“La vida de Pablo Escobar es para contar, pero no para vivir”

El hijo del narcotraficante colombiano habló con LA GACETA sobre In fraganti, el libro más vendido en la Argentina, donde cuenta detalles de la historia de su padre que cuestionan la imagen que muchos tienen de él. También habla sobre los sicarios que fueron sus niñeros, la relación de la CIA con los narcos, la pérdida de sus bienes heredados y cómo vive actualmente. “El gran vendedor de marihuana le dijo a su hijo que no debía consumir el veneno que él vendía”, afirma

“La vida de Pablo Escobar es para contar, pero no para vivir”
12 Marzo 2017

Por Alejandro Duchini - Para LA GACETA - Buenos Aires

PERFIL

Nacido en Medellín en 1977, Juan Pablo Escobar consiguió cambiarse el nombre por el de Juan Sebastián Marroquín Santos. También se cambiaron la identidad su hermana (Manuela se llama Juana Manuela Marroquín Santos) y su madre (Victoria Eugenia Henao Vallejo pasó a llamarse María Isabel Santos Caballero). En Buenos Aires tuvieron problemas con la Justicia, pero se resolvieron. Eso cuenta en su primer libro, Pablo Escobar - mi padre. Con su nuevo título, Pablo Escobar - in fraganti (ambos publicados por Planeta), su hijo suma piezas para llenar las lagunas de la vida de Escobar. Marroquín es diseñador industrial y arquitecto. Recorre el mundo dando charlas sobre la paz. Es autor del documental Pecados de mi padre.

Hoy se llama Juan Sebastián Marroquín Santos pero su nombre original es Juan Pablo Escobar. Su padre, Pablo Emilio Escobar, el narcotraficante más conocido de la historia, le dio una infancia y adolescencia llena de peligros, aunque también, como cuenta a LA GACETA, de amor: “Mira qué paradójico: mi padre, el gran administrador de la violencia en Colombia, me crió con valores humanos que no estaban cruzando el umbral de la puerta de mi casa”, dice durante la charla en en la que repasa su vida. Lo hace por la publicación de su segundo libro, Pablo Escobar - in fraganti (Planeta), en el que arma un rompecabezas con las dudas que le quedaron sobre su papá. En la portada su imagen se funde con la de su padre. Este trabajo se complementa con el anterior, Pablo Escobar - Mi padre, en el que contó esa historia vivida desde adentro.

Marroquín conserva el típico tono de voz caribeño, bebe Coca Cola, luce una chomba negra y pasa desapercibido entre la gente que anda por la calle. Cuando vino a Buenos Aires escapando de la violencia y la venganza que lo acechaba tras la muerte de su padre (ocurrida el 2 de diciembre de 1993) quería eso: ser uno más. Y como lo puede contar, cuenta. Cuenta sobre los sicarios que le hicieron de niñera, la traición de su familia paterna, la pérdida de los bienes heredados que le exigió el cartel de Cali (enemigo del de su papá, el de Medellín), su vida actual, el problema de que desde la televisión se describa de manera apasionante la vida de Escobar, el papel de la CIA en el narcotráfico y el proceso de paz en Colombia.

- ¿Por qué un segundo libro sobre tu papá?

- Porque tengo la madurez necesaria como para darle voz a sus enemigos y completar su imagen. Muestro la cara de la corrupción sin pretender eximir a mi padre de responsabilidades. A la vez permite entender cómo funcionaba esa red de corrupción internacional que le dejó crecer tanto. Este libro me da más miedo que el primero. Porque habla de mi padre vinculado a la CIA y a la DEA. Pensé mucho en escribir sobre eso porque me ponía en riesgo. Significa renunciar de por vida a tener una visa gringa. No soy un antiestadounidense. Simplemente denuncio la red que hizo tan poderoso a mi padre.

- ¿Siempre serás “el hijo de”?

