Por Guillermo Monti
24 Junio 2016
Cuando armaron la minigira de Paul McCartney por la Argentina, el mes pasado, surgió una mínima posibilidad. Ínfima. Una en un millón, pero posibilidad al fin. ¿Por qué no programar un show en Tucumán? La ocasión sonaba inmejorable, con el viento de cola del Bicentenario soplando. Era cuestión de acomodar la agenda sudamericana del Beatle y colar una fecha en la seguidilla de recitales de Córdoba y La Plata. Preguntaron entonces: ¿cómo están de infraestructura por allá? Una brevísima descripción del estadio de Atlético y de su entorno fue suficiente. Será la próxima vez, respondieron con la mayor de las diplomacias. No habrá próxima vez, ni para Paul McCartney ni para un espectáculo de esa envergadura, mientras a Tucumán le falte un escenario moderno, funcional, a la altura de esas convocatorias.
Del tema viene hablándose desde que a Tucumán se le escapó la subsede del Mundial 78. La construcción del estadio parecía un hecho en Yerba Buena, pero en la pulseada con Mendoza y con Mar del Plata al norte le faltó poder de lobby político y económico. La Hoya quedó como símbolo de lo que pudo haber sido y de lo que terminó siendo: un gigantesco agujero en la tierra.
Reunido con empresarios del turismo, la hotelería y la gastronomía, Juan Manzur recibió varios pedidos. Uno de ellos, firme, casi un ruego, fue la construcción de un estadio. Resultó tal el grado de indiferencia de José Alperovich por el turismo y por el deporte que no movió un dedo en ese sentido, mientras la Nación financiaba las obras y otras provincias aprovechaban la generosa oferta. A fin de cuentas, se sabe que el interés supremo de Alperovich fue y sigue siendo el destino de su querido Atlético. A Manzur, que parece más interesado en el estadio, le toca lidiar con un Estado nacional de bolsillos enflaquecidos. Es de manual: cuando sobre Tucumán llueve sopa estamos con el tenedor en la mano.
No es costumbre por estas tierras mirar en perspectiva. Argentina se postula fuerte para organizar dos Mundiales: el de rugby de 2027 y el de fútbol de 2030, en este caso a dúo con Uruguay. Parece muchísimo tiempo cuando, en realidad, son fechas que están a la vuelta de la esquina. Hoy Tucumán no aplica para formar parte de semejantes desafíos y no sólo porque le falta un estadio. A los miles de peregrinos que nos visitaron la semana pasada con motivo del Congreso Eucarístico se les escuchó la misma definición: qué linda provincia, lástima que todo se vea sucio, roto y descuidado. Un plan para integrarse al “proyecto Mundiales” debería empezar -estadio al margen- por cambiar la mentalidad de la sociedad. Complicado, no imposible.
En San Martín está registrándose un fenómeno interesante y llamativo. Un grupo de socios y simpatizantes se hizo cargo de las reformas en La Ciudadela. Ellos están cambiándole la cara a un escenario que data de 1932 y que, más allá de los aggiornamientos a los que viene sometiéndose desde hace décadas, le cuesta seguir el tren de la historia. Es lógico, habida cuenta de la convocatoria del equipo. Esa “subcomisión del hincha” se propone levantar, en tiempo récord, una nueva tribuna sobre la calle Matienzo. En Atlético hay un grupo que capta la misma sintonía y organizó, por ejemplo, el extraordinario festejo cuando “Pulguita” Rodríguez marcó el gol 100. Son expresiones de una sociedad movilizada y decidida a actuar, coordinados con la dirigencia pero sin el corset que representan los cargos y la rosca política.
Justamente, la del público es una reacción que necesariamente cuenta. La Plata, por caso, disfruta de uno de los mejores estadios del país -tal vez el mejor de todos-. Pero ni los hinchas de Estudiantes ni los de Gimnasia quisieron abandonar sus históricos reductos, por lo que los clubes se empeñaron en millonarias refacciones. Los “pinchas” inaugurarán pronto un estadio hecho a nuevo, mientras que el “lobo” retornó al Bosque después de años jugando de prestado (mejor dicho, de alquilado). Lo de Gimnasia fue más allá, porque le adjudicó al Único el carácter de mufa, seguramente a causa de las derrotas que le propinó Estudiantes en esa cancha. Preferían ser locales en Quilmes, lejos de casa, antes que hacerlo en un estadio del primer mundo. ¿Cuál será la reacción de “Decanos” y “Santos” en una situación similar? ¿Accederán a mudarse del Monumental y La Ciudadela a cambio de confort y seguridad?
La elección del lugar no es un dato menor. Un estadio necesita condiciones óptimas de accesibilidad: conexión a rutas y avenidas, transporte público en cantidad y calidad, amplios espacios para estacionamiento. El Gran San Miguel de Tucumán creció en todas las direcciones, pero no lo hizo de manera uniforme ni planificada. Los Nogales entusiasma por varias razones, desde lo paisajístico a lo práctico que resulta para movilizarse, acceso Norte mediante. Ayer se confirmó la construcción de una autopista entre El Cadillal y Raco, lo que jerarquiza y enriquece la zona. Otro es el enfoque si se habla del sur, el más postergado de los sectores de la ciudad. Un estadio modificaría el entorno y potenciaría el desarrollo de barriadas marcadas por la pobreza y la marginalidad. Sería una apuesta más arriesgada, pero valiosa desde lo social.
