La sensación de “no tener hogar” impactó con fuerza entre los votantes

11 Noviembre 2016

Thomas L. Friedman - The New York Times

Comencé a escribir una columna en la noche del día de las elecciones que empezaba con las palabras de un inmigrante, mi amiga Lesley Goldwasser, quien llegó a Estados Unidos procedente de Zimbabue en 1980. Al sondear la escena política hace unos cuantos años, Lesley me dijo: “Ustedes, los estadounidenses, patean a su país como si fuera un balón de futbol americano. Pero no es un balón. Es un huevo de Fabergé. Lo pueden romper”.

Ahora que Donald Trump resultó elegido Presidente, tengo más miedo del que haya tenido alguna vez en mis 63 años, de que pudiéramos hacer justo eso: romper a nuestro país, de que pudiéramos volvernos tan irreparablemente divididos que no funcionara nuestro gobierno nacional.

A partir del momento en el que Trump surgió como un candidato, tomé seriamente la posibilidad de que pudiera ganar; esta columna nunca pronosticó otra cosa, aunque, sin duda, lo deseaba. Eso no significa que la realidad de ello no me haya impactado.

Con todo y que sabía que era una posibilidad, el hecho crudo de que una mayoría de los estadounidenses quisieran un cambio radical y perturbador con tanta desesperación que, sencillamente, no les importó quién fuera el agente del cambio; qué tipo de ejemplo podría ser para nuestros hijos; si es que realmente tenía alguna capacidad para ejecutar su plan -o si siquiera tenía realmente un plan que ejecutar- es profundamente alarmante.

Antes de exponer todos mis temores, ¿hay algún hecho rescatable en esta votación? Llevo horas buscando y el único que he podido encontrar es éste: no creo que Trump se haya comprometido de verdad con una sola palabra o política que haya expuesto durante la campaña, excepto por una frase: “Yo quiero ganar”.

Sin embargo, Donald Trump no puede ser un ganador a menos de que cambie radicalmente su personalidad y sus posiciones políticas, y se convierta en todo lo que no fue en esta campaña.

Tiene que convertirse en “sanador” en lugar de en alguien que divide; alguien que compulsivamente dice la verdad en lugar de un mentiroso compulsivo; alguien listo para estudiar los problemas y tomar decisiones con base en la evidencia, no alguien que solo dispara sin apuntar; alguien que le dice a la gente lo que necesita escuchar y no lo que quiere oír, y alguien que aprecia que un mundo interdependiente puede prosperar solo con relaciones en las que todos ganan y no con las de suma cero.

Solo puedo esperar que lo haga. Porque si no lo hace, todos los que votaron por él -pasando por alto todos sus defectos- porque querían un cambio radical y perturbador, bueno, lo van a tener.

Supongo que Trump no va a querer pasar a la historia como el peor Presidente en la historia, ya no se diga el que presidió la fractura más profunda de Estados Unidos desde la Guerra Civil. Sacudiría a todo el mundo. Por tanto, solo puedo esperar que, como Presidente, buscará rodearse de las mejores personas que pueda, lo que, con seguridad, no incluye a gente como Rudy Giuliani o Newt Gingrich, ni se diga a los extremistas de la derecha en internet, que impulsaron su campaña.

Sin embargo, también hay un lado profundamente preocupante en la obsesión de Trump por “ganar”. Para él, la vida es siempre un juego de suma cero: yo gano, tú pierdes. Sin embargo, cuando se administra a Estados Unidos de América, no todo puede ser un juego de suma cero. “El mundo solo se queda estable cuando los países están inmersos en relaciones en las que todos ganan, en interdependencias saludables”, observó Dov Seidman, el director general de LRN, que asesora en liderazgo a algunas compañías, y es el autor del libro “How”.

Por ejemplo, Estados Unidos llevó a cabo el Plan Marshall después de la Segunda Guerra Mundial -dio millones de dólares a Europa- para reconstruirla para ser un socio comercial y tener una relación que resultó ser de gran beneficio mutuo.

¿Trump entiende eso? ¿Quiénes votaron por él entienden cuántos de sus empleos dependen de que Estados Unidos esté inmerso en interdependencias saludables en todo el mundo?

¿Cómo me explico la victoria de Trump? Demasiado pronto para decirlo con seguridad, pero mi instinto me dice que tiene mucho menos que ver con el comercio o con las brechas en el ingreso y mucho más que ver con la cultura y la sensación de “no tener hogar” que sienten muchos estadounidenses.

No hay nada que pueda enojar o desorientar más a las personas que sentir que han perdido su hogar. Para algunas se debe a que Estados Unidos se está convirtiendo en un país mayormente de minorías y es lo que ha amenazado el sentido de comunidad de muchos blancos de clase media, en particular, de quienes viven fuera de las zonas urbanas más cosmopolitas.

Para otros, es el torbellino vertiginoso del cambio tecnológico en el que estamos atrapados. Ha eliminado sus empleos o transformado su centro de trabajo en formas que encuentran desorientadoras; y les ha impuesto exigencias estresantes de un aprendizaje de toda la vida. Cuando las dos cosas más importantes en la vida han cambiado drásticamente -el centro de trabajo y la comunidad que son anclas y brindan identidad-, no es de sorprender que la gente esté desorientada y se acerque a las soluciones más simplistas que pregona un potencial hombre fuerte.

Control total

Lo que sí sé de seguro es esto: el Partido Republicano y Donald Trump tendrán el control de todas las palancas del Gobierno, desde los Tribunales hasta el Congreso, hasta la Casa Blanca. Se trata de una responsabilidad increíble y toda recaerá en ellos. ¿Entienden esto?

Personalmente, no les desearía ningún mal. Es demasiado lo que está en juego para mi país y mis hijos. A diferencia del Partido Republicano en los últimos ocho años, no voy a tratar de hacer que falle mi Presidente. Si él falla, todos fallamos. Así es que sí, esperaré a que surja un hombre mejor del que vimos en esta campaña.

Sin embargo, por el momento, estoy en la angustia, asustado por mi país y por nuestra unidad. Y, por primera vez, me siento sin hogar en Estados Unidos. (Especial)

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