- Nos queda el estigma, el prejuicio en la sociedad, por nuestro vínculo con Pablo Escobar. No lo tomo personal sino como consecuencia de las acciones de mi padre, que nos pusieron en un complejo lugar en la historia como para que la sociedad nos permita reconocernos como individuos, cosa que no ocurrió hasta ahora, cuando comenzamos a mostrar nuestros puntos de vista y hacer públicas las experiencias. Se reacomodaron algunas partes de la historia y surge una esperanza de que la sociedad nos reconozca como individuos. Se avanzó, pero hubo muchos tropiezos. Fuimos detenidos en la Argentina por el delito de parentesco, que no es delito pero nos detuvieron igual. Nos rechazaron en Estados Unidos por lo mismo. Nos persiguieron en otros países. Pero hubo avances.

Sobreviviendo

- ¿Cuál fue la etapa más dura junto a tu papá?

- La del último año, escondidos, huyendo. Pero fue la mejor en mi relación con él: tuve mucho tiempo para compartir y cuidarlo; estuve a su lado cuando los bandidos a su alrededor lo dejaron solo. Juraron lealtad a mi padre, pero la gran mayoría lo traicionó. A mi padre le hacía feliz ayudar a sus amigos. Pero evidentemente ninguno tuvo sentido de la gratitud.

- ¿Lo extrañás?

- Por supuesto que lo extraño, como cualquier hijo extraña a un padre que lo educó bien y lo trató con amor.

- En los libros contás cómo es crecer con miedo a que te maten. ¿Desapareció ese miedo?

- No sé si el miedo desaparece o deja de importar. Estar sometido durante tanto tiempo a semejante presión te libera, porque asumes que parte de la vida es el riesgo de morir a cada minuto.

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... Viene de la página I.

Evidentemente me importa menos en un punto pero me importa mucho en otro porque soy padre de un niño de cuatro años, Juan Emilio, y quisiera vivir lo suficiente como para criarlo con los valores humanos que le garanticen no repetir los errores de su abuelo.

- Otra cosa que llama la atención es que Andrea, tu actual esposa, te acompañó ya desde los tiempos en que debían huir en la misma Colombia.

- ¡Es una kamikaze! Compró los pasajes de un avión en llamas. Siempre se lo agradeceré. Además del amor que sentimos, tengo mi máximo respeto por el amplio y generoso sentido de la lealtad y el apoyo incondicional.

- ¿La peor traición fue la de tu familia paterna?

- Que tu hermano mayor, que tu mamá, te entreguen, es difícil de entender y aceptar. Hasta hoy no encontré ninguna justificación. Tampoco yo justifico a mi padre, pero primero muerto que entregado. Esos familiares, si visten y se toman un café es a cuenta de Pablo Escobar, porque ninguno trabajó. No tengo ninguna relación con ellos, salvo a través de los ataques que me hacen. Puedo resumir diciendo que el “buena gente” de la familia era mi papá. Y por supuesto mi abuelo Abel, una gran persona.

- ¿Volviste a Colombia?

- Volví a 14 años de la muerte de mi padre a darle el último adiós. Pero lo hice sin pedir permiso. La amenaza era que, si volvía, me matarían. Volví con miedo. Pero no a quedarme, sino de paso. Sería imprudente volver a Colombia con la intención de quedarme.

- ¿Se huele aún la venganza si regresás?

- Es paradójico: el máximo respeto lo recibo de los peores enemigos. Y los mayores ataques, de mi familia, quienes me hacen sentir en riesgo. ¡Qué paradoja! Mi propio tío buscó juntar testimonios del cartel de Cali en mi contra: no contaba con que ellos algún respeto tendrían por mí. Me quería armar una causa en la Justicia para sacarme del juego.

La paz

- ¿Qué sentís ante el proceso de paz en Colombia?

