Siendo superior, Atlético suele mostrarse débil cuando lo lastiman

CABEZAZO LETAL. Zampedri se anticipó a los dos central del “Gasolero” y conectó sin problemas un gran centro recto de David Barbona para establecer el 1 a 1 parcial ante Temperley. Fue un duelo intenso. FOTO DE MATÍAS NÁPOLI ESCALERO/ESPECIAL PARA LA GACETA CABEZAZO LETAL. Zampedri se anticipó a los dos central del “Gasolero” y conectó sin problemas un gran centro recto de David Barbona para establecer el 1 a 1 parcial ante Temperley. Fue un duelo intenso. FOTO DE MATÍAS NÁPOLI ESCALERO/ESPECIAL PARA LA GACETA
27 Marzo 2017
En cierta forma, Atlético y Temperley podrían ser vistos como clubes parecidos: mismos colores (celeste y blanco), siglas en común, CAT (Club Atlético Tucumán y Club Atlético Temperley) y, al menos ayer, un empate al ritmo de una montaña rusa emocional, con un “Decano” dividido entre un ataque feroz y una defensa en versión gelatinosa.

El 2 a 2 agónico de Marcos Figueroa fue una piedra en el zapato para un equipo que atraviesa un ajetreado calendario, una doble función inédita (Copa Libertadores y campeonato) a la que todavía deberá acostumbrarse, juegue contra los gigantes de América o contra rivales que pelean el descenso y necesitan ganar como si se les escapase el aire.

En esa doble cara, el pecado original de Atlético fue eso que los expertos en boxeo llaman “mandíbula floja”: caer a la lona después de recibir la primera trompada. No había sido mala la primera parte del “Decano”, con un David Barbona en zona de gatillo permanente y el posicionamiento ofensivo de un equipo que se sentía superior. Incluso el partido no parecía jugarse en el sur del Gran Buenos Aires sino en el Monumental, pero Leonel Di Plácido (bien en ataque y flojo en defensa) fue desbordado por Emiliano Ozuna y del centro-puntapié llegó el gol de Cristian Chimino. Tal vez el 1 a 0 era inmerecido, pero desnudó a Atlético, que perdió la brújula como si se le hubiese caído en el Río de la Plata después de jugar contra Peñarol. El golpe fue tan fuerte que afectó al que no suele equivocarse: Fernando Zampedri fabricó un penal pero, como si sintiera culpa, lo pateó a las manos de Matías Ibáñez (un especialista en atajar penales, es cierto).

Destensado, superado como hacía rato no se veía, los primeros minutos del segundo tiempo fueron un martirio para Atlético, al punto que Nery Leyes salvó en la línea el segundo gol. Podría haber sido el fin para el “Decano”, pero resultó el resurgimiento: a los 19, Barbona envió un centro que Zampedri cabeceó mejor de lo que había pateado el penal y marcó el 1 a 1 en una quirúrgica definición que permite un oxímoron: fue un golazo “normal”.

Los especialistas definen a esa capacidad de superar los malos momentos como resiliencia, y Atlético demostró que es un equipo resiliente, que siempre tiene una vida más. Agrandado, vuelto a la normalidad, llegó otra vez la conexión entre Barbona y Zampedri para el 2 a 1 de un equipo que parece capaz jugar siempre de local, como si el Monumental fuese un estadio trasladable, pero que sobre el final pecó por su defensa ayer resbaladiza.

Barbona y Zampedri podrían abrir una sociedad ilimitada del gol. El 19 habilitó dos veces al 9 para que Atlético revirtiera el resultado en un puñado de minutos. Pero el aporte de Barbona no se restringió solo a su papel de asistente: condujo al equipo incluso en sus peores momentos.

Un desequilibrio individual, la velocidad de Emiliano Ozuna ante el cierre fallido de Leonel Di Plácido, rompió el partido. Atlético, que se sentía superior (y que hasta entonces lo había sido levemente), quedó groggy. Ni siquiera Zampedri lo pudo empatar (penal) al final del primer tiempo.

A contramano de un ataque punzante, en estado de gracia, la defensa estuvo lejos de su mejor versión. Hubo momentos en que Ozuna y Figueroa enloquecieron a la estructura defensiva de Atlético como si fuesen los dos mejores delanteros de la Copa, no de Temperley.

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