24 Junio 2016
“Mi madre nos hizo jurar que nunca contaríamos esto”. Ese fue el prólogo de la declaración de María Cristina Medina. La vecina de Famaillá fue uno de los testigos de ayer, en la onceava audiencia del juicio por la megacausa “Operativo Independencia”, que se desarrolla en la sede del Tribunal Oral Federal (TOF) local.
Medina brindó un testimonio inédito al relatar cómo su familia fue obligada a alimentar en su domicilio a grupos de militares y de gendarmes que operaban en el centro clandestino de detención conocido como “La Escuelita”, que funcionó en el viejo edificio de la escuela “Diego de Rojas”.
La casa de los Medina, que tenían entonces un almacén, estaba frente al portón del establecimiento educativo y era una de las pocas en la zona en 1975.
“Nos tuvieron prisioneros en nuestra casa aproximadamente por un año, no podíamos salir sin permiso. Un día alguien de alto mando del Ejército le dijo a mi mamá que tenía que servir a la patria, dándoles de comer. Ella, que ya era viuda, no pudo seguir trabajando porque cerraron las dos bocacalles y nadie podía entrar. Iban a desayunar, almorzar, merendar y cenar”, afirmó la mujer, que entonces tenía 18 años.
Aseguró que los comensales se callaban cuando ellos servían la comida y que no conoció a ninguno por su nombre real. “A los que vi y reconocí fue a (Antonio Domingo) Bussi y a (Jorge Rafael) Videla. Los recuerdo perfectamente. Llegaron una noche, de sobretodos verdes. Se bajaron en la esquina y caminaron hasta la escuela. Bussi frecuentaba la escuela. En la cuadra estaban los soldaditos con cañoncitos y todas las cosas que lleva el Ejército a una guerra”, precisó la mujer. Consignó que nunca recibieron paga ni mercadería por parte de las fuerzas de seguridad.
La testigo distinguió que primero la Policía Federal se asentó en el lugar. “Tenían carros de asalto y de ahí bajaba la gente, vendados con algo blanco. Todos los días, a cada rato. Pero no se escuchaban gritos ni quejidos. Cuando vino el Ejército y Gendarmería, sí. Traían en camiones volquetes a los detenidos. Entraban marcha atrás y sentíamos que caía gente, se quejaban al caer”, recordó. Explicó que cuando llegó el Ejército iban a comer también unos hombres que identificó como “los verdugos”. “Estaban vestidos de negro. Sabíamos que habían torturado gente porque salían con las manos manchadas de merthiolate (un antiséptico). Eso deducía mi mamá. Creemos que eran del Ejército y que rotaban”, caracterizó.
Pregunta del fiscal
En un pasaje de la declaración, María Cristina comenzó a sollozar. Fue luego de que el fiscal Pablo Camuña le preguntara si había visto cadáveres. “Esta es la parte que me hace mal contar. De noche, a escondidas de mi mamá, con mi hermano subíamos a la terraza y nos tirábamos panza arriba para ver hacia la escuela. Son temas que no volvimos a hablar en la familia, para no recordar”, añadió. “Cuando se escuchaba que el camión estaba vacío, subíamos a la terraza. Tiraban cuerpos en el camión. Estaba oscuro, pero se escuchaban los ruidos. Esa gente no se quejaba”, lamentó.
Aclaró luego que nunca vio los cadáveres y que esa era una interpretación que hicieron en base a los sonidos habituales del centro. No quiso referirse a lo que vio su hermano, al que el Ejército autorizó a entrar al edificio para llevarles comida a soldados que no podían salir. El hombre está citado como testigo. “Quedó muy mal por lo que vio. Mi mamá sufrió de depresión también”, agregó.
“La Escuelita” fue el primer centro clandestino del país registrado por la Comisión Nacional sobre la desaparición de personas (Conadep).