- Creo que hay una cicatrización. Siempre renuevo la esperanza porque mi experiencia al acercarme a gente que ha sufrido a mi padre, a la larga nos termina reconciliando. Por eso soy optimista en ese aspecto. En Colombia lo que sucedió fue el enfrentamiento político entre dos personas que no se quieren, Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe, y que los colombianos llaman fuego cruzado. Defiendo los esfuerzos de paz de quien sea, más allá de apellidos. Aprendimos que la paz a cualquier precio es barata. Evidentemente ganó el “no me importa”. Es un absurdo que le hayan preguntado a un pueblo si quería paz o guerra. La paz es un derecho: se hace y se informa que se hizo. No se le pregunta al mundo si quiere paz o guerra.

- ¿Cómo toman los más jóvenes tus charlas en favor del pacifismo?

- Veo en ellos un cambio de mentalidad positivo hacia el futuro. Se alejan de la imagen tan glamorosa del narco que otorgan las series televisadas sobre mi padre y sobre los narcos.

- Te molestan esas series, como Narcos.

- Me molesta que se inculque a los jóvenes la sensación de que Pablo Escobar es un antihéroe y por lo tanto un héroe. No está bueno. No me pongo a que se cuente la historia sino a que la cuenten modificada, creando una epidemia de jóvenes dispuestos a ser narcos. Jóvenes que ven Narcos y se creen unos “ninjas”.

- ¿Te sorprende el crecimiento del narcotráfico?

- No. Es el resultado del prohibicionismo, que promueve la aparición de personajes como mi padre. Mientras no modifiquemos eso tendremos centenares o miles de Pablo Escobar. No importa cuántos maten o extraditen. Siempre habrá una cola de gente queriendo ocupar esos lugares.

- ¿Cómo es crecer teniendo como “niñeras” a los sicarios de tu papá? Recordás afectuosamente a Mugre, Chiquilín y tantos otros.

- Me enseñaron, claro. Un día les pregunté qué era lo mejor que aprendieron de mi padre. Muchos me dijeron que fue a ser buenos padres con sus hijos. Porque ellos venían de familias con padres maltratadores. Gente que creció con violencia en el interior de sus hogares. Eso les facilitó ser parte de un ejército de criminales. Fueron mis amigos. Dentro de mi hogar había amor. Y mira que mi padre era el gran administrador de la violencia en Colombia. Me crió con valores humanos que no estaban cruzando el umbral de la puerta de mi casa. Esos valores me quedaron.

- Contás que tu padre te dijo que no fumes marihuana con tus amigos, sino con él, en caso de que quieras probar.

- El gran vendedor de marihuana le dijo a su hijo que no debía consumir el veneno que él vendía.

- ¿Cómo vive hoy tu familia: vos, tu hermana y tu mamá?

- Tranquilos. Si bien el pasado nunca nos abandonará, pienso en el futuro. Queremos seguir viviendo tranquilos. Todos estamos en Buenos Aires.

- ¿Cuáles fueron los capítulos que más te costó escribir?

- El más difícil fue el de la muerte de mi padre. Pero también los de la CIA y la DEA, por sus consecuencias; pensé mucho si los publicaba. Pero el de las últimas horas de mi papá fue muy duro. Siempre se lo tildó de loco a mi padre, pero nunca al punto en que llegó. Él buscó su muerte. Por eso marcó siete veces mi número de teléfono. Esperó a la muerte y se pegó el tiro que lo sacó de este mundo.

- Seguís creyendo que se suicidó.

- No lo sigo creyendo sino que tengo la certeza de que fue así. Igual, no hay distinción en cómo murió: ¡muerto está! A las autoridades les da más por decir que lo mataron ellos porque si se suicidó no es lo mismo. Mi padre siempre me dijo que su última bala se la daría en el oído. Y ahí está el disparo. Invito a la juventud a que se tome con seriedad esta historia y que no crean los cuentos que les venden de Escobar. Su vida es digna de ser contada pero nunca digna de ser vivida.

© LA GACETA

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