. Hasta donde se sabe, Favre no ha realizado ninguno. Pero Francisco recurrió a la “canonización equivalente”, un procedimiento rara vez empleado para proclamar santo a un candidato reverenciado como tal y muerto hace mucho tiempo.
El papa podría hacer que esa cripta fuera destino de peregrinaciones. Con el paso de los siglos, el sitio ha sido dañado y despojado de sus estatuas y otras obras de arte. Reconstruida a fines del siglo XIX, la cripta en la actualidad es oscura y tenebrosa. La mayoría de las guías de París la pasan por alto. Solo están programadas cuatro misas al año.
Después de consultar con la asociación de voluntarios de la cripta, le escribí una carta al papa para proponerle que la visitara.
“Quizá, Su Santidad, algún día usted va a caminar por el mismo sendero recorrido por san Denis y san Ignacio”, le expuse.
Un periodista amigo mío en Roma le entregó la carta a Antonio Spadaro, sacerdote jesuita allegado a Francisco. Spadaro la llevó a la casa de huéspedes del Vaticano donde vive Francisco. Yo sabía que el papa tiene la costumbre de llamar a perfectos desconocidos en su celular, así que instalé un sistema de bocinas en la mesa del comedor. Preparé un aparato de grabación y escribí un libreto en italiano.
Hasta ahora, Francisco no me ha llamado. Pero me niego a darme por vencida.
“Espero con ansias la sorpresa de cada día”, escribió Francisco alguna vez.
Yo también.
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