Las políticas de largo plazo son una rareza para la tradición tucumana. De lo contrario estaríamos celebrando un Bicentenario con otros contenidos, pensados y planificados desde hace largo tiempo. Pero así como el “proyecto Mundiales” es de mediano plazo (10-15 años), el estadio sirve para el ahora. Para que Paul McCartney no pase de largo, para que veamos a Lionel Messi de cerca o para que Atlético y San Martín jueguen el clásico en un escenario acorde con la pasión que generan. Y para infinitas cosas más.
Del tema viene hablándose desde que a Tucumán se le escapó la subsede del Mundial 78. La construcción del estadio parecía un hecho en Yerba Buena, pero en la pulseada con Mendoza y con Mar del Plata al norte le faltó poder de lobby político y económico. La Hoya quedó como símbolo de lo que pudo haber sido y de lo que terminó siendo: un gigantesco agujero en la tierra.
Reunido con empresarios del turismo, la hotelería y la gastronomía, Juan Manzur recibió varios pedidos. Uno de ellos, firme, casi un ruego, fue la construcción de un estadio. Resultó tal el grado de indiferencia de José Alperovich por el turismo y por el deporte que no movió un dedo en ese sentido, mientras la Nación financiaba las obras y otras provincias aprovechaban la generosa oferta. A fin de cuentas, se sabe que el interés supremo de Alperovich fue y sigue siendo el destino de su querido Atlético. A Manzur, que parece más interesado en el estadio, le toca lidiar con un Estado nacional de bolsillos enflaquecidos. Es de manual: cuando sobre Tucumán llueve sopa estamos con el tenedor en la mano.
No es costumbre por estas tierras mirar en perspectiva. Argentina se postula fuerte para organizar dos Mundiales: el de rugby de 2027 y el de fútbol de 2030, en este caso a dúo con Uruguay. Parece muchísimo tiempo cuando, en realidad, son fechas que están a la vuelta de la esquina. Hoy Tucumán no aplica para formar parte de semejantes desafíos y no sólo porque le falta un estadio. A los miles de peregrinos que nos visitaron la semana pasada con motivo del Congreso Eucarístico se les escuchó la misma definición: qué linda provincia, lástima que todo se vea sucio, roto y descuidado. Un plan para integrarse al “proyecto Mundiales” debería empezar -estadio al margen- por cambiar la mentalidad de la sociedad. Complicado, no imposible.
En San Martín está registrándose un fenómeno interesante y llamativo. Un grupo de socios y simpatizantes se hizo cargo de las reformas en La Ciudadela. Ellos están cambiándole la cara a un escenario que data de 1932 y que, más allá de los aggiornamientos a los que viene sometiéndose desde hace décadas, le cuesta seguir el tren de la historia. Es lógico, habida cuenta de la convocatoria del equipo. Esa “subcomisión del hincha” se propone levantar, en tiempo récord, una nueva tribuna sobre la calle Matienzo. En Atlético hay un grupo que capta la misma sintonía y organizó, por ejemplo, el extraordinario festejo cuando “Pulguita” Rodríguez marcó el gol 100. Son expresiones de una sociedad movilizada y decidida a actuar, coordinados con la dirigencia pero sin el corset que representan los cargos y la rosca política.
Justamente, la del público es una reacción que necesariamente cuenta. La Plata, por caso, disfruta de uno de los mejores estadios del país -tal vez el mejor de todos-. Pero ni los hinchas de Estudiantes ni los de Gimnasia quisieron abandonar sus históricos reductos, por lo que los clubes se empeñaron en millonarias refacciones. Los “pinchas” inaugurarán pronto un estadio hecho a nuevo, mientras que el “lobo” retornó al Bosque después de años jugando de prestado (mejor dicho, de alquilado). Lo de Gimnasia fue más allá, porque le adjudicó al Único el carácter de mufa, seguramente a causa de las derrotas que le propinó Estudiantes en esa cancha. Preferían ser locales en Quilmes, lejos de casa, antes que hacerlo en un estadio del primer mundo. ¿Cuál será la reacción de “Decanos” y “Santos” en una situación similar? ¿Accederán a mudarse del Monumental y La Ciudadela a cambio de confort y seguridad?
La elección del lugar no es un dato menor. Un estadio necesita condiciones óptimas de accesibilidad: conexión a rutas y avenidas, transporte público en cantidad y calidad, amplios espacios para estacionamiento. El Gran San Miguel de Tucumán creció en todas las direcciones, pero no lo hizo de manera uniforme ni planificada. Los Nogales entusiasma por varias razones, desde lo paisajístico a lo práctico que resulta para movilizarse, acceso Norte mediante. Ayer se confirmó la construcción de una autopista entre El Cadillal y Raco, lo que jerarquiza y enriquece la zona. Otro es el enfoque si se habla del sur, el más postergado de los sectores de la ciudad. Un estadio modificaría el entorno y potenciaría el desarrollo de barriadas marcadas por la pobreza y la marginalidad. Sería una apuesta más arriesgada, pero valiosa desde lo social.
Las políticas de largo plazo son una rareza para la tradición tucumana. De lo contrario estaríamos celebrando un Bicentenario con otros contenidos, pensados y planificados desde hace largo tiempo. Pero así como el “proyecto Mundiales” es de mediano plazo (10-15 años), el estadio sirve para el ahora. Para que Paul McCartney no pase de largo, para que veamos a Lionel Messi de cerca o para que Atlético y San Martín jueguen el clásico en un escenario acorde con la pasión que generan. Y para infinitas cosas más.
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