Entreveros, travesuras y disparates

Es un entrevero. No puede adjudicársele a Juan Manzur la culpa de todo, está claro. Pero, sin dudas, desde su asunción pocas cosas pueden darse por supuestas. Como un virus que se propaga, los actores políticos locales se van contagiando de una indefinición que exacerba. Los que antes eran enemigos ahora miden sus palabras, y los que antes eran socios ahora se desconfían. Es evidente que el gobernador no es responsable de todo lo que pasa en Tucumán, pero sí de lo que está a su alcance. Y él ha elegido que su rol como conductor del oficialismo sea tan difuso como una silueta detrás de un vidrio empañado. El decreto mediante el que designó como asesor ad honorem a José Alperovich es la muestra más contundente de su cuadro de anemia política. Manzur no puede o no quiere cortar los lazos que lo unen a su padre político. Lejos de emanciparse, el actual mandatario le consiente todos los caprichos a su antecesor: desde usar el avión oficial e ir a la cancha de Atlético en una combi oficial hasta entregar colchones con el Ministerio del Interior a su disposición. Así, el ex ministro de Salud sólo ha logrado que muchos duden acerca de quién es, verdaderamente, el dueño de los destinos de la provincia.

Es un enigma. Manzur ha pasado de kirchnerista duro a macrista converso sin mayores escalas. No tiene diálogo ni con su compañero de fórmula, Osvaldo Jaldo, ni con Alperovich. Pero contenta y desaira a todos por igual. Puede declararse peronista y faltar sin previo aviso a un cónclave con sus pares por pedido del macrismo o puede refinanciarle la deuda y prestarle plata a un intendente opositor sin avisarle a nadie de sus pasos. De la misma manera, puede sentarse las veces que sea necesario al lado de Alperovich a escucharlo hablar sin cuestionarle una coma, o puede sonreírle a Jaldo a pesar de que el tranqueño le haya aprobado horas antes una norma que lo deje mal parado. ¿Cuál es el verdadero Manzur? ¿Qué esconde detrás de esa sonrisa semipermanente? ¿A qué apuesta? La firma de aquel decreto, lejos de ser el reconocimiento a un ex gobernador, representa la claudicación política de alguien que se reconoce débil. Por eso se preocupó por mantenerlo oculto el mayor tiempo que pudiera.

Es un travieso. Hay algo que Manzur hace muy bien, y es saber qué decir –o qué callar- frente al interlocutor que tenga enfrente. En estos 10 meses de gestión, el gobernador no ha dicho una sola palabra de más. El macrista Guillermo Dietrich le enrostró su cercanía con José López en la cara y el tucumano ni se inmutó. Al contrario, le agradeció su visita y los fondos para reparar el aeropuerto. El intendente Germán Alfaro le dijo de todo en los primeros meses y, sin embargo, es al único jefe municipal que benefició. Hasta le agradeció cuando, el lunes, recibió por teléfono una llamada del peronista disidente. Delante de algunos pocos testigos, Manzur se mostró reconfortado cuando, según retransmitió, el intendente le aclaró que las críticas que venía lanzando hacia los gastos de la Legislatura apuntaban a debilitar a Alperovich y a Jaldo, y que nada tenían que ver con él. El gobernador, sugestivamente, sonrió y no le contó a uno de sus dos aliados de esa conversión por celular.

Es un pícaro. Alfaro se divierte. Detona algunos explosivos en una interna y lanza granadas en otra. Cuando todos lo daban demasiado cerca de Jaldo, envolvió a Manzur y se pegó a él. Le sacó lo que quería y sin sonrojarse arrinconó al presidente de la Legislatura. Y cuando comenzaron a mirarlo de reojo sus pares del opositor Acuerdo para el Bicentenario, se tomó un avión, se fotografió con los representantes tucumanos del macrismo y dejó mal parado al gobernador. Es inevitable, el intendente disfruta de tener influencia política en cuantos espacios le permitan. Juega tanto en la interna del oficialismo como en la de la oposición. Se pega a Manzur para debilitar a Alperovich, y se acerca al radical José Cano para fortalecerlo en su mano a mano con Domingo Amaya. Hasta tercia a favor del titular del plan Belgrano en la interna de la UCR: los correligionarios municipales, como los que portan el apellido Romano Norri, irán dentro del espacio del actual presidente del partido para la renovación de autoridades de octubre.

Es un indeciso. Cano primero decía que no sabía si sería candidato en 2017, y ahora duda. Aunque el titular del Plan Belgrano no lo admita, el Gobierno de Mauricio Macri no despega, no capitaliza la estructura y lo poco que tiene en las provincias y el radical siente ese peso sobre sus espaldas. Por eso, lejos de querer rifar su futuro político, en las últimas semanas al menos dos dirigentes de peso dicen haberlo escuchado decir que estaba cansado y que podría candidatearse para volver al Congreso el próximo año. Suena lógico, si se tiene en cuenta que el radical se muestra preocupado por fortalecer al Acuerdo para el Bicentenario para 2019, con opositores al macrismo adentro. También dijo Cano que en octubre no buscaría una reelección como presidente del distrito local de la UCR, pero no muchos creen que esa posición sea terminante. Si no es él, alguien de peso y de su riñón debería reemplazarlo. La senadora Silvia Elías de Pérez podría ser la indicada, pero no tiene intenciones de dejar su cargo en el comité nacional del partido. La indefinición no favorece a Cano: sabe que no puede rifar el partido a manos del legislador Ariel García, por su cercanía con Jaldo y por su rechazo al papel que le confiere el Gobierno nacional a la UCR.

Es un disparate. Ninguno se siente seguro y todos dudan. Se atacan y se abrazan. La cercanía de 2017 los impacienta y los apura. Todos se sienten forzados a dar pasos que, en otra ocasión, hubiesen evitado. Y se entreveran. Y entonces se tornan borrosas las figuras; como cuando los nubarrones bajan tanto que se debe caminar a tientas.

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