En los testimonios de víctimas que se registraron hasta ahora en el juicio, aparece mencionado como uno de los sitios adonde eran llevados los secuestrados y donde se les extraía información mediante torturas y, de acuerdo con la acusación fiscal, en base a ella generar nuevas detenciones.
Medina brindó un testimonio inédito al relatar cómo su familia fue obligada a alimentar en su domicilio a grupos de militares y de gendarmes que operaban en el centro clandestino de detención conocido como “La Escuelita”, que funcionó en el viejo edificio de la escuela “Diego de Rojas”.
La casa de los Medina, que tenían entonces un almacén, estaba frente al portón del establecimiento educativo y era una de las pocas en la zona en 1975.
“Nos tuvieron prisioneros en nuestra casa aproximadamente por un año, no podíamos salir sin permiso. Un día alguien de alto mando del Ejército le dijo a mi mamá que tenía que servir a la patria, dándoles de comer. Ella, que ya era viuda, no pudo seguir trabajando porque cerraron las dos bocacalles y nadie podía entrar. Iban a desayunar, almorzar, merendar y cenar”, afirmó la mujer, que entonces tenía 18 años.
Aseguró que los comensales se callaban cuando ellos servían la comida y que no conoció a ninguno por su nombre real. “A los que vi y reconocí fue a (Antonio Domingo) Bussi y a (Jorge Rafael) Videla. Los recuerdo perfectamente. Llegaron una noche, de sobretodos verdes. Se bajaron en la esquina y caminaron hasta la escuela. Bussi frecuentaba la escuela. En la cuadra estaban los soldaditos con cañoncitos y todas las cosas que lleva el Ejército a una guerra”, precisó la mujer. Consignó que nunca recibieron paga ni mercadería por parte de las fuerzas de seguridad.
La testigo distinguió que primero la Policía Federal se asentó en el lugar. “Tenían carros de asalto y de ahí bajaba la gente, vendados con algo blanco. Todos los días, a cada rato. Pero no se escuchaban gritos ni quejidos. Cuando vino el Ejército y Gendarmería, sí. Traían en camiones volquetes a los detenidos. Entraban marcha atrás y sentíamos que caía gente, se quejaban al caer”, recordó. Explicó que cuando llegó el Ejército iban a comer también unos hombres que identificó como “los verdugos”. “Estaban vestidos de negro. Sabíamos que habían torturado gente porque salían con las manos manchadas de merthiolate (un antiséptico). Eso deducía mi mamá. Creemos que eran del Ejército y que rotaban”, caracterizó.
Pregunta del fiscal
En un pasaje de la declaración, María Cristina comenzó a sollozar. Fue luego de que el fiscal Pablo Camuña le preguntara si había visto cadáveres. “Esta es la parte que me hace mal contar. De noche, a escondidas de mi mamá, con mi hermano subíamos a la terraza y nos tirábamos panza arriba para ver hacia la escuela. Son temas que no volvimos a hablar en la familia, para no recordar”, añadió. “Cuando se escuchaba que el camión estaba vacío, subíamos a la terraza. Tiraban cuerpos en el camión. Estaba oscuro, pero se escuchaban los ruidos. Esa gente no se quejaba”, lamentó.
Aclaró luego que nunca vio los cadáveres y que esa era una interpretación que hicieron en base a los sonidos habituales del centro. No quiso referirse a lo que vio su hermano, al que el Ejército autorizó a entrar al edificio para llevarles comida a soldados que no podían salir. El hombre está citado como testigo. “Quedó muy mal por lo que vio. Mi mamá sufrió de depresión también”, agregó.
“La Escuelita” fue el primer centro clandestino del país registrado por la Comisión Nacional sobre la desaparición de personas (Conadep).
En los testimonios de víctimas que se registraron hasta ahora en el juicio, aparece mencionado como uno de los sitios adonde eran llevados los secuestrados y donde se les extraía información mediante torturas y, de acuerdo con la acusación fiscal, en base a ella generar nuevas detenciones.