Roger Cohen / The New York Times
Desde que vi la foto de dos jugadoras de voleibol de playa, una egipcia y otra alemana, enfrentadas en la red en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, no he podido quitarme la imagen de la cabeza. Doaa Elghobashy, de 19 años, lleva un hiyab, mangas largas y calzas negras. Kira Walkenhorst, de 25 años, lleva un bikini azul oscuro. Sus manos estiradas hacia la pelota casi se tocan.
La foto, tomada por Lucy Nicholson, de Reuters, yuxtapone a dos mujeres, dos creencias y dos códigos de vestir unidos por el deporte. El mundo no se enfrenta tanto a un choque de civilizaciones como a un choque de identidades. La imagen que tiene Occidente del islam y la que tiene el islam de las sociedades occidentales suelen ser difíciles de comunicar en ambos sentidos. Y la incomprensión incuba violencia.
Ningún área es tan delicada como la del tratamiento de las mujeres: el papel, la sexualidad, el vestido y las ambiciones femeninas, entre otras cosas. Por lo general se presenta la historia como la emancipación de las mujeres occidentales ante la sumisión de las musulmanas. Sin embargo, esa es una caracterización inadecuada.
Lo que sigue son relatos de dos mujeres sobre su experiencia con el hiyab, una egipcia y otra estadounidense. Chadiedja Buijs, de 24 años, es estudiante de posgrado de El Cairo. Norma Moore es una actriz retirada, de Boulder, Colorado. Estuvo recientemente en Irán, donde las leyes la obligaron a adoptar el código islámico de vestir.
Desde El Cairo
Mis padres -ella egipcia, él holandés- se separaron cuando yo tenía cuatro años. Crecí en los Países Bajos. Mi mamá no usa el velo y cuando yo empecé a llevarlo, a los 19 años, me dijo: “¿Qué diablos estás haciendo? Me fui de mi país para que tú pudieras tener libertad, ¿y eso es lo que haces con tu libertad?”
Yo tenía muchos problemas conmigo misma y con mis necesidades espirituales. Empecé a sentir que, como persona religiosa, necesitaba darme cuenta de que algunas cosas están fuera de mi control. Empecé con la oración. Dejé de beber alcohol y empecé a ayunar. Después de un tiempo me convencí de que sería bueno usar el velo por devoción y humildad, en señal de ceder parte del control. Dio resultado. Perdí la obsesión por las cosas materiales.
Nuestro profeta dice que la fe es como el océano. A veces las olas están altas, otras veces, bajas. A veces vacilo en mi fe y otras me siento muy fuerte.
Las tensiones en Europa han empeorado las cosas. En un bar de un pueblo holandés, lleno de gente blanca y rica, un hombre me arrancó el velo. Fue horrible.
Después de los ataques en Francia, mi madre me pidió que me quitara el velo. Pero usarlo es mi decisión y voy a morir con él.
El equilibrio es importante. Está esta vida y está la vida después de la muerte. A veces necesitamos pensar en nuestra espiritualidad. A veces necesitamos adaptarnos. En Occidente, ahora, puedo llevar pantalones ajustados, mostrar el cuello o llevar manga corta. Aquí en Egipto puedo usar faldas largas y anchas. No se ven muy bien. Hacen que me vea gorda. Pero, caray, ese es el objetivo. Mi familia de aquí es conservadora.
Hay muy poco conocimiento religioso en los países occidentales laicos. Y hay una crisis dentro del islam respecto de lo que significa ser musulmán. Estado Islámico controla lo que se ve del islam en Irak y Siria: las banderas, las declaraciones, los versículos. No podemos negarlo. Pero nosotros mismos generamos el extremismo al hablar del islam solamente a través de ese prisma. El velo se convierte en un fetiche.
Elghobashy lleva calzas largas en la foto. Pienso que ella representa a la gente como yo: musulmanes cosmopolitas, jóvenes y modernos que quieren salir, estudiar, trabajar y jugar. Necesitamos diferentes imágenes del islam.
Usar velo en vez de falda corta crea cierta distancia con los hombres. Pero sigo teniendo el control de mi sexualidad. Puedo ser muy coqueta, salir y conocer a un hombre, pero yo soy quién decide cómo va a ocurrir eso. Puedo estar concentrada en mi espiritualidad, en las oraciones y en los estudios sin ninguna distracción, o puedo pasar por un periodo en el que decido ser sensual, aun llevando el velo. Ahora tengo más poder e independencia con respecto a los hombres.
Desde Colorado
Soy una persona profundamente religiosa. No tengo ninguna etiqueta para adherírsela a mi fe pero, no obstante, la fe existe como núcleo de mi ser. Creo que Dios me creó y que lo hizo con amor, de la forma en que soy, tal y como crea a todas las personas. Cuando me puse la hiyab en Irán y las túnicas que no revelan ninguna forma, sentí un intento de negar la forma en que había sido hecha... un intento de neutralizarme.
Empecé este viaje casi totalmente por la hiyab. Antes de llegar, practiqué gracias a un video de Internet, para que no se vieran ni rastros de pelo, cuello o pantorrilla que me expusieran a las miradas y a la humillación de ser reprendida. Yo había viajado a Irán de manera voluntaria y había aceptado las condiciones de admisión, así que empecé el viaje en un estado mental de sumisión voluntaria.
Pero después el clima se puso caluroso, muy caluroso. Sentía demasiado calor y en lo único que podía pensar era en arrancarme el hiyab. Me sentía sofocada. Pensé que yo no permitiría que ni un animal se sofocara de ese modo. Si un animal mío estuviera cubierto así y sufriera de calor, le quitaría la tela por simple decencia.
Dios me dio el pelo y las curvas del cuerpo. Siento que cubrirme la cabeza y llevar ropas sin forma es como pretender que no soy mujer y que, de alguna manera, soy responsable de mantener la sexualidad de los hombres dentro de los límites sociales. Simplemente no puedo entender que Dios me haya hecho responsable de la sexualidad de los hombres.
La fotografía del juego de voleibol olímpico es provocativa. La corta distancia que separa las manos de las dos mujeres bien podría ser un abismo. Más de una vez escuché a imanes iraníes asegurar, con ridícula certeza, que las ropas ligeras de las mujeres de Occidente equivalen a la decadencia y a la prostitución. Para la sensibilidad occidental, no obstante, la mujer musulmana cubierta de pies a cabeza es una mujer sin derechos a la espera de su liberación.
La realidad tiene muchos matices. Elghobashy lleva en el tobillo una pulsera de cuentas coloridas. Walkenhorst lleva un bikini oscuro y los únicos colores son los de la bandera alemana que lleva en el pecho. ¿Quién puede decir cuál de las dos mujeres es más conservadora, más feminista o más liberada? No sabemos. Lo que sí sabemos es que necesitamos más eventos que nos inciten a plantearnos preguntas como esas y a descartar gastadas certidumbres que podrían no ser más que caricaturas peligrosas.